Categorías: Colaboraciones

Pérez Reverte

He leído, si no todas, al menos una buena parte de las novelas de Arturo Pérez Reverte (Cartagena, Murcia, 25, XI, 1951) y, hasta ahora, siempre que terminaba uno de sus libros, me decía lo mismo:

"Sí, pero..." Sus artículos, las pocas veces que me paraba a leerlos, tampoco me convencían. Tonillo de prepotencia y descalificaciones por doquier. Hoy, al terminar la lectura del último libro del escritor cartaginés, el titulado "Hombres buenos", (Alfaguara, 2015), leído gracias a la insistencia de mi buen amigo Alberto Granados, tan sólo me he dicho: Sí. Un sí, rotundo y definitivo que lleva implícito mi total convencimiento de que se trata de una de las mejores novelas del momento actual.
El tema de la novela es muy simple: dos miembros de la Real Academia Española de la Lengua, el bibliotecario don Hermógenes Molina y el almirante don Pedro Zárate, viajan a París para conseguir de forma casi clandestina los veintiocho volúmenes de la famosa Enciclopedia de Diderot y D´Alembert, publicada una década antes e incluida en el Índice de libros prohibidos de la Iglesia y, en consecuencia, también prohibida en España. A pesar de todas estas prohibiciones la adquisición de la Enciclopedia ha sido votada en la Academia y lleva la autorización del rey Carlos III.
A esta primera trama de la novela, localizada en el siglo XVIII, hay que añadir otra paralela que transcurre en nuestra época: la investigación del propio escritor, su colosal trabajo en bibliotecas, librerías de nuevo y de viejo, sus charlas con especialistas del siglo de las luces y un largo etc., que a veces nada tiene que ver con el tema principal de la novela. Cabe preguntarse: ¿era necesaria esta pormenorizada explicación del trabajo investigador que el novelista va realizando? En modo alguno. Son datos que hubieran ido muy bien en un prólogo, introducción o incluso en una autobiografía del autor, pero aquí interrumpen el relato principal y en cierta manera desconciertan al lector. Es verdad que esta técnica de interrumpir el relato principal para darnos pormenores de cómo se va pergeñando la novela, ya ha sido utilizada por otros autores –recordemos a Cervantes cuando interrumpe la acción del Quijote para hablarnos de Cide Hamete Benengeli-, pero aquí la interrupción se repite con demasiada frecuencia y en capítulos excesivamente largos. Aunque el entramado entre ambas acciones, la del XVIII y la del XXI, está bien urdido, el lector siente a veces la sensación de que todas estas explicaciones y añadidos relativos al siglo XXI, no tienen más finalidad que alargar el número de páginas.
Por las razones ya expuestas nuestra atención se va a centrar, especialmente, en la acción principal que, como ya hemos dicho, comienza y termina en los finales del siglo XVIII, en los años que preceden a la Revolución Francesa (1789) y tiene por escenario casi exclusivo dos ciudades, Madrid y París, separadas por un largo y accidentado viaje de los dos protagonistas de la obra.
Ya antes de iniciarse el viaje el autor nos alerta de los peligros que aguardan a los dos académicos. El principal de todos viene de dos miembros de la propia Academia, que no están dispuestos a que una obra que está en el Índice de libros prohibidos por la Iglesia, entre en España. Para conseguir sus propósitos contratan y pagan un sicario que debe impedir por todos los medios que tal obra llegue a España. Pero el sicario y los dos paladines que lo pagan sólo son la punta del iceberg de una sociedad clerical y anclada en el pasado, que jamás aceptará un libro que antepone la razón a la fe. Frente a ella el novelista nos muestra otra España, progresista y deseosa por saber, totalmente abierta a las ideas que llegan de Europa, que tiene en el almirante don Pedro Zárate uno de sus más preclaros representantes. Durante el viaje, a través de las conversaciones de los dos académicos, se distingue don Pedro por su amor