Opinión

De la oscuridad a la luz

En estos días se ha cumplido un año de la salida del confinamiento casi absoluto al que nos obligó la imparable extensión de la pandemia de la COVID-19. De un día para otro nos vimos encerrados en casa y asustados ante la llegada de un virus del que sabíamos poco. Lo único que estaba claro era que procedía de China y que causaba graves cuadros de neumonía que acabaron con la vida de muchas personas. Los primeros confinamientos en Europa se decretaron en el norte de Italia donde la mortandad por la COVID-19 fue altísima. A los pocos días esta medida se tuvo de adoptar en la mayor parte de Europa. Los recuerdos que tengo de los primeros días de confinamiento son de días grises en el cielo y en el corazón. Parecía que una oscura sombra se había extendido sobre el mundo trayendo muerte, dolor y miedo. Fueron días de videoconferencias con los compañeros de trabajo y con la familia para apoyarnos de manera mutua ante una situación insólita y preocupante.
Coincidió que a los pocos días de encierro involuntario recibí como regalo por mi onomástica “El Libro Rojo” de Carl Gustav Jung. Casi todas las tardes del confinamiento las pasé leyendo con pasión este libro misterioso y mágico que constituye una puerta abierta al mundo imaginal. De la mano del gran C.G. Jung recorrí el espíritu de las profundidades y del inconsciente colectivo. Fue un viaje muy revelador sobre el profundo, oscuro y desconocido mundo de la psique humana. Aunque resulte paradójico, no puede haber elevación espiritual sin antes adentrarse en el inquietante reino del inframundo. Todos los ritos iniciáticos de la antigüedad incluían la visita al Hades profundo, donde uno tenía que morir de manera figurada para renacer a una vida enriquecida por lo aprendido durante el tránsito por el mundo subterráneo. Esta dimensión era la de dioses como Osiris, Plutón o el mencionado Hades, pero también de importantes divinidades femeninas, como Inanna, Astarté, Isis o Perséfone. Esto explica que las grutas y cuevas hayan sido el escenario de ritos propiciatorios de la fertilidad dirigidos a diosas ctónicas desde hace tiempos inmemoriales y aún continúan activos. No tenemos que ir muy lejos para presenciar este tipo de rituales. En Marruecos aún se celebran importantes celebraciones religiosas en santuarios cercanos a Meknes durante las cuales acuden miles de personas, sobre todo mujeres, a hacer ofrendas y sacrificios en honor a Lalla Aicha en oscuras grutas.
En los tiempos y lugares en los que predomina la estructura conciencia arcaica, mágica y mítica, a la oscuridad y al sueño se le atribuyen propiedades curativas. El rito de incubación consistía en introducirse en grutas o cuevas donde las diosas del inframundo acudían para curar ciertas dolencias o comunicar mensajes importantes en forma de oráculos. Sin duda se trata de un tema de investigación muy atrayente, al menos para mí, pero no es esto de lo que quiero hablarles en esta ocasión. He traído este asunto del inframundo para poner de relieve que la luz siempre viene precedida de la oscuridad. El oscuro abismo que se ha abierto ante nosotros contiene en su interior la luz que necesitamos para tomar conciencia de la fragilidad de la vida y del artificial mundo que hemos creado en torno a la tecnología digital.
El tiempo que estuvimos enclaustrados en nuestras casas hizo que valoráramos más la luz del día y la naturaleza que nos rodea. Fueron cientos las personas que, en aquel primer fin de semana de mayo del pasado año, salieron a pasear a las horas permitidas por las autoridades gubernamentales. El volumen de ciudadanos que se echó al campo fue de tal calibre que el gobierno de la Ciudad tuvo que ordenar el tráfico de personas estableciendo itinerarios y sentidos de dirección en los senderos peatonales del Monte Hacho. Esta afluencia a la naturaleza se ha mantenido alta desde entonces, si bien es esperable que cuando el buen tiempo se imponga habrá mucha gente que prefiera pasar el día en la playa. En cualquier caso, estamos ansiosos de estar al aire libre y disfrutar de la naturaleza