Cuanto nos ama Dios! es la afirmación que plantea el padre Lázaro Albar Marín en el libro que recientemente ha tenido el acierto de publicar. El mencionado reverendo es persona singular de sensibilidad hacia la naturaleza como así lo demuestra en otra insólita obra escrita unos años antes y que lleva por título “Naturaleza Espiritual: Iconos de la Creación”. Los que nos dedicamos a la protección y estudio del mundo natural desde el corazón, no tenemos muchos ejemplos semejantes que partan del seno de la iglesia católica o quizá puede ser también producto de nuestra ignorancia y falta de humildad; por lo tanto, pedimos disculpas si se nos han escapado otras muchas contribuciones sobre esta temática publicadas por sacerdotes cristianos, sean estos católicos o no. Ciertamente y durante una época temprana de mi vida conocí a muchos sacerdotes por haber transitado por aulas de instituciones de enseñanza dirigidas por clérigos, y si bien conocí a algún religioso que gustaba de caminar en plena naturaleza, yo diría que no eran muchos los que lo hacían.
En cuanto a su diálogo trascendentalista con la naturaleza en clave divina nuestro autor siempre pone en el centro de su parrafada al altísimo de una forma reiterada, buscando la forma de verlo y sacar algún provecho o señal inequívoca del amor divino por su obra. Es evidente que la creación es para el padre Lázaro el gran regalo del padre a sus hijos y una forma de apreciar su amor, es precisamente llenarse de compasión al contemplar tanta belleza paisajística. Para ello se detiene en una montaña de la misma forma humilde y fascinada que ante un campo en flor o un pequeño arroyo donde le han llevado sus pasos mientras camina de aquí para allá. Pocas son las cosas que despiertan tanto la conciencia del ser como la naturaleza; la protegida del altísimo es capaz de emocionar y elevar a la criatura humana llevándola hasta lugares muy sutiles y verdaderos donde hacer volar la cometa de su imaginación. Otro sacerdote me dijo hace poco tiempo, que el pensaba que la creación divina debía tener un eco, imagen, acaso un reflejo igual de magnífico o incluso más todavía allá a donde Jesús de Nazaret prometió que llevaría a sus seguidores; no creo que todo esto se pierda sin más y no participe de la gloria me comentaba este párroco. Quiero pensar también que a cualquier ser humano al que podríamos llamar bueno, haya conocido la palabra de Jesús o no, alcanzará la gloria. No me puedo imaginar un único canal para llegar a la salvación del alma con tantas tradiciones religiosas y las innumerables personas buenas y bondadosas repartidas por todos los rincones del planeta, todas hijos e hijas del altísimo y por lo tanto con pleno derecho a la vida buena y apacible después de la muerte física; creo que el autor del libro que estoy comentando estaría de acuerdo. No obstante, Lázaro es mucho más que un sacerdote entusiasta del gran hacedor, y en este nuevo libro nos propone una incursión por el manantial inagotable de Dios antes de que abandonemos este mundo de ilusiones y engaños. Todo el libro es un canto para abrirnos al amor. Uno de los capítulos más memorable lo constituye la preciosa y jugosa interpretación que hace sobre “El Padre Nuestro” sacando matices y precisiones que debido a mis limitaciones sobre el conocimiento religioso, nunca había percibido: “El amor universal acoge sin condiciones y sin discriminación, porque el amor cambia el corazón del ser humano” y no puedo estar más de acuerdo porque lo he experimentado en mi vida recientemente; “el orante puede escalar las cumbres de la santidad (iluminación para otras religiones) no por el mucho orar sino por el mucho amar” escribe Lázaro. “Todos soñamos con ese Reino donde cada corazón humano emite ondas de amor”. El apóstol Pablo distingue tres niveles para hacer la voluntad divina: lo bueno; lo mejor y lo perfecto, que en el último caso, significa, lo que está hecho con amor. Por eso pienso que aquel que trabaja, labora y dirige su vida con amor y compasión lo obtendrá todo, simplemente porque atraerá de forma natural al espíritu divino y este habitará dentro de él de forma permanente. Perdón, humildad, reparto de bienes con los hermanos y hermanas son puertas abiertas al engrandecimiento del espíritu y cultivo necesario del templo interior; y todo esto está reflejado magistralmente en el pensamiento de este hombre de Dios. “La falta de perdón va anidando resentimiento y rencores que llevan a la muerte espiritual de la persona. Encerrarnos en nuestra autosuficiencia endureciendo el corazón nos lleva a la tumba”, -en vida- me atrevería a añadir de mi cosecha. También nos alerta de la importancia de la oración con el corazón para evitar caer en las tentaciones y dejar al mal de lado; creo que este teólogo sabe perfectamente que el mal existe como tal y no solo como la ausencia de bien. Me encanta este sacerdote porque centra todo su discurso cristiano, teológico y pastoral en el amor y nos invita a que lo atraigamos a nuestras vidas siendo templos para el espíritu de vida (Espíritu Santo), nuestro principal aliado para abrir el canal del que bajará el maná divino que iluminará nuestras pequeñas y efímeras vidas. La forma de escribir delata su humildad pues bien sabe nuestro sacerdote que todo lo bueno y bello procede de fuerzas y energías superiores. La vida es una prueba para disfrutar y sentirse plenamente consciente de nuestra naturaleza interior y verdadera.
