Resulta difícil escribir sobre los temas que más nos preocupan, como la conservación del patrimonio natural y cultural de Ceuta, cuando estamos siendo testigos de una grave crisis política en España. No obstante, no queremos renunciar a nuestros fines ni permitir que sean otros los que marquen la agenda que nuestras actividades. Escribió Henry David Thoreau que, en términos generales, “las noticias políticas, ya sean nacionales o extranjeras, podrían escribirse hoy para los próximos diez años con exactitud suficiente. La mayoría de las revoluciones de la sociedad no tiene el poder de interesarnos, por no hablar ya de alarmarnos. Pero decidme que nuestros ríos se están secando, o que los pinos están muriendo en nuestros bosques, y quizá preste atención”. Y como esto último es verdad que está sucediendo, hablemos de ello y de lo que ocurre en Ceuta.
Ceuta es un territorio reducido y con unos límites muy definidos. Somos una pen-ínsula (casi una isla), en el extremo septentrional del continente africano. Un estrecho mar nos separa de la Península Ibérica, donde residen la mayor parte de nuestros compatriotas. Contamos con una frontera que separa dos países y dos realidades económicas y sociales marcadamente distintas. Por un lado, una ciudad perteneciente a una democracia avanzada e integrada en la Unión Europea. Y por el otro, un país, Marruecos, con una renta per cápita quince veces inferior a la de España. La frontera hispano-marroquí del Tarajal está considerada la más desigual del mundo. Teniendo en cuenta el abismo existente entre ambas realidades políticas, económicas y sociales no nos debe extrañar que la presión ejercida sobre la frontera de Ceuta no haga más que crecer con el paso del tiempo. Unos llegan a Ceuta de paso, como los inmigrantes subsaharianos, cuyo propósito es llegar a los países más ricos de Europa, como Alemania, Francia o Reino Unido. Otros, como los marroquíes, desean afincarse en Ceuta para disfrutar de los servicios educativos, sanitarios y sociales que ofrece un país como el nuestro. A estos dos grupos se suman las miles de personas que a diario entran y salen de nuestra ciudad para el porteo de mercancías.
La presión humana sobre el escaso territorio de Ceuta no para de incrementarse. A las ya abultadas cifras de población residente en la ciudad (84.519 habitantes) se suma el tránsito de las miles de personas que pasan todos los días por la frontera del Tarajal. El medio natural padece esta presión que se traduce en una imparable ocupación urbana de la superficie ceutí. Por si fuera poco grave la disminución de las zonas libres de construcción, tenemos en Ceuta un gravísimo problema con las construcciones ilegales. Barrios enteros han crecido sin planificación urbanística ni control por parte de las administraciones competentes. Estas edificaciones ilegales no causan solamente un notorio impacto paisajístico, sino que acarrean otros deterioros ambientales como vertidos de aguas residuales, -al carecer de conexión a la red de saneamiento-, vertederos incontrolados (ya que al ser ilegales los residuos de construcción son arrojados en cualquier parte), así como tomas ilegales de agua y de luz. Al estar construidas algunas de estas casas en vaguadas son un peligro en caso de lluvias torrenciales y, además, terminan contaminando los arroyos con las aguas fecales vertidas desde estas edificaciones fuera de la ley.
Al carecer de planificación urbanística, estos barrios se caracterizan por calles estrechas y tortuosas por las que no pueden acceder los vehículos de limpieza, de la policía o las ambulancias. En el interior de estas calles se esconden talleres clandestinos de desguace de coches que son desmontados para aprovechar algunas piezas y los restos sobrantes terminan arrojados en las laderas que rodean a algunas de estas barriadas, como la del Príncipe Alfonso. Estos vertederos incontrolados se limpian con cierta periodicidad, pero no tardan mucho en volver a su deplorable estado de suciedad. Durante mucho tiempo, estos residuos no se eliminaban. Simplemente se aplanaban y se echaba tierra encima. Desconocemos si se sigue haciendo así. La consecuencia es que buena parte de los suelos que rodean a barriadas como la referida presentan un elevadísimo grado de contaminación.
