Volvería al lugar donde nacen los recuerdos, aunque solo fuera para encontrar una señal, una dirección, un sentido. Los pasos son ciegos si no se acompañan de palabras, lo sabe cualquier peregrino.
Mientras, en la sala de espera, guardo turno para abrir el libro perdido de mis andanzas ante la mirada atenta de un médico psiquiatra, y cuyo acento parece de otro sitio.
Ante mí, una mente privilegiada por la ciencia, aquella que nos provee de medicamentos, y que en ese ahora eran de litio. Frente a él, un místico de las palabras que acepta su cautiverio. En realidad, prefiero el cautiverio del silencio antes que meterme en líos.
En la ceremonia de las recetas ambos encontramos equilibrio. Porque, ¿quién soy yo? La edad de mi silencio cumple un cuarto de siglo.
Los pasos son vacíos si no se entremezclan con la luz del alba. Tarde leí este prospecto prohibido. ¿Cabe mejor medicina que las rutinas de un proyecto de vida?
El caso es que el universo que se esconde en las salas de espera es algo distinto. La gama de sensaciones va desde el frío metálico de las losetas de las paredes, al olor del agua oxigenada que se vierte en las curas milagrosas. Un millón de personas hemos quedado atrapadas en tierra de nadie, en las salas de espera, ocultas a los ojos de una sociedad dormida.
Si pudiésemos condensar en una solo imagen el dolor allí contenido, caeríamos en la urgente necesidad de hacer algo, más allá de los primeros auxilios.
Las fracturas hay que entablillarlas, las heridas hay que cerrarlas, es cierto, pero la angustia permanece si no encontramos un lugar en esa unidad de destino que es la humanidad.
Ya he coincidido con ellos varias veces. Un joven, adulto y grandullón, espera turno acompañado de su madre mayorcita. La rigidez del rostro de la madre no nos habla de esperanza, más bien parece preguntarse: ¿qué será de mi hijo cuando yo falte?
Para que las salas de espera se conviertan en las salas de la esperanza es necesario que la fase sanitaria se enganche a una fase social, y cuyo mayor hito es el cumplimiento de un proyecto de vida basado en el trabajo.
Yo creo que, en realidad, cualquier político lo sabe, pero la dificultad de la empresa los paraliza, y terminan encomendándose a la bondad y a los cuidados de las familias. No es indigno precisar ayuda, lo indigno es no poder valerte con tus capacidades.
El abandono en la implementación de un modelo de atención comunitario, y la ausencia de una estructura que vigile la constante de salud mental en la sociedad, pueden conducirnos a un deterioro de coste inasumible.
Hace un par de semanas la OCDE situó el gasto de la mala situación de la salud mental en España en torno al 4,2% del PIB. ¿No me dirán ustedes si no es oportuno repensar el sistema?
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