El próximo lunes, 23 de octubre, comenzará oficialmente el otoño. Para muchos es la estación por excelencia. Para mí también. Yo recuerdo de mis años de la adolescencia, que esperaba con ansiedad que comenzara el curso, que coincidía con el otoño. Después de los largos veranos de asueto, echaba de menos mi vida en el internado. Volver a la rutina de las clases, al estudio, al deporte. Aunque pronto me cansaba y volvía a añorar las reuniones con los amigos y amigas, los juegos, las fiestas, las excursiones. Por eso es tan importante que en los colegios se lleven a cabo todas estas actividades, simultáneamente a las propias del estudio. No olvidemos que, como decía Oscar Wilde, “…el mejor medio para hacer buenos a los niños es hacerlos felices”.
Pero, el otoño de este año viene acompañado de acontecimientos y noticias no demasiado agradables, que no ayudan precisamente a hacernos más felices. Es lo que ocurre con los visibles efectos del cambio climático, que estamos sufriendo en muchas partes del mundo. Pero, también con las consecuencias de una nueva crisis económica, que se anuncia de forma recurrente, y que está ocasionando un incremento del miedo en grandes sectores de la población, propiciando así una situación de desmovilización peligrosa. Por último, y ya en el ámbito más doméstico, está el inminente anuncio de nuevas elecciones generales, que ha cogido por sorpresa a propios y extraños, dejándonos a todos una cara de pazguatos que no podemos con ella.
Me viene a la mente un artículo que escribí hace unos meses en estas mismas páginas titulado “Mentiras para los pobres”. Lo hice para informar de la presentación de un libro importante, editado por la Universidad de Granada, “Para evitar la barbarie”, que es una obra colectiva coordinada por Jorge Riechmann, Alberto Matarán y Óscar Carpintero. Como ya dije, las palabras de Jorge Riechmann fueron muy clarividentes, aunque, casi apocalípticas, pues hizo una descripción de la situación real del mundo en que vivimos que daba escalofríos. Ya no se trata de que limitemos las emisiones de gases de efecto invernadero, o de que las reduzcamos, como nos dicen los científicos. Es que, aunque se suprimieran completamente, quizás el colapso del planeta no podamos pararlo, nos decía. Si el mundo es finito, apoyarnos en un modelo económico que busca el crecimiento infinito lleva necesariamente a la catástrofe. Era su razón principal.
Viene esto a cuento de lo que decía al principio. Nuestro otoño comienza con tristes noticias de inundaciones, pérdidas millonarias de cosechas, personas desaparecidas. Y esto, hablando solo de nuestro país. Es lo que la naturaleza nos está “devolviendo” a consecuencia del impacto que nuestro desarrollo insostenible está causando en la misma. Como escuché decir a un líder indígena, el problema del cambio climático no es el planeta en sí mismo. La naturaleza tiene mecanismos de defensa suficientes, desarrollados a través de millones de años de existencia de vida en el mismo. El gran problema es nuestra propia supervivencia como especie y las consecuencias que ello tendrá. Lo realmente triste es que, pese a que se sabe que el mundo es finito y que nuestro modelo económico no tiene salida, los organismos internacionales no hacen más que lamentarse de que nuestro crecimiento económico se está estancando. Para solucionarlo proponen nuevas medidas de estímulo fiscal para reactivarlo. Es decir, nuevas bajadas de impuestos para los que más tienen.
En el acto de la presentación del libro del que hablamos, se decía que las alternativas iban más allá de la “transición ecológica” que se propugna desde los organismos internacionales y nacionales, al no ser más que meras alternativas del propio sistema económico capitalista, para seguir subsistiendo, según explicaban. Consideraban que no quedaba otra que mirar más allá del colapso e intentar construir alternativas para superarlo. Alternativas que supondrían, quizás, un gran sufrimiento, pero que nos ayudarían a ser felices después. Evidentemente, hablaban de un nuevo modelo económico y de una nueva forma de vida. Sería la respuesta a la segunda preocupación de este otoño, que destacábamos al principio.
El tercer desgraciado acontecimiento va a ser la repetición de las elecciones generales. Ya sé que para muchos es la única alternativa que nos han dejado esta pandilla de “adolescentes”, asesorados por “friquis” de la sociología electoral. En otro artículo titulado “Por si sirve de ayuda”, escrito cuando se fracasó en la composición de gobierno allá por el mes de julio, decía que me negaba a aceptar que fuesen los socialistas los que no quería negociar. Sinceramente, aunque me siga costando digerirlo, sigo considerando que más bien se trata de lo contrario. De mucho afán de protagonismo y de demasiadas ambiciones personales de poder. Por ello comprendo la preocupación en algunos sectores del socialismo a formar un gobierno de coalición. Sin embargo, de Pedro Sánchez me esperaba algo más que plegarse a lo que le vienen exigiendo algunos de los “históricos” de su partido. Respecto al comportamiento de los otros líderes, Rivera y Casado, bajo mi punto de vista, nada nuevo luce bajo el sol. Sinceramente no esperaba nada distinto de ellos. Es más, creo que sería mucho más nocivo para la democracia y la estabilidad, pactar con estas formaciones.
Pese a todo, como ya dije entonces, sigo creyendo que un acuerdo de izquierdas entre el Partido Socialistas y Unidas Podemos, es la alternativa. Fue el mensaje claro que dio el pueblo español en las urnas. Y, aunque lo previsible es que siga siendo el mismo mensaje tras las próximas elecciones, el problema está en que esa gran masa de inocentes en la que nos han convertido los estrategas de los distintos partidos puede ser que reaccione de una forma inesperada. Por ejemplo, incrementándose la abstención.
Por si acaso, los partidos de la derecha, con los populares al frente, ya están diseñando su estrategia para que los “restos” que los efectos de la Ley electoral no vayan al partido mayoritario, en este caso, a los partidos de izquierdas. No es baladí la estrategia presentada bajo el paraguas de “España suma”. Me recuerda mucho a lo que hizo el Partido Comunista cuando creó Izquierda Unida, o lo que hace Podemos al integrar a IU en sus listas electorales. Pero, si ambas cosas ocurren, entonces la izquierda tendrá un problema. Todos tendremos un problema. La inocentada la habrá devuelto el pueblo con creces a estos políticos inexpertos que tenemos.
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