En circunstancias decisivas como las reinantes, sería prácticamente imposible trazar una línea divisoria en el mapa mundial y averiguar el común denominador de aquellas otras que dividen al universo contemporáneo, ante una crisis sanitaria que ha eclipsado lo habido y por haber.
Hoy, el centro de gravedad epidemiológico ha abandonado el Atlántico, como del mismo modo, ha ocurrido al otro lado de los Océanos Pacífico e Indico: desde que irrumpiese el COVID-19, comúnmente conocido como Coronavirus, en el horizonte estratégico se han abierto asimetrías para hacer frente al mayor desafío de la Historia reciente.
Por doquier, el virus avanza velozmente, paralizando la vida y comprometiéndonos no ya a la muerte propia, sino también, induciéndonos a la ajena. Por primera vez en centurias, el mundo lucha contra un rival cambiante, incierto e indeterminado.
¡De pronto!, la especie humana se siente moribunda bajo la sombra despiadada de la agonía por lo imperceptible e invisible. Un adversario intangible que se hace visible en la desolación, perturbando un pasado, el presente y futuro como el que se nos cierne bastante oscuro. Las evidencias inexorables con la prórroga del confinamiento y el inicio de la primera fase de la desescalada, inducen a un deterioro irrevocable con sensaciones incrementadas por el escepticismo que lo acorrala todo.
A estas alturas, ya nadie duda, que el coronavirus es un virus repentino, tanto por su elevada potencialidad para hacerse sentir, desenvolverse y hacernos enfermar, como por su magnitud de arrinconarnos contra las cuerdas.
Indudablemente, queramos o no queramos, somos testigos de una anomalía desde el punto de vista sanitario y probablemente, estemos emitiendo en vivo y en directo una epidemia. Luego, ¡subsistimos en la complejidad, interdependencia e inseguridad de un cosmos asechado por las garras colaterales del coronavirus!
Una mirada retrospectiva nos lleva a afirmar que el confinamiento que soportamos, no es ni mucho menos, lo más peyorativo que en lo distante le ha ocurrido a la humanidad. Porque, con anterioridad, diversas pandemias han desolado al hombre y algunas han sido especialmente virulentas.
Sucintamente, hagamos un breve recordatorio de las grandes plagas sucedidas en los dos últimos siglos, que, tal vez, nos permitan hacer un ejercicio de estimación existencial en los instantes puntuales que vivimos.
Partiendo desde el siglo V. a. C., con la peste de Atenas y exactamente en el período de Pericles, que murió por dicha enfermedad: por aquel entonces, en el Peloponeso o Morea, Atenas era la demarcación hegemónica y la calamidad desembocada supuso que Esparta relevase a esta, como el estado más importante de Grecia.
Alcanzado el siglo XIV, en el año 1384, la peste negra arrasó al Viejo Continente, los mongoles se plantaron en la península de Crimea e intentaron tomarla, catapultando por encima a miles de fallecidos contaminados, hasta darse por iniciada la epidemia que mortíferamente se paseó por cualesquiera de los lugares, salvándose Islandia.
El hecho destructor conjeturó variaciones significativas en la economía y un intensísimo retroceso en la marcha de la misma; la mortandad sobrepasó los 75 millones, o séase, el 60% y el socavón poblacional duró unos cien años hasta ver algo de luz. Obviamente, repercutió en cada uno de los estratos sociales, anulando el comercio, arruinando las ciudades y las masas se trasladaron a la vida rural. Pero, la más fulminante recaería en la viruela, que en el siglo XVIII arrasó a 300 millones de individuos. Precisamente, la primera vacuna elaborada, sería para tratar esta mal ya erradicado.
Sin embargo, la segunda más letal aún efectiva en nuestros días, si bien, en menor tendencia. Me refiero al sarampión, que desde su irrupción, se ha llevado por delante a 200 millones de personas. Su principal complicación, al igual que con el coronavirus, estriba es sus elevados indicadores de inoculación.
Aproximándome a fechas más recientes en este recorrido por el sumidero de las epidemias, irremediablemente, hay que referirse a la gripe española de 1918: ocasionó tantas víctimas como en la I Guerra Mundial o Gran Guerra, liquidando al 20% de los enfermos, o lo que es lo mismo, a unos 100 millones de personas. Socavando a la economía e inquietando enormemente los movimientos migratorios.
