Nada nuevo bajo el tradicional mensaje navideño del Rey a la ciudadanía y las consabidas apelaciones a la convivencia en paz, el progreso económico y un futuro mejor para todos los españoles. Incluidos los catalanes, que llevan una temporada enredados en un dramático conflicto civil causado por sus propias diferencias sobre el modo de encarar ese futuro.
El pasaje inequívocamente alusivo a esa saludable pluralidad, de naturaleza política, desde luego, es aquel en el que Felipe VI apela a la necesidad elegir una vía al futuro "que no puede llevar de nuevo al enfrentamiento o a la exclusión que, como sabemos ya, solo generan discordia, incertidumbre, desánimo y empobrecimiento moral, cívico, y por supuesto económico, de toda una sociedad". Palabra de Rey. Esa parrafada da por sentado que alguna experiencia tenemos ya de las desgracias que derivan de los enfrentamientos civiles en nuestro país. El más reciente tenía y aún tiene a los catalanes divididos en dos mitades, con ligera mayoría del bloque contrario a la desconexión con el Estado español.
Es el conflicto ciudadano que aparece en el trasunto de las palabras del Rey. Sin mencionarlo expresamente. No hacía falta. Bastante expresivo había sido ya Felipe VI el pasado 3 de octubre, cuando la representación política de la otra mitad de catalanes, los partidarios de la ruptura con España, acababa de perpetrar su ilegal, opaco, exclusivo y unilateral referéndum del 1-O.
Aquel infausto episodio dio lugar al reproche judicial de sus organizadores. Por haber actuado al margen de la ley y reproducir conductas perfectamente descritas en el Código Penal. No por apostar por la Cataluña una, grande y libre. No por abrazar unas determinadas ideas. No por pensar de uno u otro modo.
El Estado no persigue ideas, por mucho que el nada honorable Carles Puigdemont, diga lo contrario por vía epistolar ante la tumba de Maciá, donde este lunes se reunieron sus seguidores para la tradicional ofrenda floral ante uno de los dos históricos presidentes de la Generalitat de los años treinta (el otro fue Lluis Companys, muy cuestionado últimamente por los historiadores).
Sólo a un personaje como Puigdemont, enfermo de narcisismo y exiliado en el territorio de sus propias ensoñaciones, se le puede ocurrir ponerse estupendo para denunciar que Cataluña vive "un Estado de persecución a ideas legítimas, democráticas y no violentas".
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