Cataluña no fue el año 2017 la primera vez que intentó proclamar su independencia, ya lo lleva persiguiendo por quinta vez, aunque siempre con el mismo resultado fallido. Según decía el insigne político y gran pensador, Ortega y Gasset, una situación así ya la vaticinó él en 1932, cuando aseveró: «El problema catalán no se puede resolver, sólo se puede conllevar (la "conllevanza de España", que él llamaba), sino que ese es un problema perpetuo y lo seguirá siendo mientras España subsista».
También Pío Baroja estaba convencido de que, tanto el catalán como el vasco, «se fundamentan en textos de segundo orden». Por su parte, el premio Nobel de Medicina, Ramón y Cajal, declaró sentirse «deprimido y entristecido al considerar la ingratitud de los vascos, cuya gran mayoría desea separarse de la patria común». Y Miguel de Unamuno, quien se consideró siempre «doblemente español, por vasco y por español», renegó de la imposición del catalán a todos los ciudadanos.
Igualmente, algunos políticos de izquierdas, e incluso nacionalistas, se posicionaron contra los excesos, en especial, de la Generalitat de Cataluña. Desde otros presidentes del Gobierno, como Juan Negrín, llegó a mostrarse abiertamente irritado respecto a este «problema», hasta ideólogos tan importantes como Castelao, considerado padre del nacionalismo gallego. Fueron muchos los que criticaron los desmanes nacionalistas y la manipulación que, en su opinión, se hacía de la historia de España; era lo que él llamaba: La «desafección de Cataluña».
Pero entre los que más se quejaban del independentismo, destacó el presidente de la Segunda República, Manuel Azaña, consciente de que fue durante ese periodo donde los movimientos independentistas habían conseguido más beneficios, pero también en el que menos gratitud habían mostrado por ellos. De hecho, tras la aprobación del primer proyecto de estatuto, que otorgaba un amplio autogobierno a los catalanes, sus defensores –más federalistas que independentistas hasta épocas más recientes– no dudaron en alzar la voz para criticar que este rebajaba sus aspiraciones originales.
Azaña había sido uno de los principales defensores del estatuto en el Congreso de los Diputados, en 1931 y 1932, y se sintió profundamente traicionado cuando Lluís Companys respondió proclamando unilateralmente el Estado catalán en octubre de 1934. Una decepción que plasmó en estas duras palabras en sus diarios privados: «La desafección de Cataluña (porque no es menos) se ha hecho palpable. Los abusos, rapacerías, locuras y fracasos de la Generalitat y consortes, aunque no en todos sus detalles de insolencia, han pasado al dominio público».
La "cuestión regional" fue uno de los problemas que contribuyó a empeorar la crisis de la Segunda República. El catalanismo, que en aquellos años iba un paso por delante de los movimientos vasco y gallego por sus golpes de Estado, demostraba cada vez más fuerza. Azaña analizó así la difícil situación en la que se colocaba al país con los nacionalismos y que bien podría ser un vaticinio de lo que ocurre hoy: «Sé que es más difícil gobernar España ahora que hace cincuenta años, y más difícil será gobernarla dentro de algunos más. Es más difícil llevar cuatro caballos que uno solo», aseguró en 1932, refiriéndose a la «cuestión catalana».
En la Constitución del año anterior, de hecho, una de las novedades fue su intento de resolver el llamado «problema regional», presentado en las Cortes constituyentes como la «cuestión catalana», pero el catalanismo fue cada vez más poderoso y exigente políticamente.
Los movimientos nacionalistas e independentistas comenzaron a representar para la República un problema que había que resolver cuanto antes. La paciencia de muchos políticos e intelectuales estaba llegando a su límite, pues entorpecían los debates constitucionales y no facilitaban el funcionamiento de las instituciones, según defienden historiadores como Émile Témime, Alberto Broder o Gérard Chastagnaret.
Azaña, respondió con un nuevo y furibundo ataque en forma de carta fechada en septiembre de 1937: «La Generalitat ha vivido en franca rebelión e insubordinación. Y si no ha tomado las armas para hacerle la guerra al Estado, será porque no las tiene, porque le falta de decisión o por ambas cosas, pero no por falta de ganas», escribía en septiembre de 1937.