Ya, en 1981, apareció el virus de la inmunodeficiencia humana, abreviado, VIH, el sida, que presumió la estigmatización de gran parte de las sociedades y contribuyó a los hábitos, apreciaciones generales y prácticas sexuales existentes, con poco más o menos 36 millones de defunciones.
Igualmente, en lo que llevamos de siglo se han generado otros virus, a cada cual, peor, como el síndrome respiratorio agudo grave, conocido como SARS, aparecido en el año 2002, semejante al coronavirus y procedente de Asia, teniendo como consecuencia el fallecimiento de 744 personas de los más de 8.000 contagiados.
Mismamente, en 2009 con la gripe porcina o gripe A, resurgió el espectro de la gripe española y sacrificó a 19.000 personas; o en 2012, en Arabia Saudí, con el síndrome respiratorio de Oriente Medio, abreviado, MERS. O, en la horquilla 2014-2016 con el protagonismo del ébola en África, costando la vida a 11.000 almas y como no, en 2016, la aparición del virus zika.
Tampoco puede relegarse con millones de decesos otros padecimientos tan funestos como nefastos, como la plaga de Justiniano o el tifus, el cólera o la tercera pandemia o peste bubónica, o la gripe de Hong Kong, etc.
Con lo cual, este sería a groso modo, la incidencia de las diversas epidemias que en determinados intervalos de los trechos, han incidido más o menos en intensidad, dejando la huella indeleble del abatimiento inhumano.
La pandemia del COVID-19, ha supuesto un agravio en todos los sentidos: miles de muertos con la singularidad de no haber dispuesto ni de un beso ni abrazo y casos confirmados de contagios por millones, o eventos prohibidos o postergados, inmovilización de los negocios y de las actividades financieras, o límites fronterizos y espacios aéreos impenetrables, o calles desiertas y ciudades fantasmagóricas.
La vertiginosa transmisión del virus ha enclaustrado a millones de personas y ha forzado a aplicar el distanciamiento social como regla de oro. Ahora, los pueblos de Europa emprenden sus pertinentes y graduales procesos de desescalada con compases desiguales, e incluso, sin un criterio común en la Unión Europea, que los ubica en el espacio más allá a la época estival.
En este entorno, no resulta utópico que lo que más preocupa e inquieta es la opinión de expertos en salud, ante la sospecha de un segundo enjambre de muertes e infecciones, que, irremisiblemente apremiarían a establecer nuevamente la cuarentena.
Para ello, es preciso considerar con detenimiento el ‘Informe Cualitativo predicción epidemia a largo plazo’, confeccionado por la Jefatura de los Sistemas de Información, Telecomunicaciones y Asistencia Técnica, abreviado, JCISAT, perteneciente al Ejército de Tierra, con el que se pormenoriza lo dificultoso que supondrá omitir al coronavirus del sentir cotidiano, excluyendo, que algún anticipo científico favoreciera un giro imprevisto en el contexto real. Lo indudable, es que lo más previsible trace dos oleadas más del virus que nos demoraría entre un año o un año y medio, en conseguir al menos la normalidad. Y, es que, como si se tratase de un torbellino que nos intimida con aumentar su categoría a lo máximo en los sectores más recónditos, el coronavirus está presto a impactar y dañar el sistema inmunológico .
Con estos mimbres, las administraciones y autoridades sanitarias tratan de impedir nuevos episodios y que esta enfermedad no se amplifique demasiado, desapareciendo cuanto antes; al objeto de contrarrestar a otro de los agentes patógenos que nos pudiese reportar a neumonías o padecimientos respiratorios.
El telón de fondo económico que percute a más no poder, aunque es apresurado para unas primeras valoraciones que conjeturen si definitivamente la epidemia alumbrará un cambio histórico sin precedentes, las medidas de aislamiento y cuarentena, a las que se unen la recesión de China o las secuelas en el tejido industrial y empresarial, entre otros de los perjuicios, entrevén pérdidas escabrosas con una sacudida catastrófica en la comercialización, los productos o el turismo.
Si a ello le agregamos, que residimos en una comunidad aparentemente desahogada y de confort, en la que cualquier causante externo, llamémosle físico, químico o biológico que, inmediatamente, hace oscilar los pilares fundamentales de la aldea a la que pertenecemos, entonces, las probabilidades de transmisión de agentes biológicos como los que nos percuten en este momento y no antes, son infinitamente ciertos y el coronavirus está con nosotros acechándonos.