a la ciencia, a los inventos del siglo y, en las cuestiones de religión, por su marcado agnosticismo. Ya en París, visitando los dos académicos librerías de nuevo y de viejo, la compra del libro de Holbach "Morale universelle", autor y libro de un marcado ateísmo, no hará más que confirmar su posición. Don Hermógenes, el otro académico, viejo ratón de biblioteca, timorato y friolero, con una fe católica, arcaica y tridentina, a la que no se atreve a pedir explicaciones, siempre queda en segundo plano. Pero es en la embajada española, cuando visitan al conde de Aranda, a la sazón embajador en París, donde los dos académicos conocen al personaje más polémico e interesante de todo el libro: el abate Bringas, cura rabiosamente ateo que, aunque ha colgado la sotana, sigue llamándose abate. Desde ese día Bringas se convierte en el guía indispensable y un tanto gorrón de los dos académicos. Es culto, estrafalario y pobre y por sus venas la sangre que corre es dolorosamente jacobina. Bringas es también la voz que clama en la ciudad de la luz y la ilustración contra la injusticia y la hipocresía. Acompañados del abate visitan el París culto de las letras y las ciencias –en una cafetería conocerán a Condorcet y a D´Alembert-, y también el París de la pobreza, la prostitución y la miseria, que un siglo después será el protagonista de las novelas de Zola. Los comentarios que aquí y allá va prodigando Bringas, aunque escandalizan al apocado don Hermógenes, aún no han perdido un ápice de su verdad y su fuerza demoledora. Valga de ejemplo éste sobre el rey Luís XVI: "Coleccionista de relojes y cuernos", o este otro sobre Notre-Dame, la catedral de París: "Símbolo acertadísimo de cómo pueden malgastar los hombres su talento y su riqueza en ritos y supersticiones que no dan de comer sino a quienes no lo necesitan".
De la mano de Bringas también visitan el París de los salones dieciochescos, en los que la filosofía y la literatura son el pretexto para conseguir, al menos durante una noche, a la bella o al petimetre de turno. El libro que mejor resume ese mundo de frivolidad y sexo, que muy pronto la guillotina va exterminar, es "Thérèse philosophe" de Jean Batiste Boyer de Argens, del que aparecen en la novela sustanciosos fragmentos. También será Bringas el que, cuando don Hermógenes cae enfermo, les busca médico: es Jean Paul Marat, el futuro revolucionario, que como médico no pasa de vulgar matasanos. Y mientras los dos académicos, siempre acompañados del estrafalario abate, corretean por París, muy de cerca les sigue los pasos el sicario Raposo. Sólo espera el momento de llevar a cabo su plan...
"Hombres buenos" toca muchos géneros –novela histórica, galante, negra y de aventuras-, y es extraordinariamente amena. Es evidente que se trata de una gran novela. Sin embargo le he encontrado dos o tres cositas que no me explico cómo se le han podido escapar a un autor tan experimentado. Una de ellas (página 574) es el diálogo que mantienen los dos académicos que han enviado a París al sicario. Hablan de dineros y el más descarado le dice al otro: "Ni media peseta". Frase imposible en el siglo XVIII: la peseta nace en el XIX, exactamente el 19 de octubre de 1868. Páginas antes hay otro anacronismo parecido: nuestro autor nos informa que los dos académicos pasan delante de la Ópera. Ocurre que la Ópera de París, también conocida por Ópera Garnier, se construyó en tiempos de Napoleón III y se inauguró en la III República (1875). El precedente de la Opera fue la Academia Real de Música, fundada por Luís XIV, que durante el siglo XVIII cambió trece veces de sede. Secar a relucir la Ópera cuando aún falta un siglo para su inauguración me parece prematuro. ¿Pecadillos de escritor que lleva muchas cosas a la vez o de "negro" novato que no conoce a fondo su especialidad? No tiene importancia. El interés de la novela continúa incólume.

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