Opinión

Parque de perros

Abby y yo tuvimos que esperar 6 meses interminables para que la cuarentena de la rabia tocara a su fin. Sanidad desplegó la alarma al encontrarse un perro abandonado que estaba infectado por el virus. Se nos hicieron interminables esas 185 mañanas, 185 tardes y 185 noches en las que teníamos que salir a la calle con la rutina diaria que marcan biológicamente los perros.
Así, con Abby recorrimos la ciudad sin límites amarrados a una correa y a la dialéctica de un tira y afloja que distanció nuestra relación. Visitábamos callejones, playas, montes. Conocimos entresijos de los humanos: cacas, basuras de todo tipo, desperdicios e inmundicias que cualquier marciano que nos visitara tendría que echarse las manos a la cabeza.
Contraviniendo las ordenanzas municipales y a riesgo de ser multado, en algunos amaneceres y anocheceres mientras Ceuta duerme, liberaba a Abby para que husmeara la libertad. Pagué un precio alto pues me gané a pulso los gritos y reproches de ciudadanos airados que recriminaban mi actitud: "¡ata al perro!". Todo ello dicho en ocasiones desde los malos modos y las malas maneras posibles.
Yo lo entendía, pero intentaba que, por unos instantes, mi mascota sintiera el aire, la velocidad, el espacio. Así los dos nos convertimos en pequeños delincuentes.
En nuestros paseos Abby se paraba con cada uno de sus compañeros amarrados y, me imagino, se preguntarían sobre la apertura del parque prometido: Tocaba esperar.
Mi Abby me presentó a muchos humanos con los que entablé una cierta complicidad. Con el tiempo fijábamos los ojos en la tierra prometida: allí estaba, cercana e inalcanzable.
Y llegó lo que Abby interpretó como un paraíso para ser ella misma. Allí en el parque, habían otras normas, otros requisitos. Pensé en voz baja y mascullando entre dientes: "Qué bueno que mi Abby no sepa leer".
El parque de perros abrió las puertas del cielo canino y comenzaron a disfrutar del valor de la amistad, de los juegos, del buscar compañeros compatibles para formar una pandilla. Era una especie de "Verano azul".
Ahora que escribo este caleidoscopio en el cuaderno de anotar la vida me doy cuenta de la generosidad canina; de alguna manera también los perros nos liberan de las cadenas.
En la sombra sin árboles del parque, refugiados bajo un techo de madera y sentados en los bancos envejecidos por la intemperie, he conocido a seres humanos que no hubiera podido conocer de otra manera: solitarios, emprendedores, ilusionados, preocupados. Los cánidos emprendieron la tarea de que sus amos entablásemos una amistad y un compromiso que nos llevarían a charlar sobre infinidad de temas: el trabajo, la política, la guerra, la pandemia y todo lo que iba surgiendo.
Qué curioso; nuestras mascotas crearon un ambiente entre nosotros de amistad, complicidad sin saber de donde veníamos cada uno, a qué nos dedicábamos. En ese anonimato pasamos horas muertas observando las andanzas caninas: marcando territorio, luchando, siguiendo las instintivas reglas del juego, organizando sus manadas parque arriba y parque abajo.
Pienso que ese lugar me ha supuesto la desconexión absoluta, una relajación propia de monje tibetano, un dejar la mente en blanco llegando a sentir el descanso interior. Toda una medicina para el alma.
Reivindicamos la mejora de las instalaciones en su conjunto y no abandonar a la mano de Dios este pequeño universo imprescindible para Ceuta. Debemos de implicar de lleno a la administración local para que colaboren con las asociaciones animalistas, la protectora de animales, las colonias de gatos que subsisten con la buena voluntad de los voluntarios.
Mi perra Abby es mi compañera de hecho. Los canes son fábricas de cariño que disparan la autoestima y la felicidad sin medicación alguna.
Esta tarde volveré a ver a curro, a trece, a las galgas, Hércules, a Lola, Otto, Niki, Cerbe, Martín, kiara, kira, Miki, Luna, yuri, a todos los que nos rescatan de la desidia cotidiana.
Decía Gandhi: "La grandeza de una nación se juzga por el modo en el que trata a sus animales".
Y es eso.. "Ojalá me convierta alguna vez en la persona que mi perro cree que soy".

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