Opinión

Parábola de la oveja perdida (II)

Cuando el alma está preparada a base de silencios y meditación, entonces llora y piensa en sus errores del pasado, para a continuación acercarse a Dios tímida y con miedo. El Apóstol ha de recibir con ternura a un alma arrepentida, y si tiene a Dios en sí, siempre se encontrarán con facilidad, palabras que conforten al alma, aunque esté herida, pero al verse acogida se sentirá aliviada como si hubiese recibido una medicina. El Maestro quiere que los pecadores sientan el sabor de la caridad y no busquen otro alimento. Los Apóstoles son los doctores de las almas, y no deben sentir temor, pues el temor supone castigo. “Quien teme, no es perfecto en la caridad”, (1Ju. 4,18). Los brazos de Jesús siempre están abiertos. Hay que olvidar a Satanás y ser fuerte para poder llevar ovejas perdidas al Señor y decirles que no tengan miedo del Salvador. Él nos espera al otro lado del río para llevarnos a los Pastizales Santos…

Ha amanecido en un precioso día de verano. Cuando Jesús va a subir a la barca, llega Marta con Marcela que quiere hablar con Él un momento. El Rabbí dice a todos que se marchen, Él se unirá más tarde. Tienen que ir a Magedán y a la Decápolis a predicar. Ambos caminan hacia un lugar solitario, allí pregunta Jesús a Marta el motivo de su preocupación, sin perder Su sonrisa. Ella Le cuenta que María llegó a casa, comieron y luego ella le pidió un vestido sencillo y un manto, pues quería oírlo en Cafarnaúm, ya que hablaría aquella tarde.

“Estaba afligida e indecisa, Maestro. Luego lloró, no quiere encontrarse con nadie, no logra deshacerse del monstruo que la esclaviza. Te oyó hablar y comprendió que el mensaje era para ella, y que ya no pecaría más, y que mis oraciones la han salvado. Dijo que ella era la oveja perdida y ha vuelto al redil de la familia. Estuvimos abrazadas como cuando éramos pequeñas junto a mamá, mientras ella hilaba en el telar. Lloramos sin dolor y con gran paz. Luego se durmió en mis brazos y la he dejado en la cama”.

Jesús le informa que tiene la victoria en la mano. “Vete en paz y sé feliz. María es ahora una renacida. Díselo a Lázaro, que esté tranquilo”. Marta comprende que han de tener paciencia. Se despiden. Él marcha hacia la barca, que espera próxima a la ribera. Llega por fin el día en el que Jesús cumple con la invitación del fariseo Simón. Los invitados son todos hombres, los principales del pueblo, con mirada inquisitorial. Se encuentran en una gran sala de rica ornamentación y grandes lámparas de aceite. Ellos se han sentado en el lado opuesto a Jesús, que lleva vestido blanco y sandalias, con cinturón ancho dorado, de Gran Rabbí. Están tumbados para poder comer en una especie de diván turco; junto a Él está Juan. Todos hablan con el Maestro usando excesiva cortesía, a la que Jesús corresponde. En esos momentos entra Magdalena, una joven muy hermosa y rubia, vestida lujosamente con broches y cadenas de oro. Todos se vuelven a mirarla, excepto Jesús, que no se inmuta. Juan la mira un instante y enseguida se vuelve hacia el Maestro. Ella se arrodilla ante Jesús, lleva una jarrita con perfumes valiosos, que deja en el suelo. Se quita todas las joyas y también las deja en el suelo. Llora a los pies del Señor. Jesús mira su cabeza un momento, pero deja que libremente se desahogue. Los otros la miran con ironía y lujuria. El Maestro tiene los pies bañados en lágrimas y ella los seca con su larga cabellera. Saca su ungüento y lo extiende sobre Sus pies, mientras a Él se Le observa en Su rostro piedad y amor. Ante aquel viejo lujurioso el Rabbí la absuelve y le dice:”vete en paz”, y pone la mano sobre su cabeza, que se ha cubierto ya con el velo. El fariseo y los suyos bajan la cabeza comprendiendo el silencio del Rabbí, que sin palabras les ha hecho ver su propia madad. (“Ella sólo vino a Él porque amaba Su espíritu. Había recibido siempre de aquellos indeseables el desprecio. Llegaba al Señor un alma llena de lepra, pero deseaba curarse. Esas joyas que dejó avergonzada de llevarlas encima, Jesús las santificó para luego socorrer a los pobres. El fariseo no se dignó dar un poco de agua para los pies cansados del Señor, pero ella derramó los mejores perfumes al Rey del Universo. Ha renacido María Magdalena y ha muerto la mujer pecadora. Ahora es una joven llena de pureza, pues ha vuelto a nacer a la Gracia. Ella será quien estará allí para dar el último tributo de honor al cuerpo del Señor, y recibirá el primer saludo después de la Resurrección, toda vez que Él había ido a saludar antes a Su Madre.