El virus de la familia ‘Coronaviridae’, que, posteriormente, se ha llamado ‘SARS-CoV-2’, ha infectado a 4.038.747 millones de personas en el conjunto de la población mundial, mientras que la cantidad de fallecimientos supera los 279.68 y los recuperados se elevan a 1.320.000.
Cifras, que irremisiblemente varían constantemente y conforme transcurran los días a la hora de la lectura de este pasaje. Por este orden, EEUU, Reino Unido, Italia, España, Francia y Alemania, entre algunos, se hallan entre las naciones más sitiadas por la pandemia, en cuanto al número de positivos confirmados y donde se ha vencido la barrera de los 100.000 casos. Incuestionablemente, estos países han dejado en proporciones a China, epicentro donde afloró la infección.
Además, en la amplitud geomorfológica el coronavirus ha transitado desde Europa a América, donde es la zona con más víctimas e infectados. De este maremágnum, sobraría exponer, que millones de personas precisan acuciantemente de ayuda humanitaria para su supervivencia. Me refiero, a los provenientes de conflictos bélicos, o de todo prototipo de violencias, calamidades naturales o persecución política, etc., renunciando a lo que les quedaba y en busca del mínimo atisbo de desahogo, careciendo de medios para su sostenimiento más paupérrimo.
Llegado hasta aquí: si las un sinfín de historias anónimas que andan errantes y desgarradas en términos tan distantes de la cartografía global, no reciben a corto plazo algo de atención y quedan en el olvido, la pandemia del coronavirus podría complicar aún más, su sobrevivencia.
En este puzle irresoluto, la Organización Mundial de la Salud, abreviado, OMS, encaja a Europa como la circunscripción más castigada y con más afectados: 1,62 millones, seguida por América con 1,5 millones; toda vez, que entre los más abrumados por el virus se acentúa la subida de Rusia. Si bien, este organismo confronta realidades dispares, porque aun dando la sensación de aplacarse en la mitad de Occidente, la pandemia progresa en las regiones del Este, como Ucrania o Turquía.
Los recuentos sanitarios nacionales respaldan que los pacientes recuperados a nivel integral, corresponde a 1,3 millones, lo que representa más de un tercio del total; los que están en estado grave o crítico suponen 48.000, un 2% de los activos.
Haciendo un recorrido por los continentes de mayor a menor superficie, descartando a la Antártida, la pandemia auspicia un panorama árido e infructuoso. Primero, comenzando por Asia, China el país origen del germen, fundamentalmente, en la provincia de Hubei y la Ciudad de Wuhan, como se ha citado, ya no es el primero, pero, sí el primitivo en contagios y defunciones, encontrándose en la meseta de la curva en cuanto a la evolución.
Sin inmiscuirse, que últimamente se han detectado más casos importados que de positivos local, lo que ha obligado a imposibilitar el acceso de extranjeros, exceptuándose, el personal diplomático. En la medianía Oriental de Asia, se enfatiza el esparcimiento del virus en Indonesia, Filipinas, Malasia, Pakistán y Singapur. Contrayendo una concentración distinta en el resto del continente.
Segundo, en América, EEUU es por antonomasia, el más aprisionado por este infortunio y el único con el listón más alto en el guarismo de transmisiones y muertes. A pesar de haber establecido fórmulas para detener la enfermedad, como la interrupción de vuelos provenientes de Europa o declararse la emergencia nacional; amén, de prohibirse la gestión temporal de los permisos de residencia, nadie le quita en ser el único que lamentablemente ha contabilizado 2.000 tránsitos en una sola jornada. Apenas dos semanas más tarde, se han sucedido manifestaciones celebradas por varios estados, objetando el confinamiento.
En Canadá, casi la mitad de los finados están relacionados con las residencias de mayores, como la situada en Quebec.
En América Latina como Ecuador, Chile, Brasil o Perú, continúan acrecentándose los dígitos hasta acercarse a los fondos de sus recursos. Con el sistema sanitario excedido en algunas comarcas, se han ampliado otras avanzadillas con núcleos de infecciones en sus centros penitenciarios comprimidos, lo que ha incitado a un hervidero de duras rebeliones para reclamar medicamentos y la puesta en libertad. Sin soslayarse, Colombia, Argentina o México, con reducciones periódicas, dependiendo de los contagios y forzando a retornar al confinamiento.