Cada vez me siento más interesado por la espiritualidad y encuentro que la cristiana, además de ser mi fe, también ofrece múltiples experiencias interiores gratificantes siempre que nuestra vida deje espacio para albergar el amor del padre y sigamos los consejos de la Reina del Universo que es madre de todos. No obstante, también me gusta acercarme a otras sensibilidades religiosas siempre que estas sean seguidoras de la compasión, la bondad, el amor, la paz y la luz. En Ceuta tenemos la suerte de contar con Juan Carlos Ramchandani en el amplio ámbito hinduista con su prolífica obra escrita y gran personalidad. El Budismo es otra religión hija del hinduismo y a la que considero tremendamente sugerente para el autocontrol del pensamiento, la comprensión de nuestras limitaciones, la serenidad y el crecimiento mental. Me interesa sobretodo la dedicación a la muerte que tienen los budistas y la importancia en el acompañamiento a los moribundos y enfermos hacia la vida venidera; esto también lo ofrece el hinduismo. La muerte en occidente ya no se estila, y perdemos mucho del sentido de la realidad y del ser. Ya lo indicaba Montaigne al escribir las siguientes palabras “….privemos a la muerte de su extrañeza, frecuentémosla, acostumbrémonos a ella; no tengamos nada más presente en nuestros pensamientos que la muerte….el hombre que ha aprendido a morir ha desaprendido a ser esclavo”. Cuando se está lleno de amor y de luz se afronta la muerte con la entereza y el interés necesarios. Toda vida bien aprovechada debe ser un aprendizaje para la aceptación de la impermanencia de las cosas y del mundo, el colofón de la existencia física es la muerte; fácil decirlo y difícil interiorizarlo, lo he sufrido en mis carnes muy intensamente. Si bien, los rituales cristianos no la rehúyen y es bueno reconocer que las ceremonias de la Misa y la Santa Eucaristía nos preparan constantemente para el mundo venidero y nos invitan a paladear las mieles del cielo viviendo alegres y luminosos aceptando todos los momentos difíciles consustanciales a la experiencia de existir siguiendo el ejemplo de Cristo. Los budistas se horrorizan al pensar como se malgasta el tiempo en banalidades en vez de prepararnos para el viaje trascendental después de traspasar el umbral de la vida; para ellos la existencia se divide en cuatro fases: la vida, el proceso de la muerte, el periodo después de la muerte y el renacimiento. La relación del Budismo con la vida y la muerte me parece sublime y reveladora tal y como la presenta el gran monje Sogyal Rimpoché en su afamada obra “El libro Tibetano de la Vida y de la Muerte” instando a todos a considerar que debemos recordar que estamos muriendo, que todo muere y nada es imperecedero; por lo tanto hay que tratar a todos los seres con la máxima compasión de la que seamos capaces y consagrar la mayor parte de la vida a buscar la iluminación que es como decir al amor en términos cristianos.
Por todo lo comentado hoy aquí, es especialmente interesante para un científico entusiasmado con la biosfera, la fe cristiana y el mundo espiritual, poder acercarse a la obra Lázaro Albar Marín. Recomiendo mucho este último libro del mentado autor pues sus obras y escritos rezuman, fe, esperanza, caridad y fascinación por Dios, la naturaleza y la salvación de toda la humanidad.