Marruecos celebra este viernes la Fiesta del Sacrificio en medio de grandes restricciones por el aumento alarmante de casos de coronavirus, en un intento por lanzar un salvavidas a la agricultura y el mundo rural que viven este año el doble castigo de la sequía y la pandemia.
Contrariamente a años anteriores, este año no se ven en las calles hombres con su alfombrilla camino de la mezquita, pues el Gobierno ha cerrado los templos para evitar los rezos multitudinarios propios de esta fiesta.
Las calles de Rabat parecen desérticas y a diferencia de otros años, ahora apenas se ven matarifes ambulantes, pues las autoridades exigieron autorizaciones especiales y test del coronavirus a los carniceros que van a degollar los carneros durante la fiesta.
Tampoco se ven en las calles las habituales hogueras para quemar las cabezas y patas del animal después de que las autoridades locales lo hayan prohibido este año.
Por otra parte, millones de marroquíes no van a poder desplazarse y reunirse con sus familiares después de que el Gobierno decidiera por sorpresa cerrar las entradas y salidas de ocho ciudades -entre ellas las más grandes- el pasado domingo por la noche.
Para Rachid Jarmouni, profesor de Sociología de las Religiones en la Universidad Moulay Ismail de Meknés, la fiesta del carnero constituye el rito más importante del año para los marroquíes, y no son pocos los que se endeudan para comprar el animal, por miedo a ser estigmatizados socialmente en caso de no hacer lo que los demás.
La fiesta es sinónimo de reunión familiar, constituye las únicas vacaciones del año para millones de personas que ejercen humildes oficios en las grandes ciudades, y se convierte así en una especie de éxodo inverso.
Rachid Jarmouni, sociólogo: "El marroquí tiene una percepción cultural de la Fiesta del Sacrificio, más que religiosa"
"El marroquí tiene una percepción cultural de la Fiesta del Sacrificio, más que religiosa", señaló Jarmouni, quien cree que el Gobierno pudo haber suspendido la fiesta -ya lo hizo el rey Hasán II en 1996- pero no lo ha hecho por razones económicas.
Al Gobierno no le tembló la mano a la hora de cerrar las mezquitas a cal y canto durante los pasados cuatro meses, sin que se registrasen protestas, pero la Fiesta del Sacrificio se ha mantenido porque va más allá de su dimensión religiosa, al suponer un enorme peso económico en un país aún dependiente de la agricultura (14 % del PIB).
Según cifras del Ministerio de Agricultura, el volumen de negocios medio que supone esta fiesta es de 2.000 millones de dirhams (1.090 millones de euros), y la mayor parte del gasto acaba revirtiendo en el mundo rural.
Se han separado más de 7,2 millones de cabezas de ganado ovino y caprino para esta fiesta, suministrado por 242.000 unidades de cría y engorde de estos rebaños.
"Los agricultores podrán así cubrir los gastos de otras actividades agrícolas, y concretamente las relacionadas con los preparativos para la próxima campaña agrícola", según explicó el Ministerio de Agricultura en un anterior comunicado.
Los ganaderos -que se quejan de la baja demanda, de un excedente del número del rebaño y de las deudas que pesan sobre ellos- albergan sus últimas esperanzas en esta fiesta para salvar la temporada.
La Fiesta del Sacrificio es una oportunidad también para activar oficios como los de carniceros, transportistas, peleteros, junto a otras tareas relacionadas específicamente con la fiesta como aquellos que venden pasto para los animales o carbón para las parrillas, o los afiladores de los cuchillos con los que se trocea al animal.
Para salvar estos oficios y la economía rural, el Gobierno se enfrentó al dilema de mantener la situación epidemiológica controlada o seguir adelante con la fiesta, una ecuación difícil de resolver.
Y es que, pese a los múltiples llamamientos del Gobierno para respetar las condiciones sanitarias (distancia social, mascarillas), los días previos del Aid se registraron cifras récord de contagios, que alcanzaron los 1.046 casos ayer jueves y doce nuevas muertes.
El ministro de Sanidad marroquí, Jaled Ait Taleb, dijo el pasado lunes que la situación epidemiológica del país es "inquietante, aunque no fuera de control".
El agravamiento de los contagios se ha producido precisamente después de que el Gobierno decretara, el pasado 19 de julio, el paso de todo el país a la llamada "fase 3" con cierta suavización de las restricciones de movimientos, una medida que el pasado domingo se revirtió parcialmente con el cierre de ocho ciudades.
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