Tercero, África, el último de los continentes en el que se ha infiltrado el COVID-19, desde que Egipto transportara el primer positivo, ya no quedan escondrijos donde la pandemia no haya hecho acto de presencia, aunque el cómputo provisional de los mismos, no se han disparado como en otras esferas del planeta.
En segmentos más rezagados como el desierto del Sahel, la interrupción de programas de vacunación con motivo del confinamiento, han allanado el camino para que proliferen afecciones relegadas como la temible polio, aguardándose con espanto la recalada de otras más antiguas, como el sarampión.
Cuarto, en Europa, eludiendo a Italia, España o Francia, no por ser menores sus situaciones trágicas, Reino Unido se ha convertido en el territorio con más difuntos y el segundo del mundo, por detrás de Estados Unidos. Mientras sus vecinos formalmente establecían la cuarentena, este convino por una estrategia contraria y asentada en la inmunidad de grupo, no fijar el confinamiento hasta el mes de marzo: las consecuencias dantescas estarían por llegar…
Es más, estando anunciado que en pocos días se declare el plan de desconfinamiento, los especialistas señalan que aglutina las variables ideales para ser la superficie europea más golpeada por la pandemia. Una tesis corroborada por el Diario ‘Financial Times’, con una investigación que cuantifica los decesos en los 41.000.
Por lo demás, la circulación del virus es comparativamente dominante, como en Bélgica, que augura una reapertura paulatina de comercios y colegios a mediados de mayo; o en Países Bajos, que reabrirá las escuelas, pero con el impedimento de funciones multitudinarias hasta septiembre.
A diferencia de Suiza, en un ambiente de adversidad, pronostica una flexibilización escalonada de las limitaciones impuestas por el coronavirus; Suecia e Irlanda, reúnen miles de positivos. La República Checa, ha adelantado el levantamiento de las acotaciones en los movimientos, al sopesar que la epidemia ha disminuido por la depreciación de la propagación.
Finalmente, Austria ha levantado el confinamiento y sus establecimientos de hostelería y gastronomía se preparan para abrir, imponiendo una distancia mínima de un metro y en comercios y transbordos públicos es imperativo llevar cubierta nariz y boca.
Y, por último, quinto, en Oceanía, Australia alivia gradualmente el confinamiento con la activación de los sistemas de cuidado infantil, centros de enseñanza y vía libre para el disfrute de algunas playas. Pese a todo, muchas empresas permanecen cerradas a cal y canto y, con excepciones, no están autorizados los encuentros de más de dos personas.
En Nueva Zelanda, tras nivelarse la curva clínica, se ha reestablecido el 75% de las labores económicas y comerciales; conjuntamente, se han reabierto las escuelas. No obstante, prosiguen en vigor las restricciones en trabajos sociales y como no, las pautas recomendadas del distanciamiento físico. En proposición, está el restablecimiento de los viajes de vuelo entre ambos estados.
De ello se desprende, que cinco países están siendo cualitativa y cuantitativamente golpeados por la pandemia y totalizan el 60% de los muertos en el mundo; valorándose que su población constituye el 8% de los habitantes: EEUU, Reino Unido, Italia, España y Francia. Amplificando el abanico a las diez cunas más azotadas por el virus, se advierte que equivalen algo así como al 83% de los fallecimientos, aun simbolizando el 12,8%.
España, implica el 10% de los perecidos globalmente.
Consecuentemente, las lecciones aprendidas en la detección, tratamiento y contención de la crisis del coronavirus que, hoy por hoy, nos amotina y en la que el Reino de España es uno de los mayores perdedores por su imprevisible, aunque, en cierta manera, predecible proceder, como cifras, tipologías de transmisión y heterogénea y poco adecuada intervención para desafiar esta catástrofe en sus etapas preliminares y de más virulencia por los desaciertos, tardanzas e incorrectas praxis; nos ha condenado a ocupar los primeros puestos del ranking, en lo que respecta a los porcentajes de enfermos y en los números que, desgraciadamente, obtenemos de óbitos, entre pacientes y personal sanitario.
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