El pasado martes volvió a arder una parte de los montes de Ceuta. Este año los incendios se están cebando con el arroyo de Calamocarro, la joya de la corona del LIC-ZEPA del mismo nombre. En menos de un mes han ardido algo más de cuarenta hectáreas de nuestro principal espacio natural protegido. La responsabilidad obliga a ser prudente a la hora de plantear alguna intencionalidad para estos incendios, pero tampoco podemos caer en la ingenuidad de considerar que todo es fruto de la casualidad. Esperemos que nuestros cuerpos y fuerzas de seguridad tengan éxito en sus investigaciones y den con los responsables de estos incendios. Uno se resiste a creer que haya gente capaz de echar el monte a arder por diversión o persiguiendo algún beneficio futuro. No obstante, las noticias que a diario ocupan los medios de comunicación dan buena muestra de la cara más oscura del ser humano.
La dialéctica entre el bien y el mal ha sido un tema fundamental de la filosofía desde sus orígenes hasta la actualidad. La doctrina agustiniana de la privatio boni, -que defiende la idea de que el mal es la ausencia de bien y que, por tanto, carece de realidad en sí mismo-, ha sido cuestionada por muchos autores. Dos de ellos, el psiquiatra Carl Gustav Jung y el estudioso de la mística islámica Henry Corbin, compartían la tesis de que era absurdo reducir el mal a la ausencia de bien. Para estos dos grandes conocedores del alma, el mal tiene un poder palpable y una presencia propia, y está ubicado más allá de los límites del ego humano. Existe una verdadera y permanente batalla entre el bien y el mal, entre la luz y la oscuridad. Por ahora, como declaró hace unos años el gran filósofo español Emilio Lledó, el bien es más abundante que el mal, y gracias a este desequilibrio positivo la humanidad prosigue su camino, pero no podemos bajar la guardia. Los demonios interiores y exteriores nos acechan a cada momento y necesitamos estar preparados para hacerles frente. En la integración de nuestra propia sombra estamos solos, pero en la lucha contra la violencia, el odio, la desesperación y el nihilismo podemos actuar de manera conjunta.
En estos tiempos de zozobra y desorientación quisiera transmitir un mensaje de ilusión. No todo está perdido. Es verdad que hay guerras que están causando muchas víctimas inocentes, como la del Yemen o Siria; es verdad que nos enfrentamos a una crisis ambiental sin precedente; y no es menos cierto que las desigualdades sociales son muy acusadas, pero frente a éstas y otras circunstancias adversas que han adquirido una dimensión global, observo con esperanza la emergencia de una ciudadanía que piensa y actúa. Las entidades conservacionistas, las ONGs que trabajan en los países subdesarrollados o las asociaciones que rescatan a los inmigrantes en el Mediterráneo, por citar algunos ejemplos, sirven de contrapeso para todo el mal que deja a su paso un sistema económico que entiende mucho de beneficios, pero lo ignora todo sobre las necesidades humana. Otro enemigo no menos peligroso son las ideologías políticas y religiosas basadas en principios dogmáticos. La intransigencia de unos alimenta a la de los otros creando un espiral de odio que suele derivar en el enfrentamiento directo y violento.
La bondad debería ser la aspiración fundamental del ser humano, aunque la maldad no deje de poner trabas a su despliegue. El bien se hace tangible a través de la ética. Son nuestros actos los que aumentan o disminuyen la cantidad de bondad que nos rodea. Y estos actos serán más o menos acertados en función del grado de sabiduría que hayamos alcanzado y de nuestra mayor o menor sensibilidad hacia la belleza de la naturaleza. Da la impresión de que todo conspira contra la bondad, la verdad y la belleza. Los medios de comunicación siembran el miedo, la desconfianza entre los seres humanos y distorsionan la realidad para servir a los intereses de las grandes corporaciones. Estas multinacionales son las que alimentan el capitalismo a costa de nuestro principal bien común: la tierra. Todo el peso de la responsabilidad sobre la dramática situación ambiental, económica y social del mundo se ha puesto sobre la espalda de los ciudadanos. Es cierto que la contribución individual de todos y cada uno de nosotros a la superación de los grandes retos ambientales no se puede minusvalorar, pero quienes tienen en su mano cambiar el rumbo de la economía y llevarla a un destino distinto a la autodestrucción son los sustentadores del pentágono del poder. Los grandes líderes mundiales no se reúnen para diseñar y consensuar un plan para salvar el planeta, sino para repartirse lo que queda y garantizar su propia supervivencia. La resurrección de los nacionalismos, los populismos y la extrema derecha es un claro síntoma del recrudecimiento de sentimientos tan nefastos como el resentimiento, el egocentrismo colectivo y la falta de generosidad.
