No hay peor calamidad que la indiferencia. Entre otros motivos porque la indiferencia nunca es neutral. Más bien al contrario, es una forma vergonzante y sibilina de complicidad con el mal. Por ese motivo es preciso denunciarla siempre. Sobre todo cuando se produce de forma clamorosa ante hechos espeluznantes. Así ha sucedido (a modo de brutal paradoja) durante esta Semana Santa, con la información relativa a las denuncias interpuestas ante la fiscalía por unas presuntas palizas propinadas a menores no acompañados por personas desconocidas armadas con diversos objetos contundentes. De manera corrosivamente indecente este hecho no ha suscitado el menor comentario. Nadie parece haber mostrado ningún interés en que se esclarezca una atrocidad que, cometida en la distancia por otros protagonistas, nos habría escandalizado hasta el paroxismo. Habrá que preguntarse el por qué.
Ceuta es una Ciudad hipercomunicada. Una población de apenas ochenta y seis mil habitantes dispone de una amplia red de medios de comunicación (dos periódicos, con sus versiones digitales correspondientes, cuatro emisoras de radio, siete diarios digitales y un canal televisión) a la que es preciso añadir las redes sociales. Aquí se opina frenéticamente. El espacio público de comunicación se ha ido devaluando progresivamente con el concurso de todos hasta convertirse en un gigantesco remolino de cotilleos sobre las más variadas fruslerías. No se discrimina. Los partidos políticos participan muy activamente de este proceso de degeneración. Así se emiten comunicados y pronunciamientos con tintes de ridícula trascendencia sobre cualquier nimiedad. Todo el mundo opina de todo. Precisamente por eso resulta más extraño y llamativo que una noticia de ese calado moral haya pasado inadvertida. Que se estropee un ascensor es motivo de una fuerte polémica que desata toda suerte de comentarios. Sin embargo, que un grupo de individuos agreda con palos a menores de edad desvalidos por el mero hecho de serlo, se asume como un tema menor, o lo que es peor, como algo normal… y hasta bueno.
Este es un síntoma inequívoco de la degeneración ética que está sufriendo Ceuta. Estamos incursos en un proceso de deterioro de los valores y principios democráticos que ya empieza a ser excesivamente preocupante. Y por ello es preciso seguir haciendo hincapié en la necesidad de frenar esta deriva involucionista, promoviendo la reflexión, el examen de conciencia colectivo y la militancia activa y combativa en el bando de la solidaridad.
Resulta evidente que en Ceuta hay muchísimas personas a la que este tipo de acciones les indignan y les provocan una insufrible repugnancia. Pero no lo expresan. Prefieren un silencio anónimo y exento de compromiso; a significarse públicamente frente a la ola de insolidaridad que crece por momentos, apabulla, y amenaza con implantar un nuevo sentido común alumbrado por el egoísmo feroz como idea (o sentimiento) motriz. Anida peligrosamente en la conciencia el convencimiento de que defender los derechos humanos (y en concreto los derechos del menor) supone ir a contracorriente. Miedo al ostracismo.
Este tipo de situaciones corroboran las predicciones que venimos haciendo sobre el peligro de la expansión de la extrema derecha. Su consecuencia más grave es el cambio de mentalidad que está provocando a marchas forzadas. Hoy existe una creencia generalizada de que la inmensa mayoría piensa así. Esto explica la actitud cobarde de todos los partidos políticos en este caso. Ni uno sólo se ha pronunciado exigiendo que la justicia actúe con diligencia y rigor para que los presuntos malhechores sean debidamente sancionados. Si le preguntamos en privado a cada uno de los responsables de las distintas fuerzas políticas, todos responderán sin titubeo que se trata de una barbaridad que no se puede consentir. Sin embargo, públicamente, solo se ha producido un silencia atronador. Todos los partidos tienen la certeza de que “defender” públicamente a los menores no acompañados tiene un elevado coste electoral que nadie está dispuesto a asumir (menos aún en vísperas de dos elecciones). Dicho de otro modo, todos los dirigentes políticos están convencidos de que la sociedad ceutí, en su conjunto, aplaude cualquier acción (por violenta que sea) en contra de los menores no acompañados. Una auténtica tragedia.
El contexto es asfixiante. Es más que probable que no estemos tomando conciencia del verdadero alcance de esta radical transformación de nuestros valores, tal y como le sucedió a los alemanes que favorecieron, apoyaron o sostuvieron el régimen nazi en su día. Una sociedad que se muestra indiferente (cuando no complaciente) ante un apaleamiento a menores de edad, es una sociedad terriblemente enferma. Quizá agonizante. ¿Dónde vas, Ceuta?
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