Opinión

Pensar, sentir, amar

En este ensayo autobiográfico Fernando Sabater nos cuenta cómo, incluso durante la vejez, es posible seguir viviendo humanamente, sintiendo con todos los sentidos, deseando, temiendo, imaginando, soñando, pensando y, sobre todo, amando. Nos detalla cómo, a pesar de que, gracias al fallecimiento de su mujer, Pelo Cohete, adquirió mayor consciencia de su propia muerte e intensificó su convicción de que era ella quien le seguía inyectando fuerzas y tutelando sus afanes, con K vive otra historia distinta y una pasión nueva que ni sustituye ni borra la anterior.

A lo largo de este relato/reflexión nos muestra cómo el amor está en el fondo de la mayoría de las alegrías que él disfruta y en las raíces de sus sufrimientos como amante y como amado, y, sobre todo, que el amor es el motor que sigue alentando sus diferentes y apasionadas aventuras. Cuenta cómo, a pesar de las debilidades corporales y mentales que la edad le están dejando como, por ejemplo, “aquella neumonía doble”, es posible seguir viviendo, pensando, deseando, amando, imaginando y soñando.

En sus análisis de la situación social, cultural y política española aplica los principios, los criterios y las pautas que han orientado sus correrías y sus cambios, y asume que bastantes de sus convicciones han sufrido una conmoción y un terremoto ideológicos. Confiesa, por ejemplo, cómo, a pesar de creerse que había nacido con la misión de ser el más indomable de los herejes, ha descubierto, por ejemplo, su alma de acólito de Javier Praderas, y cómo, después de haber alardeado de chico malo, comprendió que las mejores personas que ha conocido en su vida –sus padres y abuelo- eran más bien de derechas, y que, por eso, “no está dispuesto a admitir ni por un momento que la Pasionaria era mejor persona que su madre”.

Explica cómo su eslogan programático “libres e iguales” le ha llevado a defender la unidad legal y social del país, y a proclamar que la función del Estado es favorecer y proteger a los pobres de las desventuras, y aplica el principio según el cual “para vivir en una sociedad de “socios” e “iguales” es indispensable evitar las políticas separatistas que pretendan imponer divisiones por razones religiosas, culturales, lingüísticas o estéticas y, por supuesto, por raíces zoológicas o biológicas. Defiende los contenidos críticos, concretos y razonados de sus detalladas explicaciones éticas y políticas publicadas en El País, diario en el que colaboraba desde su fundación, en cuyos artículos, además de aclarar su modelo, libre de sumisiones partidistas, denuncia las crecientes y convergentes opiniones que, en realidad buscan “mejorar el caché de los autores y a aumentar la clientela de lectores”. A mi juicio, esta visión crítica de su propia trayectoria como escritor y del curso de la vida española es una aportación personal que completa, matiza y enriquece un panorama complejo, discutible y discutido de la complicada contienda política y cultural actual.

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