Patrimonio histórico y barbarie yihadista o los últimos días de Palmira

La noticia de la toma de la casi totalidad de la ciudad de Palmira por la organización terrorista del Estado Islámico (EI) el pasado miércoles, 20 de mayo, ha hecho temer lo peor, a saber, que esta inestimable joya de la cultura clásica en territorio sirio pueda, pura y simplemente, desaparecer de la faz de la tierra. El destino de la histórica ciudad de Palmira se encuentra en manos de las huestes yihadistas. Las informaciones que llegan del frente apuntan a que Daesh, acrónimo en árabe del ente terrorista, controla la mayor parte de la urbe, situada en el centro geográfico de Siria.

Previamente evacuado el grueso de la población, la fuerza de las arremetidas de Daesh, acrónico en árabe del EI, ha impelido a las milicias leales a Bachar Al Assad a retirarse del norte de Palmira. Es aquí, precisamente, donde se encuentran las ruinas de la época imperial romana, edificada hacia finales del siglo IV y renovada por Justiniano en el siglo VI. Unos vestigios que cada año visitaban miles de turistas y que dan cuenta del apogeo de la ciudad, pero que no representan más que tres siglos de una historia milenaria. Además de la parte septentrional de Palmira, según el Observatorio Sirio de Derechos del Hombre, los radicales islámicos controlan la base aérea, edificios de seguridad y la prisión. En el momento de redactar estas líneas, únicamente la sede de Inteligencia Militar, al oeste, escapa a la toma yihadista. De no producirse un vuelco radical en la actual situación es sólo cuestión de tiempo que el EI extienda su control a todo el complejo histórico de Palmira… La directora general de UNESCO, Irina Bokova, ya ha dado la voz de alarma. Palmira, clasificada como patrimonio mundial de la humanidad, es una joya arqueológica y arquitectónica. Tras el saqueo de Nimroud y Hatra, y del museo de Mosul, en Irak, el riesgo de abordaje y menoscabo de la ciudad antigua de Palmira es real. Sobre todo cuando Daesh ha mostrado ya su particular empeño en violar emplazamientos de elevado valor histórico y cultural. Pero, ¿por qué? Primeramente, porque la destrucción de los sitios arqueológicos por los yihadistas forma parte de su ideología, que sólo contempla la veneración de Alá y su Profeta. Daesh no es la única organización que destruye el patrimonio cultural de la humanidad en nombre de la religión. Otras organizaciones extremistas de ideología islámica han hecho lo propio. En 2001, los talibanes afganos derribaron los gigantescos budas de piedra de Bamiyán, que fueron tildados entonces de “ídolos”. En 2012, en el norte de Malí, Ansar Eddine arrasó los mausoleos de los siete santos de la ciudad de Tombuctú, cuyo culto es considerado herético por las corrientes ortodoxas de la religión mahometana. Frente a talibanes y radicales islamistas tuaregs, Daesh ha ido un poco más allá, ya que su proyecto persigue la supresión de todo vestigio de civilización anterior o extranjera al Islam: La historia empieza con Mahoma y sólo es lícito aquello que emana de su doctrina religiosa. Por otra parte, la destrucción de sitios arqueológicos constituye un importante elemento de comunicación política y propaganda. Al igual que ocurre con la difusión de videos y fotografías de ejecuciones, se pretende llamar la atención sobre las acciones de Daesh para fundar nuevas vocaciones. Junto con esta comunicación “externa”, el objetivo es también “interno”, hostigando a las poblaciones de los territorios bajo control para mantenerlas bajo su yugo, poniendo de relieve la determinación de sus combatientes y convicción religiosa. Expertos han dado cuenta que la destrucción del patrimonio cultural en Irak se aceleró cuando el EI atravesaba apuros en su vertiente militar. La destrucción de obras de Mosul, que tuvo lugar el pasado febrero, coincidió, precisamente, con una contraofensiva de Bagdad, apoyada por milicias chiitas, para recuperar el control de la ciudad. Así, no hay que descartar que, en algunos casos, esta política de destrucción sirva para desviar la atención de sus combatientes sobre los reveses militares y compensar una eventual frustración. Ya por último, el saqueo de sitios históricos ha servido a Daesh para financiarse, a través de la venta de antigüedades en el mercado negro. El EI ha dinamitado numerosas iglesias y monumentos, santuarios cristianos y judíos, o palacios asirios, para vender un sinfín de piezas a precios muy bajos en Europa y Asia. A cambio de una importante comisión por su intermediación, son las propias mafias internacionales quienes informarían a la cúpula de Daesh de aquello que podría tener acogida en el mercado negro. Según el diario británico The Guardian, Daesh obtuvo en junio de 2014 unos treinta y seis millones de dólares en una única provincia siria gracias a la venta de piezas de más de ocho mil años de antigüedad. La toma la ciudad antigua de Palmira constituye, por tanto, todo un éxito para Daesh, tanto a nivel militar y estratégico, como de propaganda, conforme a su concepción rigorista de la religión, y económico, posibilitando incautarse de objetos únicos cuya venta aporte pingües ingresos a las arcas de la organización terrorista.