Si exceptuamos los cultos en honor de la Patrona, cualquier parecido entre la feria de 1923 y la actual sería pura utopía. Fuera de programas, atracciones y cabalgatas, uno se imagina unos festejos románticos, pueblerinos, muy participativos y, sobre todo, libres de la más mínima contaminación acústica. ¡Qué placer para quienes abominamos la terrible y desmesurada guerra de decibelios actual! Ciertamente, las veladas nocturnas en el anillo circular de la plaza de África serían toda una gozada.
Los festejos de nuestros abuelos, a falta de dineros, precisaban de mucha imaginación. Cuánta tendrían que derrochar, en ese sentido el flamante alcalde de la época, Demetrio Casares Vázquez y su concejal de festejos, Manuel Sala Gabarrón, para arreglárselas con 38.338 pesetas con 20 céntimos -¡qué exactitud, oiga!-, de presupuesto.
Con tales caudales la cosa no daba más que para cuatro días. Y más que suficientes porque, según la prensa de la época, Ceuta entera se lanzó a la calle para disfrutar plenamente desde el primer día unas fiestas que se iniciaron con los juegos florales en los que actuó de mantenedor el letrado malagueño y diputado en cortes, José Estrada y Estrada.
De aquel programa, dos citas acaparaban el interés mayoritario de la ciudadanía: esas veladas de todas las noches en la plaza de África (por entonces de la Constitución), “con iluminación eléctrica”, según destacaba la publicación, y las sesiones gratuitas de “cinematógrafo público” en la avenida de Villanueva (la actual Victori Goñalons), sólo durante los dos primeros días de las fiestas.
Como la tradición de procesionar a la Patrona el día de su festividad aún no estaba instaurada y ni siquiera pasaba todavía por la mente de nadie, los actos en honor de Nª Sª de África se limitaban a una solemne salve “a toda orquesta” en su Santuario, la víspera de la festividad y a la función religiosa del siguiente día, cantándose “una misa a toda orquesta” según recogía también el programa, una vez finalizada la diana floreada con las que las célebres y entonces múltiples bandas de música de la guarnición despertaban al vecindario, según la costumbre de la época.
Los deportes, por entonces, gozaban de un especial protagonismo en la celebración, especialmente los concursos hípicos y las competiciones de natación. El fútbol, por su parte, que comenzaba a tener cada vez más relevancia, ofrecía su plato fuerte con la copa de Ceuta en el campo de la Hípica. Completaban el capítulo deportivo el tenis, el tiro al blanco y las carreras de resistencia y velocidad en bicicleta.
En tiempos en los que por nuestras calles apenas si transitaban coches -¡qué gozada sería también aquello!-, nuestros paisanos disfrutaron de lo lindo con el gran concurso de vehículos de todo tipo, que para la ocasión deberían ir convenientemente adornados, y para el que se anunciaban buenos premios.
Esos mismos coches tenían derecho a participar después en la gran cabalgata cívico militar del último día de feria. Y tras ella, el final de fiesta solemnizado con la traca real que ponía el broche de oro a unos festejos en los que no faltaron los concursos de belleza, la elevación de globos y fantoches en la plaza de la Constitución, las barracas feriales y las tascas en el Rebellín, los conciertos y los pequeños carruseles.
Fuera ya del aspecto lúdico, las fiestas contemplaron también en el aspecto benéfico el reparto de “abundantes limosnas” a los pobres de la localidad durante dos días y a la inauguración de la Cantina Escolar de San Amaro.
Dentro de esa modestia que citamos, lo cierto es que los ceutíes pudieron desconectar al menos durante esos cuatro de la inevitable pesadilla de la guerra de Marruecos, amén de la inquietud política nacional que se vivía y que habría de desembocar tan sólo un mes después en el golpe militar de Miguel Primo de Rivera que iba a acabar con el sistema liberal para dar paso a la Dictadura.
Atendiendo a una invitación del ayuntamiento, visitó nuestra ciudad por espacio de cinco días una nutrida representación de la Cámara de Lisboa, haciendo coincidir su estancia con las fiestas patronales. Con ella venían también representantes de la Academia de la Ciencia, de la Asociación de Arqueología portuguesa, del Colegio de Arqueólogos y de dos periodistas. La misión fue recibida solemnemente en el desaparecido muelle del Comercio por la Corporación Municipal bajo mazas, junto con el Cabildo Catedralicio, Cámara de Comercio y otras autoridades y representaciones relevantes de la ciudad.
En la recepción oficial los miembros de la embajada lusa expresaron su deseo de rendir de inmediato un homenaje de veneración al Pendón de la Ciudad, al tiempo que trasladaban “el testimonio del afecto paternal que su pueblo siente por Ceuta”, simbolizado en un mensaje de salutación que uno de sus miembros entregó al alcalde.
El concejal Julián F. de las Heras agradeció esta visita oficial que por primera vez enviaba el pueblo portugués desde 1640, resaltando como la ciudad seguía conservando tradiciones lusitanas y muchas calles con los mismos nombres de la época de dominación portuguesa: Duarte, Simoa, Antioco, Fernández, Mendoza, Machado…
Con la embajada viajó también el académico luso Alfonso de Dornellas, quien previamente a su disertación “besó con veneración el Pendón, diciendo que lo hace en nombre de Portugal, que por sus labios besa la insignia y al noble pueblo de Ceuta”, según recogen las actas.
Dornellas recibió el homenaje de la corporación ceutí “en consideración a los amplios y profundos estudios realizados por él en numerosas obras dedicadas todas ellas a Ceuta de un interés histórico y extraordinario y de las cuales ha hecho un espléndido donativo para nuestra Biblioteca Municipal, por lo que esta Corporación propone, y así se acuerda, nombrarle Hijo Adoptivo”.
Con motivo de esta visita se grabaron medallas conmemorativas y la Cámara lisboeta invitó a la Corporación Municipal a visitar Lisboa. A tal efecto se comisionó para ello, un mes después, a los ediles Criado Hoyos, Salas Gabarrón, de las Heras Jiménez, González Marzo y al secretario del Ayuntamiento.
Tal visita, sin embargo, no llegó nunca a realizarse.
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