Estamos al inicio del mes de junio y el tiempo ha mejorado bastante. Ya deseaba que llegara el buen tiempo, más, tras los meses que llevamos de lluvia. Hoy que reluce un resplandeciente sol, voy a coger el coche e iré a Punta Carnero. Una vez allí y tras aparcar el vehículo, me daré un paseo lo más cercano a la costa, no perder de vista la mar es para mí muy reconfortante, me vitaliza.
Días atrás tuvimos temporal de levante y eso en el Estrecho de Gibraltar equivale a día nublado. Hoy por el contrario está el “celaje” abierto al azul.
Recorro un buen tramo de monte y llego a la playa. De inmediato bajo a ella, cuando piso la arena observo que está sucia. Este es el resultado de la dinámica que ejerce el levante sobre nuestras costas. Todo cuerpo flotante que se halla en la zona de influencia de los vientos del este, es arrastrado a la orilla. El levante es el principal enemigo de los cuidadores de playas.
En este mes de junio, se nota que los días son más largos. Absorto en mis pensamientos, me topo con los restos de una patera. Solo queda el espejo de popa y un trozo de la borda de babor. El gran tamaño y el color azul oscuro, claramente te señala el origen de la misma. Es la típica embarcación que se utiliza en Marruecos para el traslado de inmigrantes a la península.
Sigo con el paseo pero con la estampa de la patera en la mente. Esos trozos de madera ¿qué odisea habrán vivido?. Quiero hacerme una idea de lo que pudo suceder y pienso que vendría cargada de subsaharianos o marroquíes, que el temporal de levante les sorprendió cerca de tierra y el patrón ante el temor de naufragar lejos de la orilla, puso proa a tierra hasta encallar en la playa. Los pasajeros alcanzarían tierra firme sin contratiempo y el patrón sin poder dominar la patera, por la fuerza de las olas, optó por abandonarla antes de ser sorprendido por la vigilancia costera.
¿Qué clase de vida tiene esta pobre gente, que les empuja a jugarse la existencia con el fin de llegar a nuestro país?. Es indudable que los países ricos lo son cada vez más, y los pobres cada vez más pobres. En algún lugar leí que: La riqueza determina la salud y la salud determina la riqueza. El índice de enfermedad en los países pobres es muy alto, por lo tanto el enfermo no puede desarrollar su trabajo y así nunca puede superar la pobreza, al mismo tiempo que debilita la economía del país. Es sabido que el hambre engendra hambre. Antiguamente el hambre era una inseparable compañera de los pueblos, pero sobrevenía por causas naturales. Hoy la tecnología ha superado aquel jinete apocalíptico y la desnutrición se debe al comportamiento humano.
Como ocurre siempre, las víctimas de las grandes desgracias son los pobres y en este caso también. Ocho millones de personas mueren al año de hambre o desnutrición y de ellas, cinco millones son niños.
Mientras tanto, los países ricos se dedican a incrementar los presupuestos a los ministerios de defensa, olvidándose de la hambruna que ellos han originado, por ejemplo en el continente africano.
Durante años, las potencias mundiales han explotado África y no han tenido el más mínimo reparo en asolarla para luego abandonarla a su suerte. La tala indiscriminada de árboles, ha convertido lo que antes era un vergel, en zona desértica. Al no existir árboles, la influencia de lluvias es muy baja y cuando llueve es de forma torrencial, teniendo como resultado que la escorrentía superficial arrastre a los arroyo, ríos y finalmente al mar, la poca tierra fértil que queda en el continente.
Hemos condenado a varios pueblos a la pobreza y los países ricos tienen la obligación de paliar esta tremenda agresión, pero no lo hacen. La ayuda de los grandes países para reducir el hambre en el mundo se ha reducido a la mitad desde los años sesenta.
Estas circunstancias obligan a esta pobres gentes a cruzar el Estrecho. La muerte es cosa de un momento, el hambre un día si y otro también debe ser lo más terrible que un ser humano puede soportar. Dejar su país, su pueblo, su familia y sus amigos, para partir a un país desconocido no es fácil.
Somos demasiado materialistas y crueles con nuestro semejantes. Parece que nos molesta. Ahora bien, proclamamos a los cuatro vientos esa falsa filosofía de “hagamos el amor y no la guerra”. ¡¡Que tremenda falacia!!, todos nos abanderamos con el pacifismo, pero miramos para otro lado cuando nuestros semejantes mueren de hambre. Y solo porque son de diferente raza o religión. Triste. Muy triste.
Ojala que todos los que vinieron a bordo de aquella patera, encuentren un futuro mejor y que pronto, “la sensatez de nuestros gobernantes”, los lleve a paliar totalmente el hambre en el mundo.
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