Opinión

¡Pensad, pensad, malditas!, por Germinal Castillo

Los mal llamados locos y felices años 20 trajeron a los Estados Unidos los concursos más extraños e inútiles, dignos precursores de los que pueden verse en los plasmas del siglo XXI.

Sería a partir del mes de octubre de 1929 cuando uno de esos concursos pasaría de ser una manera de lucir palmito (y de paso, destrozarse el cuerpo) o conseguir un efímera fama, a una forma de poder comer. Realidad pura y dura.

La crisis de 1929 en la bolsa de Nueva York iba a cambiarlo todo. Originada por una economía en gran parte especulativa, la “Gran depresión” se prolongó hasta casi finales de la década de los 30, llevándose por delante a las más débiles. Las fotografías de Dorothea Lange (ilustración de este Vitriolo) constituyen una magnífica muestra de lo expuesto. ¿Le suenan causa y consecuencias?

Lo más lamentable es que las medidas que se tomaron hace más de ochenta años para que no volviesen a ocurrir estas hecatombes, fueron suprimidas por la Administración de W. Bush. A fecha de hoy, nadie ha hecho nada por remediarlo. ¿Todavía le sorprende?

El caso es que el “martes negro” de Wall Street marcó un antes y un después en los citados concursos de baile. Imagínese que en programas como “Saber y ganar”, “Pasapalabra” o “Boom” las concursantes acudiesen exclusivamente para conseguir un bocadillo o un techo y obtendrá el panorama de la época.

Verdaderos maratones por la supervivencia, estos concursos de baile se hicieron tristemente famosos. La inscripción solía costar alrededor de veinticinco centavos, y por esa cantidad las participantes tenían derecho a comer (hasta 12 comidas por día) beber, un sitio donde poder resguardarse y atención médica -mientras aguantasen en el concurso, claro está-. Un lujo.

Los premios alcanzaban generalmente los 500 dólares, aunque en algunas ocasiones se llegó a pagar hasta 1500 dólares. ¿Pero, dónde estaba el negocio? En el consumo de bebida y comida por parte de quienes iban a visitar aquel degradante espectáculo. Habrá que precisar que las parejas podían estar meses bailando, de hecho en Pittsburg (1930) un concurso llegó a durar 30 semanas. Casi siete meses de penosa exhibición.

Las reglas eran muy claras: las parejas debían bailar sin parar y sin que las rodillas llegasen a tocar el suelo. ¿Por qué esta precisión? Porque muchas se desplomaban dormidas en los brazos de sus parejas, que las aguantaban como podían para evitar ser descalificadas.

A veces se otorgaban un descanso de 10 minutos para comer, beber, asearse y, en ocasiones, dormir. Era la temida siesta, de la que muchas no se levantaban. En estos monumentos a la indecencia, los seres humanos que servían de divertimento para las demás perdían toda dignidad. Quizás le suene de algo.

Pero había más. Cuando la empresaria notaba que el público perdía interés por la prueba, se inventaba nuevas reglas sobre la marcha, como la eliminación de los descansos, carreras entre participantes o incluso bodas, pero siempre sin dejar de bailar.

Si bien en 1933 los maratones de baile se prohibieron oficialmente, estas brutalidades continuaron celebrándose de forma clandestina.

En 1969 Sydney Pollack dirigió la famosa película “Danzad, danzad, malditos” que relataba la sórdida realidad de estos concursos. Basado en la novela de Horace Mc Coy “¿Acaso no matan a los caballos?”, el largometraje obtuvo ochos nominaciones a los Óscar de 1970, entre las que no estuvo la de mejor película. Solo logró una estatuilla: la de mejor actor de reparto. La verdad suele escocer.

“Danzad, danzad, malditos” aireó crudamente las miserias de la Gran Depresión mostrando como, en épocas de crisis, nos obligan a hacer cosas que no hubiésemos consentido en otras condiciones. Y en esas estamos.

Con el mantra de la crisis, nosotras también hemos acabado bailando al son que nos tocan y en el pequeño perímetro que nos han delimitado. No hay más objetivo que el de seguir bailando, dejando atrás los planteamientos, los análisis y, sobre todo, los esclarecedores por qué.

Gurú de la Doctrina del Shock y alma máter de la Escuela Económica de Chicago, Milton Friedman afirmaba que su función y la de las suyas era la de “mantener vivas y activas las alternativas a las políticas existentes hasta que lo políticamente imposible se vuelva políticamente inevitable”. Seguro que les va sonando.

Friedman, que asesoró personalmente a Pinochet en la aplicación de la citada “Doctrina de Shock”, aseguró que los cambios provocarían “una serie de reacciones psicológicas que facilitarían los procesos de ajuste”.

La historia del Chile pinochetista al que se le aplicó este tratamiento de choque económico, el dolor y el sufrimiento de las miles de asesinadas y torturadas en estadios de fútbol u oscuras celdas deberían ser suficientes para vislumbrar lo que se nos viene encima. Real o metafóricamente.

Pero no, nosotras seguimos bailando como posesas en el pequeño cuadrado que nos han asignado, sin tan siquiera osar pisar los límites.

Medida a medida, ley a ley y reglamento a reglamento nos llevan al matadero por el sendero de la austeridad en un modelo de sociedad en el que privatizan las ingentes ganancias y socializan las deudas. Un chollo. Pero a pesar de verlo claro, nosotras seguimos bailando.

Nos han hecho asumir como propio algo tan impropiamente nuestro como el “todo para la ama, que yo me conformo con las sobras… y si sobras no quedan, se las robo a la de al lado”. ¿Le parece una locura? Revise nuestra actitud con respecto a nuestras vecinas.

En el universo de las poderosas, las poderosas dictan su ley. Axioma básico del Poder, y no parece que seamos capaces de tener el más mínimo atisbo de reacción, a no ser el de seguir el compás que nos han inculcado y que debemos seguir a rajatabla.

Desterrado como maldito, el librepensamiento y el pensamiento crítico reivindicados y utilizados por las francmasonas está siendo desterrado del sistema educativo. Resulta evidente que enseñar a pensar o a razonar es el mayor de los peligros para los sistemas que tienen arraigados sus cimientos en la desigualdad. No analizar es la consigna de quienes quieren que la fuerza continúe prevaleciendo sobre la razón. Simple. Brutal. Evidente para quien quiera verlo.

Usted, como siempre, sabrá lo que más le conviene, pero en este mundo irracional en el que se nos impone que “tener” está siempre por encima de “ser”, bueno sería empezando a desechar los dogmáticos textos con los que se nos amaestra “por nuestro bien”. Dicho de otra forma, se nos lobotomiza para no sufrir con nuestro absoluto consentimiento. Y nosotras, bailando.

Con su película, Pollack quiso escupirnos nuestras inmundicias en plena cara, aunque, visto lo comprobado, quizás hubiese sido más adecuado que su trabajo llevara por título “Pensad, pensad, malditas” porque aquí los eufemismos ya no valen para nada. Todo lo que sea conjugar el verbo “razonar” está destinado a abolir miseria y esclavitud.

Por ello, en estos momentos la pregunta que deberíamos formularnos es: ¿Hasta cuándo vamos a consentir bailar al son que nos tocan una y otra vez? ¿Ha pensado alguna vez que el verbo pensar es la antítesis del verbo imponer?

A pesar de que la merma de librepensamiento es evidente, nosotras seguimos bailando sin atrevernos a salir del cutre cuadradito de gloria que se nos ha otorgado en la galera. Y las que mandan tan felices, oiga. Nada más que añadir, Señoría.

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