El presidente Manuel Azaña, acusaba a las delegaciones de la Generalitat de Cataluña en el extranjero por la creación de su propia moneda y la formación de su propio Ejército. Apuntaba después dolido que, si al pueblo español se le coloca de nuevo en la encrucijada de tener que elegir «entre una federación de repúblicas y un régimen centralista, la inmensa mayoría optaría por el segundo». Azaña quizá se sentía culpable por haber favoreció su empoderamiento, a pesar de sus posteriores críticas, al considerar que para mantener la estabilidad de la democracia era indispensable dar a los catalanes un nivel aceptable de autogobierno.
Después, la llamada Asamblea Nacional Catalana (ANC) sacaba músculo, retando sus líderes y miembros al Gobierno central al extender a la Comunidad Valenciana su campaña para conmemorar el cuarto aniversario de la consulta ilegal independentista del 1 de octubre de 2017 y reclamar la secesión de los «países catalanes» en el marco de unas acciones reivindicativas convocadas para este fin de semana. En ellas está prevista la participación, aunque en formato de vídeo, del expresidente catalán y prófugo de la Justicia española Carles Puigdemont. «El problema catalán seguirá existiendo mientras España subsista», que dijo Gasset.
En realidad, el independentismo catalán comenzó en Cataluña en los primeros años de la Restauración borbónica y culmina con la hegemonía del mismo en el seno del catalanismo político en la segunda década del siglo XXI. Según Enric Ucelay-Da Cal, como «movimiento político intencionadamente innovador» nació en el invierno de 1918-1919, nada más acabar la Primera Guerra Mundial, aunque en sentido estricto aparece en 1968 (hasta esa fecha Ucelay-Da Cal prefiere hablar de movimiento «separatista», ya que según él «el independentismo deriva del separatismo, pero no es lo mismo»).
Hacia 2010-2012 irrumpe el «nuevo independentismo de masas» que protagoniza la que Ucelay-Da Cal llama la «revolución catalana» de 2017-2018.
El médico, farmacéutico y periodista Josep Narcís Roca i Farreras (1834-1891), colaborador entre otros del diario catalanista La Renaixença, es considerado el primer nacionalista catalán independentista. El primer artículo donde apareció claramente su propuesta de que Cataluña tuviera un Estado propio fue publicado en 1886 con el significativo título de Ni espanyols ni francesos ('Ni españoles ni franceses'), lo que le valió que se dictara contra él una orden de prisión. El objetivo de Roca i Farreras era que Cataluña se convirtiera en el «Portugal de Levante» y uno de sus modelos era el nacionalismo irlandés. La bandera de la República de Cuba y también la de Puerto Rico, sirvieron de modelo a la estelada catalana.
El primer grupo independentista organizado apareció a principios del siglo XX pero no en Cataluña sino en Santiago de Cuba, poco después de que la isla se emancipara de España, cuya lucha por la independencia había despertado grandes simpatías y apoyos entre los emigrantes catalanes en la isla. En el Centre Català de Santiago de Cuba fue donde ondeó por primera vez la estelada creada precisamente por un residente catalán en Cuba, Vicenç Albert Ballester, y cuyo diseño está inspirado en la bandera cubana. También fueron miembros del "Centre Catalá" de Santiago los primeros en publicar un periódico abiertamente independentista llamado "Fora Grillons" ('Fuera Grilletes').
El documento en inglés titulado What says Catalonia con fecha del 11 de septiembre de 1918 en el que el Comité Pro Cataluña pide a «la victoriosa Entente, por el Derecho y la Libertad de los Pueblos, la revisión del Tratado de Utrecht. ¡Viva la Entente! ¡Gloria a Wilson! ¡¡¡Justicia!!!». Es el documento más antiguo en que aparece la estelada.
En diciembre de 1918, dos meses después de que se firmara el armisticio que puso fin a la Primera Guerra Mundial , nacionalistas catalanes radicales (encabezados por Daniel Domingo, comandante del Regimiento de los Voluntarios Catalanes en la guerra) constituyeron en París el autodenominado «Comité Nacional Catalán», que imitaba al Comité Nacional Checo, para reclamar a los países vencedores que se ocuparan del «pleito catalán».
