No existía, y sin embargo, estaba ahí. En algún lugar del viento que sacude nuestras almas se encuentra el relato de aquello que aspiramos a ser.
La pureza original deja paso a un mundo de sinsabores que nos alejan de la esencia, y siendo así, la vida se convierte en un laberinto del es difícil atisbar la salida. Las cadenas de la inmediatez hace que supuren las heridas y nos privan de la distancia, aquella cualidad de las cosas que reconforta nuestro entendimiento, nuestra ciencia y nuestra mente.
Entonces, como ciudad que emerge desde las profundidades de los océanos, tienen fama y vida propia los mitos.
A través de historias lejanas, de héroes y villanos, los creadores de mitos intentan acercarnos al recuerdo de aquello por lo que vivimos; una galería de imágenes que simbolizan algunos de los momentos que estamos destinados a vivir; que la vida nos pone en el camino sea cual sea nuestra condición. La voz de los oráculos nos dará la pauta a seguir.
Si yo tuviera que elegir un hito que nos devolviera a Ítaca, éste sería la exaltación del agua y la cultura; dada la necesidad acuciante de una identidad supranacional o identidad universal, y que bien podría tener origen en la Biblioteca de Ceuta.
Pero trasladémonos. Todavía me estremezco cuando paseo por la marina y levanto la vista hacia el Monte Hacho. Abyla. Una de las Columnas de Hércules; los límites del mundo conocido y puerta de entrada hacia abismos indescifrables.
Cerca de allí, otra teoría: la Montaña de la Mujer Muerta. Un rival de belleza tal que bien podría ser la puerta de entrada al averno, o a los cielos, según la suerte del deudor, y la fundamentación de sus respuestas.
Resumiendo. Decir lo que digo son dos cuartillas. Echo en falta una narración que profundice en el mito de Ceuta. De hecho, he estado navegando con mi Tablet y no encuentro más que un par de apuntes de Heródoto y poco más (que me corrija algún avezado cronista, sería muy importante para mí).
Buen divertimento de madurez andar buscando imágenes que nos congracien con los principios, y que nos den refugio para comprender mejor la vida que nos fue entregada.
“Habiendo sido informado de la existencia de un libro que curaba el sufrimiento del alma, el hombre de Ceuta caminó por la vertiente hasta Alejandría.
En la puerta de la Biblioteca un anciano le apremió: “¿Estás seguro de que quieres leer el libro que cura el sufrimiento?”. El hombre de Ceuta le respondió que sí. Entonces el anciano concluyó: “Para hacerlo primero has de leer todas estas estanterías”. Y le mostró su interior.
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