El cierre, temporal o no, de Segóbriga refleja el gran problema de rentabilidad que padece la arqueología, tal y como Steve Roskams ha repetido en numerosas ocasiones. El arqueólogo británico ha desarrollado su idea sobre la nula rentabilidad de invertir en un proyecto arqueológico en contraposición con el sugestivo arte que ofrecen los museos donde predominan las obras pictóricas, que encauzan de manera muy efectiva incluso a aquellos que no han recibido la formación necesaria para entender con exactitud lo que ven.
Sin duda es comprensible que visualmente un Velázquez pueda ejercer sobre el gran público una atracción muy superior a la que puede aspirar los restos pétreos de una ciudad. Si bien es cierto que el primero es complicado de analizar minuciosamente, al menos ofrece una imagen y una ejecución con la que cualquiera puede deleitarse, aunque no se ostenten conocimientos sólidos acerca de la obra.
La noticia del cierre de Segóbriga ha sido especialmente negativa por tratarse del yacimiento manchego más visitado de toda la comunidad, ¿si esto le ha ocurrido a Segóbriga, que no continuará acaeciendo con yacimientos de menor entidad y mayor déficit? La conclusión no sólo es decepcionante sino que además no parece vislumbrarse una respuesta apropiada, sobre todo en tiempos de crisis económica. Si durante la bonanza de este país se han dedicado cantidades insuficientes (eufemismo) a los bienes de interés cultural, ¿qué no podía ocurrir con los acuciantes recortes del momento? Esta situación era, por desgracia, una catástrofe cultural predecible.
Tal vez el traspaso de la gestión pública a una parcialmente privada pueda ser una buena solución a la hora de buscar una inyección económica respetable. No obstante, suena muy extraño que una empresa privada, con su respectiva y obligada expectativa de rentabilidad, obre por amor al arte y no requiera una serie de condiciones que compensen menos que un aumento del déficit de las arcas públicas. Por otra parte es inquietante pensar que el resto de los antepasados españoles, que corresponden a todos los naturales de este país, puedan pasar completamente a manos privadas tarde o temprano.
Con cada día que transcurre, toda la cuestión que abarca la financiación de la arqueología española ofrece una cara menos amable y poco o nada digna a la que por categoría debería poseer un país tan rico en este tipo de evidencias como España. La dislocada estructura a partir de la cual las altas instancias de este país organizan la labor arqueológica daña muy seriamente tanto a los investigadores como a los yacimientos por estudiar y a los que ya han sido estudiados en buena parte y deben estar a disposición del pueblo, su verdadero propietario. En este país aún no se ha aprendido a gestionar su potencial de cara a sus propios habitantes y a los extranjeros, limitándose a recibir constantes lecciones procedentes de otros países que suspirarían por poseer muchos de los vestigios españoles.
Desde luego no voy a descubrir a nadie a estas alturas cómo es España. Pero no viene mal recordar, aunque sea por unos minutos, cómo en este país se continúa hundiendo con ahínco uno de los indiscutibles puntos fuertes de su extraordinaria cultura. Estamos incubando bestias mucho más feroces de lo que podamos imaginar ahora mismo. Ya lo comprobaremos.