En Cataluña la reivindicación del Comité Nacional Catalán fue apoyada en el Aplec de la Conreria que reunió a miles de personas, entre ellas el diputado por Borges Blanques, Francesc Macià, quien en un discurso en las Cortes había dicho hacía poco: «Queremos formar una nacionalidad libre e independiente, porque esta nacionalidad [catalana] pueda asistir a la Liga de las Naciones, llevando allí su civilización y su cultura». De esta forma Macià se había convertido en la figura pública más importante del independentismo.
En junio de 1922 se celebró una Conferencia Nacional Catalana, donde los jóvenes de la Lliga encabezados por Lluís Nicolau d'Olwer y Jaume Bofill i Mates coincidieron con intelectuales del campo republicano como Josep M. Pi i Sunyer, Carles Soldevila y Rovira i Virgili y con el grupo que encabezaba Francesc Macià. De esta Conferencia surgieron dos nuevos partidos nacionalistas catalanes más radicales que la Lliga: Acció Catalana, integrada por los jóvenes de la Lliga y los intelectuales republicanos, y Estat Català, integrado por el grupo de Macià. Este último de signo netamente independentista.
La Dictadura de Primo de Rivera en Cataluña pronto desplegó una política claramente anticatalanista y los militantes y dirigentes de los partidos nacionalistas catalanes no tuvieron más opción que la clandestinidad o el exilio. En cuanto a Estat Català la represión de la Dictadura le reafirmó en su apuesta por la vía insurreccional y así lo expuso claramente Francesc Macià el 7 de octubre de 1923 poco antes de huir a la Cataluña francesa cuando explicó que el principal objetivo de su partido era formar una gran coalición con las organizaciones obreras y los partidos republicanos catalanes, y con los nacionalistas radicales vascos y gallegos, para llevar a cabo un movimiento subversivo que acabara con la Dictadura.
Con ese objetivo se formaron los primeros escamots —un término creado para evitar la palabra esquadra, de reminiscencias fascistas— , se fundó en París un Comité Separatista Català, que haría las funciones de cuartel general de la insurrección, y se comenzó a recaudar fondos para la compra de material de guerra. En el plano internacional Macià contactó con diversos movimientos de naciones sin estado europeos y con los nacionalistas filipinos para formar una Liga de Naciones Oprimidas, constituida en septiembre de 1924, que actuaría como centro de propaganda y como grupo de presión ante la Sociedad de Naciones.
La primera acción subversiva llevada a cabo en Cataluña no fue ideada por Macià sino por Bandera Negra, una organización armada clandestina dirigida desde el exterior por Daniel Cardona, un dirigente de Estat Català que residía en Perpiñán y que, en contra del parecer de Macià, quería convertir el partido en un grupo paramilitar. Se trató del conocido como complot del Garraf, un atentado fallido perpetrado en junio de 1925 contra los reyes de España en las costas de Garraf.18 23 24
A mediados de 1926 Macià decidió llevar a cabo la invasión de Cataluña con un pequeño ejército integrado por escamots. El plan consistía en penetrar por Prats de Molló, en la Cataluña francesa, y tras la toma de Olot converger sobre Barcelona, donde simultáneamente se declararía la huelga general y, con la colaboración de una parte de la guarnición, se proclamaría la República catalana. Se esperaba que esta proclamación provocara levantamientos en otras regiones españolas.
Macià dio la orden de movilización el 29 de octubre de 1926. Pero la policía francesa estaba sobre aviso, por lo que no tuvo muchas dificultades para detener cerca de la frontera española entre los días 2 y 4 de noviembre a la mayoría de los hombres comprometidos en la invasión (más de un centenar). Macià fue detenido el día 4 en la casa de campo que ocupaba. Mientras tanto en Barcelona la policía española, que también estaba sobre aviso, detuvo a otros miembros de Estat Català implicados en el complot. Macià, junto con otros 17 detenidos por la policía francesa, fue juzgado en París en enero de 1927 siendo desterrado a Bélgica.