Sin darme cuenta mi discurso se ha vuelto negativo. La búsqueda de la verdad obliga a intentar dibujar un cuadrado realista del mundo que nos ha tocado vivir. No es posible plantear una estrategia de superación de los problemas a los que nos enfrentamos sin un diagnóstico preciso y riguroso. La verdad cada día tiene menos posibilidades de dejarse verse debido a la constante lluvia de noticias, mensajes e imágenes que recibimos en las pantallas de nuestros ordenadores y móviles. Los informativos han dejado de dar noticias para ofrecer imágenes impactantes y testimonios de los más siniestros crímenes. La sensación que nos queda tras ver el noticiario es la de pesadumbre e impotencia. Todo conduce a la conclusión de que no hay nada que hacer, que el mundo está perdido y sólo cabe salvarnos a nosotros mismos y a nuestros seres queridos. La complejidad del mundo nos abruma y la actitud general es la de abandonar cualquier pretensión de cambiar las cosas. Siguiendo esta idea, pensadores como Stuart Kauffman, que han dedicado su vida al estudio de la complejidad, han llegado a la conclusión de que “lo máximo que podemos aspirar es a ser sabios localmente, pero no globalmente…Sólo podemos actuar lo mejor de lo que seamos capaces a nivel local”.
No necesitamos ir muy lejos para aprender las lecciones que la naturaleza nos tiene reservadas. Lo esencial para todos nosotros, como escribió Geddes, es convertirnos más y más en investigadores. En el arroyo de Calamocarro he vivido experiencias significativas que me han enseñado mucho sobre la condición humana y el papel de la naturaleza en nuestra salud física y psíquica. La biodiversidad de especies que allí existe, -ahora mermada-, me hizo reflexionar sobre la diversidad de maneras de percibir e interpretar el mundo. Todos interpretamos la realidad de un modo distinto y esta diversidad natural de relatos es fundamental para combatir la uniformidad de pensamiento que pretende el sistema político y económico. Si no hay diversidad en la naturaleza tampoco podrá haberla en la personalidad e identidad humana.
Luchar por la naturaleza es hacerlo por nuestra propia humanidad. Habrá quien piense que el mejor destino para el arroyo del Calamocarro es albergar un campo de golf o una macro-urbanización de adosados. Entre la infinitiva variedad de visiones de la realidad se incluye la de aquellos que sólo ven en la naturaleza una oportunidad de negocio. Como señaló William Blake al comienzo de sus proverbios del infierno, “un necio no ve el mismo árbol que un sabio”. Somos lo que vemos y vemos lo que somos. Cuanta más naturaleza perdamos por la estupidez de unos pocos o la negligencia de las autoridades en su obligación de velar y cuidar nuestro patrimonio natural menos oportunidades tendremos de percibir, sentir, emocionarnos y llegar a ser más sabios, bondadosos y sensibles a la belleza de la naturaleza. No es una oportunidad tan sólo al alcance de los que aún estamos en este mundo, sino una posibilidad que no podemos negar a las generaciones futuras. Confío en que nuestros hijos, nietos y los que gozarán del don de la vida sean más sabios de lo que hemos sido nosotros. Parafraseando a Walt Whitman, el poderoso drama de la vida continúa y aún queda muchos versos por escribir. Estoy convencido de que Ceuta será en el futuro una fuente inagotable de inspiración para los poetas.
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