La desolación social y política ha alcanzado unos niveles que, desde hace ya bastante tiempo, hemos decidido que lo mejor era tirar la toalla y abonarnos a los aliéname de luxe de turno, más fáciles de digerir, sin duda alguna.
Los nauseabundos olores que emanan de las diferentes cloacas políticas, sindicales y asociativas han favorecido la postura de “que-se-jodan-con-sus-chanchullos-que-yo-paso”. Esta actitud suicida, que deja el terreno allanado para que se sigan cometiendo tropelías, parece desde luego fomentada y alentada por los distintos estratos del Poder.
A pesar del evidente hastío, no podemos andar constantemente con pinzas en la nariz, ni con máscaras anti mierda para poder respirar entre tanta porquería, porque ello nos condena a ser meras espectadoras privilegiadas en la cima del montón de basura.
Urge un cambio de rumbo de 180º.
Quizás haya llegado el momento de parafrasear con palabras y acciones la famosa frase de Kennedy: “no preguntes lo que las demás pueden hacer por arreglar esto; pregúntate qué puedes hacer tú para arreglarlo”.
Llegadas a este punto, sólo queda evidenciar en qué puntos estaríamos de acuerdo.
¿Está en contra de que los gobiernos presten (prestar, ese verbo que es puro eufemismo) a los bancos ingentes cantidades de capital para pagar sus cuitas con montañas de dinero que jamás volverán? Ya somos más.
¿Está asqueada de que, en muchas ocasiones, los partidos sean plataformas de lanzamiento para políticas sin escrúpulos? Ya somos más.
¿Está en contra de que nuestros servicios básicos sean troceados y subastados a empresas buitre sin otra vocación que la de conseguir brutales beneficios a costa de lo que sea? Ya somos más.
¿Está cabreada porque muchas de las poltronas están ocupadas por señorías que no quieren enterarse de que los bienes públicos, TODOS los bienes públicos [insisto], no son suyos y SÍ de nuestra propiedad, porque nosotras somos quienes los pagamos vía impuestos directos e indirectos? Ya somos más.
¿Está cansada de que en los despachos oficiales se tomen decisiones cortoplacistas porque producen réditos electorales a corto plazo pero cambian muy poco? Ya somos más.
¿Está indignada por la existencia de unas puertas giratorias que hacen que quienes dejan un cargo de importancia jamás vuelvan a su puesto de trabajo, si es que alguna vez lo tuvieron? Ya somos más.
¿Está alucinada con que se establezca un impuesto que trabe a las energías renovables (al sol, principalmente) y favorezca a las eléctricas y sus contaminaciones? Ya somos más.
¿Está bloqueada de ver que las leyes permiten que los ladrones se queden con dinero de la corrupción? Ya somos más.
¿Está desolada con que las superficies arboladas arrasadas por el fuego puedan transformarse en solares para chalés adosados? Ya somos más.
¿Está harta de ver cómo se pierde plantilla en cuerpos como la policía nacional, la guardia civil, el personal sanitario o los bomberos, mermando seriamente la calidad de estos servicios y nuestra seguridad? Ya somos más.
¿Está hasta el gorro de comprobar cómo la Educación pública se desprestigia a diario por ministras que tienen el deber de defenderla? Ya somos más.
¿Está soliviantada porque las listas de espera en sanidad son desesperantes y las profesionales del ramo tienen que multiplicarse para que las pacientes estén atendidas lo mejor posible? Ya somos más.
¿Está hastiada de comprobar una y otra vez que las mujeres somos siempre el escalón más bajo de la sociedad? Ya somos más.
¿Está desesperada de evidenciar que los programas electorales o están confeccionados al servicio de unas pocas o sencillamente no se cumplen? Ya somos más.
Habiendo sentado las bases de que así no podemos seguir, tal y como están las cosas sólo nos quedan dos vías: o continuamos rajando -en voz baja, eso sí- aceptando el yugo con resignación por eso de que “podría-ser-peor”, o somos consecuentes con el dolor que nos procuran látigos y grilletes.
Pasó el tiempo de revolcarnos en el fango de nuestras estériles lágrimas de cocodrilo y de regodearnos en eternas protestas de mesa camilla.
¿Esto es una Democracia? Ejerzamos, pues, de demócratas activas y participemos en cualquier institución de esas que dicen están abiertas a las ciudadanas. Dejemos de ser papeletas útiles, inundemos los partidos que sean acordes a nuestra ideología de pensamiento para ser partícipes de toda la maquinaria que, al fin y a la postre, también pagamos nosotras.
Dejemos de ser las sempiternas cabreadas silenciosas para pasar a ser activistas del compromiso y dejar bien claro que sin nosotras no hay nada, porque nosotras lo somos todo. Por si las dudas, recuerde siempre lo que se nos repite hasta la saciedad desde esas casas del pueblo de variopinto color: “vengan, estarán en su casa”. Seamos consecuentes con el mensaje e instalémonos. Cambiemos el pasen y vean, por el pasen y hagan y recordemos siempre eso de “si nadie trabaja por Ti, que nadie decida por Ti”. ¿Fácil, verdad?
Usted, como siempre, sabrá lo qué más le conviene, pero tenga en cuenta que una Democracia sin activa participación de las ciudadanas acaba siendo el coto privado de unas pocas. A eso se le llama dictadura.
Dejemos de preguntar qué pueden hacer por nosotras las que mandan y rindámonos a la evidencia de que sólo nosotras tenemos el destino en nuestras manos.
Ha llegado el momento.
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