Lo ha dejado escrito Santiago Agrelo, una de las voces más valientes en la Iglesia, sin miedo a ser criticado en su propio entorno cuando se trata de defender al que no tiene voz.
Ha luchado en Marruecos por atender a los inmigrantes que pasan por su camino, saca a la luz las historias que no conocemos, difunde sus impresiones en redes sociales para que, al menos, recapacitemos sobre lo que tenemos aquí al lado.
Por eso, por hacer pública esa voz, recibe muchas críticas. La mayoría del bajunerío que se esconde en perfiles falsos, de aquellos/as que te dan lecciones de moralidad y te insultan escondiendo su identidad dándoselas además de valientes cuando en el fondo no dejan de ser unos miserables de pacotilla ocultos tras su ordenador.
Santiago Agrelo nos cuenta su última visita a Beliones, su intento por repartir alimento entre los pobres, su deseo frustrado por los militares que ejercen un control exhaustivo en los montes impidiendo que quienes allí se ocultan puedan recibir comida, atención médica, auxilio.
Nos cuenta que no pudo llevar a cabo su misión. Fíjense qué pecado quería cometer en plena Semana Santa: dar de comer al pobre, encarnar los valores que adoramos a cada paso en la hilera de procesiones que terminarán este domingo.
No pudo. Luego supo que uno de los inmigrantes que estaba esperando esa atención había muerto de frío hacía unos días. Los demás esperan, los demás confían en que puedan cruzar esa suerte de alambradas y de sistemas de vigilancia millonarios que deja a un lado la miseria y al otro las ganancias de contratos que se nutren de ese diferencial de vidas y de mundos.
Jesús ha muerto de frío en Beliones, nos dice el franciscano, en un mensaje que llegará a unos pocos. El resto seguirá hablándonos de los móviles que se compran, de las mafias, de Lavapiés... de tantas y tantas generalizaciones absurdas.
Lo harán mientras se mantiene un discurso de doble moral, de cruce de sentimientos, de falsa religiosidad, de cristianismo de libro, de escasez de conocimiento, de no querer mirar más allá, de no aceptar el otro lado.
Pero sí, Jesús ha muerto de frío en Beliones, también de hambre, a palazos, perseguido por hombres a caballo, con perros, marcado por las alambradas y acribillado por la indiferencia de una sociedad acostumbrada a ver lo que no es normal como si lo fuera. Llevamos nuestra propia penitencia en vida. Sin darnos cuenta.
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