Vivir en viviendas precarias, sin saneamiento, sin una adecuada conexión a la red eléctrica, sin un acceso fácil a los contenedores de basura, ya que no entran en sus estrechísimas calles, sin la confianza en que una ambulancia pueda acudir a atenderles en caso de urgencia y rodeado de vertederos ilegales no resulta agradable para nadie. Para acabar con estos problemas habría que derribar todos estos barrios y empezar por donde tendrían que haber empezado, esto es, urbanizándolos, instalando las redes de agua, saneamiento, luz, telefonía, etc…, trazando las calles, con las anchuras adecuadas y, a partir de ahí, construir las viviendas que sea posible erigirse en el lugar. Pero para abordar un proyecto de esta magnitud hace falta, lo primero, voluntad política, que nunca ha existido, y, por supuesto, un elevado presupuesto económico, así como terreno disponible. Incluso si las autoridades quisieran y tuvieron los recursos económicos para acometer una actuación de esta magnitud no podrían cumplir su objetivo, pues carecemos en Ceuta de suficiente superficie urbanizable. Las 12.000 personas que viven en el Príncipe necesitarían unas 3.000 viviendas, lo que viene a ser diez veces la recién entregada promoción de Loma Colmenar. Y esto es sólo lo necesario para resolver el problema del Príncipe. Hay muchos otros barrios, no tan grande, que requerirían una intervención similar.
Ya sabemos que tener casa no es suficiente para gozar de una vida digna. Todos necesitamos un trabajo para ganar el dinero que necesitamos para comprar comida, vestirnos y pagar la luz, el agua, los medicamentos y los impuestos, entre otras muchas cosas. Este trabajo es también imprescindible para garantizar nuestra salud mental y nuestra dignidad humana. Sin embargo, el desempleo es un mal endémico en muchos países, incluido España. Este desempleo alcanza unas cotas altísimas en ciudades como Ceuta y Melilla, pero no somos los únicos que tenemos que hacer frente a este grave problema socioeconómico. Ciudades como Linares, con un 44,5 % de tasa de paro, superan a Ceuta en cifras de desempleo. En una situación familiar a la de Ceuta están muchas localidades gaditanas como La Línea, Chiclana o Jerez de la Frontera. Cada situación es distinta, así en Linares la principal causa de su triste primer puesto en el ranking de ciudades españolas como más paro se debe al cierre, hace seis años, de la empresa automovilista Santana Motor. En cualquier caso, el drama personal y social es el mismo. Hay muchos ciudadanos que no cuentan con lo imprescindible para vivir con dignidad.
En Ceuta disponemos de los planes de empleo y de un Ayuntamiento con un presupuesto económico bastante más elevado que los de otras localidades de su mismo tamaño y población. Esto le permite pagar muy bien a sus empleados y mantener empresas municipales cuya única razón de ser es el mantenimiento de muchos trabajadores de baja cualificación. A esto habría que añadir el personal que mantienen diversas entidades sociales gracias a los convenios que tienen suscritos con la Ciudad Autónoma de Ceuta. Un ejemplo elocuente es el de la Brigadas Verdes que gestiona la Federación de Vecinos de Ceuta. Aun así la tasa de paro en Ceuta no deja de aumentar, ya que cada día se inscriben nuevos demandantes de empleo en las oficinas del SEPE atraídos por la oportunidad de ser llamados para los planes de empleo.
El Estado central y la Ciudad Autónoma de Ceuta hacen lo que pueden, -aunque siempre se podría hacer más-, para amortiguar las consecuencias sociales del paro endémico en Ceuta. Lo que no podemos pretender es que solucionen, ellos solos, un problema cuya solución pasa por una reorientación de los ideales últimos y los propósitos de toda nuestra civilización. Para avanzar en este cambio de dirección, si es que alguna vez damos los primeros pasos, resulta imprescindible un cambio total de pensamiento similar al que caracterizó a la transición del medievo a la época moderna. A partir de este último periodo histórico, el poder y el dinero tomaron el control de los destinos de los hombres y las mujeres. Los principios clásicos de la Bondad, la Verdad y la Belleza dejaron de sustentar los pilares de la sociedad. La ética se divorció de la política y de la economía. Todo vale a la hora de acaparar más poder y más dinero. Los ciudadanos se despreocuparon de los asuntos cívicos y dejaron el cuidado de los bienes comunes a una oligarquía codiciosa y vanidosa que los han dilapidado en su beneficio. La verdad ha sido arrojado al pozo de las inmundicias y en su lugar se ha situado a la mentira, el engaño y el disimulo.
Los políticos y los comentaristas insisten en que hace falta construir un buen relato, pero ninguno apuesta por reinstaurar a la verdad. Una verdad que es un objetivo que siempre se escapa entre nuestros dedos, pero que mientras lo perseguimos logramos mayores cuotas de sabiduría.
Pero esta búsqueda tampoco importa ya. Nuestro sistema educativo está dirigido al mantenimiento y sostenimiento del vigente modelo de pensamiento y acción económica. ¡Y qué decir de la belleza! ¡A quién le importa la cultura, el arte, el patrimonio natural y cultural! En definitiva, a quién le importa que muchos vayan de la cuna a la tumba sin haber probado el sabor de la esencia de la vida ¿Qué sentido tiene esta vida que llevamos? ¿A quién favorece la situación política, económica y social en la que estamos todos inmersos?
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