La sorprendente irrupción de Podemos en el escenario político nacional, ha resucitado interesantes debates en el ámbito de la izquierda que si bien inconclusos, habían quedado momentáneamente suspendidos por su manifiesta esterilidad. La inesperada convulsión que ha provocado en la opinión pública la idea de que un cambio en la forma de hacer política es posible, además de necesario, obliga a todos a una revisión de planteamientos.
El bipartidismo sigue aritméticamente vivo; pero está socialmente amortizado. Es verdad que entre PP y PSOE aglutinan una gran parte del electorado; pero no es menos cierto que los sectores más dinámicos, activos y vitalistas de la sociedad, aquellos que marcan tendencia, crean opinión y dirigen los flujos sociales, han dado por finalizada una etapa de la historia cuyos estertores generan ya un rechazo indisimulable. Los más conservadores (tanto del PP como del PSOE), siguen pensando que estamos ante un “sarampión” provocado por la crisis económica, que la recuperación curará, devolviendo las aguas a su cauce; y que, por tanto, todo se reduce a armarse de paciencia y esperar. Grave error. PP y PSOE son reliquias. Enormes, pero huecas. Se desmoronan paulatinamente. Ningún tren frena de golpe. El bipartidismo tampoco. La inercia creada en el subconsciente colectivo durante cuarenta años impide un frenazo brusco (la mayoría siempre es conservadora por naturaleza); pero están políticamente finiquitados. La sociedad de este siglo demanda cambios profundos.
En este nuevo contexto, cabe reabrir el eterno debate sobre la unidad de la izquierda. ¿Es necesaria? ¿Es posible? Además del debate estrictamente ideológico (¿qué es la izquierda en los países desarrollados de este siglo?), la fragmentación (casi atomización) de la izquierda en nuestro país, y la ambigüedad (indefinición o traición, según cada cual) del PSOE, convierten esta tarea en una utopía. No resulta sencillo encontrar un espacio común lo suficientemente amplio y sólido para albergar proyectos muy dispares en origen, trayectoria y expectativas. A pesar de ello, cada vez son más numerosas y cualificadas las voces que reclaman un ejercicio de responsabilidad, y la definición de un nuevo camino, más ancho, más moderno, más ilusionante. En el que quepamos todos. Un pacto histórico que haga posible una experiencia apasionante: un gobierno de izquierdas sustentado en la mayoría social, sobre una política elaborada y desarrollada por la ciudadanía directamente.
La experiencia de nuestra ciudad, como si de un pequeño laboratorio se tratara, puede servir para explicar la dificultad, acaso imposibilidad, de esta empresa. Ceuta, en la que el paro es omnipresente, la pobreza consustancial y las desigualdades señas de identidad; está gobernada por el PP desde hace más de una década con una mayoría que da auténtico pavor. Una incongruencia más en el paraíso de lo absurdo. Las soluciones a los graves problemas estructurales de Ceuta se encuentran en las políticas inspiradas por la izquierda; y sin embargo ésta se encuentra en una humillante minoría. Se impone, otra vez, una reflexión sobre esta cuestión. Como hace cuatro años.
Entonces, la lógica nos llevó a pensar que frente a la exuberante fortaleza que exhibe el PP en Ceuta, la única posibilidad de disputarle el poder desde la izquierda sería un único proyecto, nuevo, capaz de catalizar todas las corrientes y atraer a todas las personas que se sienten parte de lo que se ha dado en llamar “la izquierda sociológica”. Ese fue el origen de lo que hoy es Caballas. La idea se frustró por una clamorosa falta de generosidad. El PSOE, altanero, vetó al PSPC (pos sus inolvidadas rencillas pasadas) y exigió la disolución de UDCE (al que ofreció la posibilidad de ingresar en sus filas de “uno en uno”). Otros vieron peligrar su liderazgo y huyeron de la negociación. Al final solo quedaron UDCE y PSPC. El PP volvió a ganar por aplastante mayoría absoluta.
Lamentablemente, en la tierra del egoísmo y la insolidaridad, todos prefirieron ser “cabeza de ratón” antes que “cola de león”. Cada dirigente hizo su composición de lugar y llegó a la conclusión de que por sí mismo tenía fuerza suficiente, no para ganar las elecciones y transformar la sociedad desde la perspectiva ideológica de la izquierda, sino para salvaguardar sus intereses personales y salir elegido concejal. Esta división, fundamentada exclusivamente en un egocentrismo feroz muy propio de estos lares, es una de las mejores bazas del PP en Ceuta. En lugar de combatir a la derecha, quienes dicen ser de izquierdas, invierten todas sus energías en una lucha fratricida para arrebatar los votos al rival de su ámbito ideológico (considerado auténtico enemigo).
Dentro de nueve meses se celebran otra vez las elecciones municipales. Lo racional, si de verdad creyéramos en las ideas que decimos preconizar, sería articular una candidatura única de izquierdas, capaz de competir y desalojar al PP del Gobierno. No es difícil encontrar un acerbo programático común circunscrito a nuestra Ciudad. Lo que resulta imposible es aceptar que las listas se hacen verticalmente y hay que rellenar veinticinco puestos. Así que el panorama no es nada alentador.
Afrontaremos las elecciones en una situación muy similar a las anteriores. El PP como un gigante, y a su alrededor, un montón de enanitos que han asumido su derrota de antemano, despellejándose unos a otros para dilucidar quién es el que tiene el honor de morderle y arañarle los tobillos. Nos aguardan otros cuatro años de paro, pobreza y desigualdades. Y, eso sí, mucha charlatanería.