El pasado jueves, 15 de junio, hizo cuarenta años de las primeras elecciones generales democráticas celebradas en España tras el largo paréntesis del régimen de Franco. Las recuerdo como si hubiesen sido ayer.
A la sazón, y aun siendo ya el Secretario provincial de la UCD, la opción liderada por Adolfo Suárez, yo era un simple principiante en el difícil arte de preparar toda una campaña electoral y de reunir los necesarios interventores y apoderados, en un partido que iniciaba su andadura y cuya sede provisional se situó en mi despacho, donde lo que desde el más experimentado PSOE nos reuníamos solamente “un grupo de amigos”. Votaron los mayores de 21 años, y ese “grupo de amigos” obtuvo en Ceuta los escaños del primer Diputado de la transición, el doctor Antonio Domínguez, y de los dos Senadores, el abogado Francisco Lería y el siempre combativo Serafín Becerra. Los tres, por desgracia, ya no están entre nosotros, pero sus nombres no se borrarán nunca de la historia política ceutí, al haber formado parte de aquella Legislatura constituyente que supo dejar atrás los efectos de una terrible contienda entre hermanos y abrir una nueva y fructífera etapa para nuestra nación.
No he olvidado el número exacto de los votos obtenidos por Domínguez. Fueron 8.808, una cifra, en la actualidad, muy superada por los que obtiene la opción ganadora en Ceuta. Hubo momentos de duda durante los comienzos del recuento, pero poco a poco, la UCD fue abriendo brecha con sus competidores, el PSOE, con Fructuoso Miaja como candidato al Congreso, el PSP, partido liderado por Tierno Galván (que después se integró en aquél) y concretamente en Ceuta por los hermanos Calvo Pecino, y Acción por Ceuta, que más tarde se adhirió a Alianza Popular.
En definitiva, como siempre –salvo en una aislada ocasión- Ceuta supo unirse al carro de los vencedores a nivel nacional. Al día siguiente, Fructuoso Miaja y yo nos unimos en un fuerte t emocionado abrazo. Ceuta, siempre adelantada, había empezado a comprender que en el entendimiento mutuo, en el consenso y en el saber superar diferencias ideológicas estaba el secreto de la convivencia en paz, de esa convivencia y esa paz que quedó después plasmada en una Constitución para todos, alejada del sectarismo, que fue aprobada por una inmensa mayoría de los españoles (el 88,54% de los votantes) en el referéndum del día 6 de diciembre de 1978.
Ahora, pasados ya esos cuarenta años, están surgiendo voces disconformes con aquel espíritu de concordia que quiso superar los motivos y las consecuencias del enfrentamiento fratricida. Voces que no están de acuerdo con ese deseo de olvidar la crueldad de una guerra. Siempre he recordado la frase que, un día del año 1980, me dijo Pablo Porta, entonces Presidente de la Federación Española de Fútbol: con el cual me unía una buena relación de amistad: “Estoy conforme con que me digan que olvide que hubo una guerra; estoy conforme con que me digan que olvide que la gané, pero nunca podré admitir que me digan que la perdí”. Pues en esas andamos, aunque Porta ya no lo tendrá que soportarlo.
Si aquel buen catalán hubiese oído la intervención del también catalán y Diputado de “Esquerra Republicana” Joan Tardá, durante el debate de la fallida moción de censura presentada por “Podemos”, se habría llevado las manos a la cabeza. Según Tardá, va a resultar que esa Constitución de consenso y que ese espíritu de concordia que impregnó aquella Legislatura constituyente nacida de las elecciones de 1977, no fue más que “una segunda regeneración borbónica”, de la que se ha derivado lo que despectivamente calificó como “el régimen de 1978”; algo que es necesario derogar abriendo un proceso que lleve a España a la tercera República, pues todas las virtudes se concentraron en “la segunda República” (ese empeño de las izquierdas de identificarse con los regímenes republicanos haciéndolos suyos, como si no hubiese repúblicas gobernadas por partidos conservadores o centristas), para acabar dando vivas a “la República catalana” y a “la tercera República española”. ¿Dónde queda ya, para estos rencorosos políticos, aquel espíritu fraternal que inspiró la actual Constitución? Simplemente, lo desprecian.
Como ya indiqué en otra colaboración publicada en “El Faro” el pasado 19 de marzo (“Vuelta atrás”), ¡qué inocentes fuimos los que ya estábamos en política durante los esperanzadores años de las primeras elecciones democráticas y de la redacción de nuestra Carta Magna, superadora de viejos antagonismos y decidida a pasar página de un terrible episodio bélico para recordarlo solamente como algo que nunca debe repetirse! Creímos que esa gran conquista iba a permanecer en el tiempo, sin darnos cuenta de que, en especial, algunos nietos de los que no ganaron la guerra iban a resucitarlo con ánimos revanchistas. Para ellos no vale esta Constitución. Hay que cambiarlo todo, redactar una Constitución sectaria, echar al Rey y hacer de España la “madura” Venezuela europea. Mira que bien
Es hora de que los defensores del espíritu de concordia y de superación de enfrentamientos que animó la redacción de la Constitución, y en especial los supervivientes de aquella Legislatura,, hagan un llamamiento al pueblo español, para recordarle que, sin consenso ni mesura, todo puede irse a pique. Ellos sí que fueron unos verdaderos patriotas, en el mejor sentido de la palabra. Situaron la paz y el bienestar de los españoles por encima de ideologías, de bandos enfrentados y de absurdos separatismos, respetando la unidad y la integridad de España, una nación de cuya Historia deberíamos sentirnos orgullosos sus naturales, compartiendo todo un bagaje de valores morales que hacen grande a nuestra Patria. Sí, aquellos fueron unos patriotas.
Ahora hay quienes dicen que no, que la patria es “la gente”. Ni Historia, ni unidad, ni valores: “La gente”. ¿Dónde empieza y donde termina “la gente”?
* En memoria de Antonio de la Torre (q.e.p.d.), buen ceutí y buen amigo.
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