El principio de la cinta con el viaje de presentación de la cámara por la región, significativamente acompañado por la voz del legendario Ray Charles, desembocando en la llegada al pueblo de una figura trajeada que se baja de un tren, a la que no se le ve la cara, pero que por sus manos observamos que es negro, es toda una declaración de intenciones sobre lo que vamos a ver. En el calor de la noche supone una historia de investigación, prejuicios, evolución y contraste.
El impecable Sidney Poitier –uno de los pocos estandartes vivos de anteriores épocas doradas- encarna como nadie a un inspector de homicidios que trabaja en Philadelphia y llega a un pueblo de Mississippi para hacer escala esa noche, esperando el tren que le lleve a ver a su madre: la misma noche que es asesinado el empresario más importante del lugar. La policía comienza a buscar al culpable y encuentra al inspector Tibbs en la estación esperando su tren…
La primera vez que se ve completamente a Poitier es en el “encuentro” con el agente que sin preguntarle siquiera su nombre lo cachea y detiene por el mero hecho de ser negro, acusado de llevar una “cartera abultada” y alegando que “los negros no ganan tanto dinero”. Cuando se desvela que Virgil Tibbs en realidad es un reputado especialista en homicidios, el jefe de policía se acabará tragando su orgullo de blanco sureño pidiéndole que le ayude a encontrar al asesino, en una escena memorable en la que reconoce que "no es un especialista", y llama inspector por primera y única vez al personaje de Poitier.
La cinta es un fiel retrato de una América (la otra América) aletargada por la incultura, los prejuicios y por un calor infernal, instalada en la comodidad de ver a los negros exclusivamente como sirvientes y recogedores de algodón. La línea argumental le pondrá las cosas realmente difíciles al educadísimo y preparadísimo sabueso (ya no sólo para poder trabajar, sino para salvar el cuello), desembocando finalmente en el hecho de que no se encuentra en una región de seres viles, sino de retrógrados vetustos con la visión arraigada del que se cree y le gusta creerse superior. Evidentemente, el tema que trata de fondo, muy en el sendero de Sed de mal, de Orson Welles, sigue muy en vigor, pues hoy en día tenemos claros ejemplos de esta conducta por todos lados.
El magnífico envejecer de este film no permite imaginarse a otro en el papel protagonista en lugar del elegante Sidney Poitier, el mejor actor de raza negra que ha habido, con una interpretación pasional, cargada de matices y aportando al personaje ese necesario porte de persona excepcional. Rod Steiger, encarnando al jefe de policía, está inconmensurable destapando poquito a poco la personalidad de ese repulsivo mascador de chicle, mucho más interesante de lo que parece; cine en estado puro que le valió el Oscar al mejor actor por delante de Dustin Hoffman, Paul Newman, Spencer Tracy y Warren Beaty: sin comentarios.
Además del premio de Steiger, En el calor de la noche ganó la estatuilla dorada a la mejor película en 1967, el año de Adivina quién viene a cenar, El graduado o Bonnie and Clyde entre otras. Hay que añadir los de guión adaptado, sonido y montaje para un total de cinco galardones que fueron los que conquistó, además de otras dos nominaciones más. Seguramente fue excesivo premio con semejantes competidores (algunos sí que consideramos un crimen que esta cinta restara protagonismo a algún clásico indispensable que se pudo ver ese año), pero el aval no deja duda de que nada más que por la temática bien llevada, las interpretaciones perfectas y la música de Quincy Jones, ya nadie debería perdérsela.
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