Categorías: Opinión

Otra caída sin estilo

Paulatinamente el deporte ha conseguido expandir e inculcar la idea de que salir victorioso lleva implícito adoptar una postura clemente y respetuosa con el rival. Unas veces desde la interpretación y otras, las menos, desde el corazón se reconoce la capacidad de aquel incluso dedicándole halagos a su trabajo y esfuerzo que procuran calmar la desazón del fracaso. Es la profana derrota, nunca apetecible pero indispensable e inexorable, la que confirma si la actitud que otrora tomó el vencedor fue la verdadera o si, por el contrario, no fue más que un mero gesto de humildad mal practicada.
Comentó el entrenador de Rafael Nadal en la resaca post-Wimbledon que no estaba dispuesto a opinar sobre la celebración del equipo del Novak Djokovic, número uno del mundo, tras alzarse con el trofeo de campeón. Acto seguido lo hizo, aunque a través de un estilo huidizo para evitar futuras confrontaciones: “en la vida hay que ir con cierta humildad”, sin olvidarse de destacar la superioridad del serbio en su discurso. Un estilo, el de ceder y después golpear (o viceversa), muy parecido al de su pupilo, que usualmente reconoce el mérito del rival en primera instancia para luego atribuir su bajo rendimiento a las lesiones o a cualquier problema que también han padecido alguna vez y pueden padecer sus compañeros. ¿Cómo debería haber celebrado Novak Djokovic su victoria en la hierba de Londres después de ganar el torneo más importante del mundo? Ni siquiera era solo eso: había conseguido derrotar al número uno en un “Grand Slam” de una vez por todas. En los momentos más candentes de su carrera, los que podían haberse traducido en ganar un grande, jamás había vencido ni al español ni al suizo Roger Federer. Acababa de grabar su nombre en la historia. Era la culminación de su figura y lo sabía. La celebración debía estar a la altura de las circunstancias no solo por él sino por su familia y su pequeño país.
Por supuesto Toni Nadal está en su derecho de pensar que lo correcto es llevar a cabo las celebraciones con la misma sobriedad con las que la celebra su sobrino. Sobriedad que, recordemos, invadió el “All England Club” cuando Rafa Nadal venció en 2008 por primera vez en el templo del tenis mundial y que dejó la imagen del jugador español escalando hacia la tribuna cual orangután. Roger Federer, mientras tanto, aguantaba el chaparrón con la educación que le caracteriza. Las celebraciones pasionales del número 2 del mundo, incluso en puntos que luego han quedado en nada, nunca han sido criticadas por los rivales. Ni siquiera las de su equipo técnico, algunas estruendosas, como lo fue en Roma tiempo atrás. Tampoco cuando durante ese mismo torneo, en el enfrentamiento contra Roger Federer, se le daban instrucciones a Rafael Nadal desde las gradas con tal descaro que su contendiente llegó a escucharlas, evidentemente no a entenderlas. Y así podríamos continuar durante unas cuantas líneas más pero es tan innecesario como injusto para un tenista que con apenas veinticinco años ya es una leyenda sin excusas que valgan.
Es hora de reconocer el mérito de los demás honestamente, empezando por no ensuciar la impresionante progresión de Novak Djokovic con comentarios tan banales como carentes de disquisiciones deportivas. El serbio está deslumbrando en el mundo tenístico con su juego como no se veía desde la época de Roger Federer, y eso merece, ante todo, un extraordinario respeto y atención que por desgraciada no se le está ofreciendo a causa de minucias que comparten todos los jugadores del circuito como humanos que son. No existe nadie perfecto, lo sabemos de sobra, cada cual atesora virtudes y defectos que han de ser por igual tolerados siempre y cuando, como es lógico, no salgan de unos límites. Djokovic puede tener muchos defectos pero a nivel humano es un gran tipo, y no ahora que gana con soltura sino desde que comenzó su andadura en el circuito profesional. El tenista balcánico se ha caracterizado por la misma conducta antes y después. No dejará de hacer sus aspavientos cuando falle, como tampoco cejará en su empeño de aplaudir el punto rival cuando este sea destacable. Las personas que cuentan con esta actitud (además de sus obvias aptitudes) dignifican el deporte, pues no son únicamente representantes del virtuosismo sino también de la sinceridad y, por tanto, de la honra. Todo lo demás son atajos.

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