Opinión

Pandemia y cambio civilizatorio

Entiendo que algunos piensen que los escritos que acoge esta sección sabatina son demasiado etéreos. El lenguaje de los símbolos puede resultar algo complicado para los pocos habituados a su lectura. Como dijo H.D. Thoreau, cuanto más te elevas en la montaña resulta más difícil que te sigan. En ningún momento pretendemos dar muestras de altivez y engreimiento. Quisiéramos ofrecer formulas sencillas y rápidas para superar con éxito los retos a los que enfrentarnos a escala mundial, nacional y local, pero, honestamente, no creemos que existan tales recetas mágicas. Por desgracia, nos enfrentamos a una crisis multidimensional que hunde sus raíces y se nutre de una grave crisis interna del ser humano. Esta crisis interna comenzó tras una dramática y mortífera pandemia: la Peste Negra de mediados del siglo XIV. .

La disolución del poder y la dispersión territorial que se inició después de la caída del Imperio romano empezó a cambiar de sentido una vez superada la pandemia de la peste. A partir del armazón intelectual de Maquiavelo se reconstruyeron las estructuras de poder concentrándose en manos de príncipes y reyes, contando con la ayuda del poder eclesiástico, la nobleza y la incipiente burguesía urbana. Las formas de apoyo mutuo que suponían los colegios de artesanos fueron poco a poco eliminadas a favor de la clase gobernante. De esta forma, la economía del bien común fue dando paso al capitalismo. Para la consolidación y avance de este modelo de pensamiento económico fue necesario desposeer a la gente de su bien más preciado: su propia alma. Las formas de democracia comunal, la sabiduría popular, la magia y el arte popular que fue capaz de erigir las grandes catedrales europeas fueron, de manera paulatina, suprimidas. Este arte popular fue sustituido por el arte aristocrático y burgués del renacimiento. No obstante, los artistas a sueldo de reyes y de los grandes mecenas aprovecharon la ocasión y la ignorancia de sus clientes para mantener viva, aunque disfrazada en el simbolismo de sus obras, la llama de la gnosis y el hermetismo.

El ser humano completo, cuyo ejemplo podemos encontrar en la figura de Leonardo da Vinci, fue disgregado para dar lugar al hombre fragmentario. Lo útil y eficaz, desde el punto de vista de la concentración del poder y la riqueza, fueron sustituyendo a los ideales supremos de la bondad, la verdad y la belleza, así como al propósito de una vida plena y rica. Lo mundano se impuso a lo divino, la ignorancia a la sabiduría y la fealdad a la belleza. La vida dejó de tener un valor intrínseco para considerarse solo desde el prisma de su contribución al sumo principio del crecimiento económico y la concentración del poder. El éxito de una vida pasó a medirse en términos cuantitativos de dinero y posesiones materiales.

Una vez fragmentados y desarraigados de la tierra que no sin esfuerzo les aportaba independencia y, por tanto, su libertad individual, fue fácil convertirnos en piezas sustituibles o innecesarias de una megamáquina que no ha hecho más que ganar poder desde el inicio de su reconstrucción a partir de la superación de la Peste Negra. El desarrollo de internet y de la computerización está permitiendo al poder económico y político manipular nuestro pensamiento y conducta. Toda la información que circula por internet no está sirviendo para hacernos más libres, inteligentes y creativos, sino justo para todo lo contrario. La megamaquina conoce hasta el más mínimo detalle de nuestra vida individual y colectiva. Sabe de nuestras fortalezas y debilidades y se sirve de este conocimiento para condicionar nuestro comportamiento y manipular nuestra mente para que seamos más sumisos, conformistas y fieles consumidores. En China, internet se ha erigido como el instrumento más eficaz y potente para localizar y anular cualquier tipo de disidencia.

La disidencia y crítica social desaparecerá según avance el plan de estupidización general de la sociedad. Se han ido depurando las técnicas y los contenidos para que nos pasemos buena parte del día recibiendo un continuo aluvión de mensajes e imágenes a través de una pléyade de dispositivos electrónicos. Nos han convertido en adictos a unas nuevas tecnologías que anulan el desarrollo y el ejercicio del pensamiento autónomo e independiente. Apenas dejan tiempo para el autocultivo personal que se alimentar del pensar, escribir o leer en soledad o al menos sin distracciones. Las relaciones humanas también se han ido empobreciendo por la falta del dominio del lenguaje, la expresión escrita y ese sentimiento de falta de tiempo que nos inculcan desde niños. Todo aquello que no resulte productivo desde el punto económico o de reconocimiento personal se considera una imperdonable pérdida de tiempo. Ya no queda espacio en la agenda escrita por otros para la conversación o la charla con familiares y amigos ni para pasear por la naturaleza en compañía o soledad. Necesitamos tiempo para nosotros mismos para desarrollar la imaginación activa o la creatividad, que es la única capaz de ayudarnos a avanzar en nuestro proceso de auto-construcción o individuación. De esta forma limitamos o coartamos la posibilidad de llegar a ser lo que somos y de cumplir con nuestro ser.

Pasamos mucho tiempo encerrado entre cuatro paredes desde la escuela infantil hasta el trabajo adulto. Muchos de nuestros órganos sensitivos y sutiles están aletargados por la falta de un contacto regular con la naturaleza. Este obligado enclaustramiento, agudizado por la pandemia del coronavirus, afecta a nuestra salud física y psíquica, además de incidir de manera negativa en el desarrollo ético, moral y afectivo de nuestros niños y jóvenes. Resulta complicado que surja en el corazón de los ciudadanos un sentimiento de amor a la naturaleza cuando apenas se la conoce y aprecia. Este sentimiento de reconocimiento del valor de la naturaleza y el cosmos es el paso indispensable y previo al despertar espiritual que necesitamos para darle una dimensión trascendente y significativa a nuestra vida. Hemos ido perdiendo la dimensión sagrada de la existencia a partir del grave error de confundir lo real con lo tangible y cuantificable.

En el campo del conocimiento, tal y como expuso C. G. Jung, “caminos infinitamente largos, adoquinados con miles de enormes libros, conducen de una especialidad a otra. Pronto ya nadie podrá recorrer estos caminos. Y luego sólo quedarán los especialistas. Necesitamos más que nunca la verdad viviente de la vida espiritual, una firme orientación”. Es fácil desorientarnos en este caótico y acelerado mundo en el que nos ha tocado vivir. La única solución para recuperar la cordura existencial es pararnos y centrarnos, es decir, recuperar el centro de nuestro ser. Aquí encontraremos el sentido de lo eterno y concreto.

Estoy convencido de que Ceuta reúne unas condiciones muy favorables para la práctica de este saludable ejercicio meditativo de reorientación íntima y personal. Nuestra ciudad, en su verdadera esencia, es un “centro del mundo” en el que la vida brota con fuerza. Aquí el paisaje, de forma natural, muestra su sentido sagrado y místico. Los cuatros puntos cardinales son reconocibles con todos sus significados trascendentes. Geografía terrenal y celeste se dan la mano para hacer de este lugar un punto de meditación, sabiduría y creatividad. Esta parte de vida contemplativa tiene que crecer de manera paralela a la vida activa. Tenemos por delante un ingente trabajo en el campo de la restauración ambiental y cultural. Debemos ponernos en marcha lo antes posible. Seamos la generación que aprovechó la crisis para cambiar el rumbo de la humanidad y, de manera concreta, el futuro de Ceuta. La pandemia de la Peste Negra trajo el capitalismo y el mito de la máquina. Ojalá la pandemia de la COVID-19 sea el inicio de la economía del bien común y el mito de la vida.

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