Jesús había mirado silencioso al fariseo y le dijo todo con Su penetrante mirada. Esta acción de María también se repitió en Betania, en un tono más familiar. Surgía el espíritu purificado de la joven, que ya no lloraba, sino que estaba alegre, pues sabía que había sido salvada. Esparció el perfume que le quedaba sobre la cabeza del Señor. Ella estaba ya limpia de pecado. Los fariseos querían cazarlo con alguna pregunta comprometida. Le preguntaron a qué escuela o secta pertenecía. Jesús contestó: “a la Escuela de Dios. Sigo Su santa Ley y procuro que se renueve en Mis discípulos, que son rectos de corazón. Llevo a los hombres a la Luz de Dios, que es la Ley que Él promulgó en el Sinaí”.

Luego aquellos indeseables Le preguntaron sobre el abuso del César, pues se había apropiado de toda Palestina, y Jesús recordó al Profeta Isaías, (10,5), cuando llama a Asur bastón de Su cólera, la vara que castiga al pueblo de Dios, que se ha separado mucho de Él. Jesús nos recuerda al Profeta Daniel, cuando el Ángel del Señor le dijo: “No temas, porque desde el primer día en que trataste de comprender y de castigarte en la presencia de Dios, tus oraciones fueron escuchadas, y por eso vine”.

No tenemos a un Dios duro ni severo, sino a un Dios misericordioso. Jesús se hace Luz para M. Magdalena, pues ella deseaba ir a la Luz. Cuando el Señor hablaba al gentío sobre la oveja perdida, Le hablaba a ella, mientras luchaba contra la carne que la esclavizaba, y se encontraba en un llanto interno, era la ovejita que sentía náuseas de su vida. Él no quería avergonzarla, sino que poco a poco se fuese convirtiendo en una santa.

Fue una dulce Parábola. Luego María lloró mucho en su habitación. Satanás estaba vencido, sin embargo, a María la criticaron siempre porque no comprendieron su cambio, aunque los buenos no critican jamás, sino que comprenden. Pero la crítica del mundo no importa, sólo importa lo que Dios piensa.

BIBLIOGRAFÍA: Mt.18, 11-14; Lc.15,1-7;J er.23,1-4; Ez.34; Zc.11,4-17; Ju.10,1-18; Mt.9,10-13; 21,28-32; Mc.2,15-17; Lc.5,29-32; Mt.10,11-16;Mc.6,10-11;lc.9,4-5;10,5-12;Lc24,13-35;Mat.28,1-10;Mc.16,1-4;Lc.24,1-49;Ju.20,1-25;Gén.3,6;1Ju.4,18;Lc .7,36-50;Ex. 19,16-20,21; Deut.5,1-22;Is.10,5; Dan. 9,23;10,11 y 19;J u.12,1-8. María Valtorta, “Poema del Hombre Dios.

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