ceutí. No cabe duda de que el apetito por la naturaleza es algo saludable, pero hay que velar para evitar que el hambre de aire libre nos conlleve devorar nuestros valiosos recursos naturales. Son muchos comensales para un espacio tan pequeño y frágil. Se da además la circunstancia de que hay una gran diversidad de gustos. Hay a quienes nos gusta pasear deteniéndose en los detalles y tomando fotografías y apuntes, mientras que otros prefieren correr a pie o en bicicleta. También están los que se echan una escopeta al hombro y esperan acechados entre la maleza a que pase una presa. Esta coincidencia de distintas maneras de disfrutar de la naturaleza ha causado algún que otro problema. La mayoría teníamos que ir con mucho cuidado para que no nos diesen un tiro involuntario o ser atropellados por una bicicleta de montaña. Ante tal situación de caos campestre se ha echado en falta la presencia de las cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, sobre todo cuando los fines de semana había más gente en el campo que paseando por la calle Real. Esperamos que para el otoño que viene nuestras autoridades tengan previsto cubrir esta necesidad de presencia de la policía o la Guardia Civil en los montes de Ceuta.
La mayor afluencia de los ciudadanos a la naturaleza es una buena oportunidad para despertar la conciencia cívica sobre la imprescindible protección de nuestros bienes naturales y culturales. Ceuta cuenta con unos paisajes envidiables y unas vistas impresionantes del Estrecho de Gibraltar. Si uno alza la mirada o la fija en el horizonte es posible observar, en determinadas épocas del año, el increíble paso migratorio de rapaces y otras especies de avifauna. A veces el movimiento migratorio de las rapaces desde Europa hasta África coincide con las rutas de los atunes por el Estrecho, donde se dan auténticos festines del consumo de voladores. En el otoño el color predominante color verde de la naturaleza ceutí se combina con tonalidades rojizas y ocres. Con los arroyos colmados de agua, pasear por determinados puntos de los montes de Ceuta es una delicia para los sentidos. En la estación en la que nos encontramos, la primavera, la sinfonía de olores y colores de las flores elevan el ánimo y la sensación de estar vivo. Como escribió Joseph Campbell, “la gente dice que lo que todos buscamos es el sentido de la vida. Yo no creo que sea eso lo que buscamos. Yo creo que buscamos la experiencia de estar vivos.”
Ninguna especie natural ha sido creada para vivir encerrada entre cuatro paredes. Sí, los seres humanos necesitamos un refugio para dormir y descansar, pero nuestro hábitat natural es el aire libre. Como las plantas que no reciben la suficiente luz, nos volvemos mustios y tristes sin el contacto habitual con la naturaleza. En sentido contrario, un paseo por el campo nos devuelve la alegría y recarga la vitalidad que nos consume las preocupaciones profesionales y personales. La naturaleza nos aporta todo lo que requerimos para lograr el bienestar físico y psíquico, pero algunos no quieren darse cuenta de este hecho tan evidente y se dedican todo el día a especular y estudiar la forma de enriquecerse a costa de un patrimonio que nos pertenece a todos. Les importa poco desfigurar la bella imagen del Monte Hacho con tal de ganar dinero.
La intensa luz que envuelve a Ceuta fue en otros tiempos plena metáfora de la bondad y sabiduría de relevantes sabios y santos que nacieron o fijaron su residencia en esta bella y sagrada península que se asoma a la confluencia de los dos mares. Una densa niebla, como las que de manera habitual cubre a nuestra ciudad en las mañanas veraniegas, impide a muchos distinguir el contorno del templo que es Ceuta. Para verlo es requisito previo que alojen a la sabiduría divina en su alma y, de esta forma, abran los ojos del corazón que permiten captar el mundo imaginal. El futuro de la tierra depende del despertar de la doble visión, de una mirada que logra ver más allá de lo aparente, y de un alma que se reconoce perteneciente al Anima Mundi.

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