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Orden de batalla de los portugueses en la conquista de Ceuta (y II)

Siendo ya bastantes combatientes reunidos, los distribuyeron entre los Príncipes y se dirigieron al interior de la ciudad por distintas calles. Permanecía el Rey con su escuadra fondeada en la playa de los Baños. El estruendo y gritería que desde la ciudad venía, y su penetración, le hicieron sopesar la situación, e inmediatamente mandó al infante D. Pedro que saltase a tierra con su gente; a su vez el Alférez Diego de Ceabra, enarboló su bandera en el navío y las trompetas y atabales hicieron señal a todos anunciando el desembarco al instante. El encuentro armado fue terrible, en la lucha, se vio en gran riesgo el sobrino del maestre de la orden de Cristo, que por su extraordinario arrojo hubiera perecido si no hubieran acudido en su auxilio algunos guerreros. En memoria de su heroico valor el Rey dio el nombre de Rui Souza al postigo de Ceuta en que por sus hazañas se timbró el sobrenombre del héroe, queriendo sin duda parecerse a Martin Monis que en el escalamiento de Lisboa cedió su nombre a otra puerta. En los mismos hechos de armas se distinguió Nuño Martínez de Silva.
El Rey se encontraba en estos momentos en la Puerta Sur de la ciudad, adonde se le presentó Gonzalo Lorenzo de Gomides, su escribano, acompañado de 400 hombres, suplicándole que en premio de sus servicios se dignase armarlo Caballero; accedió el Monarca a sus deseos y en aquel mismo instante lo efectuó. Cada calle y cada plaza era un campo de batalla: el estruendo del choque de las armas, los tristes lamentos de los heridos, los lastimeros gemidos de los moribundos y los plañideros lloros de las mujeres y niños, formaban un conjunto que enardecía a los expedicionarios. En el Ayuntamiento de Ceuta se conservó un estandarte de damasco encarnado, el cual se halla bastante deteriorado, sin duda alguna, por su antigüedad. Es la insignia que llevaba el Alférez mayor o el Gobernador de la plaza, en los actos públicos de la municipalidad. Todos los habitantes y naturales de la ciudad, conservaron por tradición la creencia de que dicho estandarte lo tomó en sus manos, para saltar a tierra, el Rey D. Juan I de Portugal. Pero en este capítulo hay autoridades en el tema que difieren, porque el estandarte, si bien por su cara izquierda las armas de Portugal, en la derecha presenta las de Castilla y León, de donde algunos dedujeron, que esta enseña no era otra cosa, que el pendón real con que se proclamó en Ceuta la soberanía de España cuando Portugal pasó a ser uno de sus dominios.
Por una calle iban huyendo en tropel algunos portugueses rechazados, empujados por la multitud de árabes que les acometían. El Infante D. Pedro que se dirigía a aquel punto, vio el grave peligro que corrían los suyos, y abriéndose paso entre sus desordenadas filas atacó al enemigo haciéndolo retroceder. Pero el número de  sarracenos cada vez era más nutrido y contuvieron la audacia portuguesa, obligándoles a retroceder de nuevo. La reacción del Infante fue lanzarse al ataque, apenas sin efectivos. Sólo diecisiete hombres quedaron con aliento, y  en la evolución de la pelea, quedaban cuatro acompañando al Infante: Álvaro Fernández Mascareñas, Vasco Estévez Godiño, Gómez Díaz y Fernando Álvarez. La lucha era a muerte. Corrió la voz entre los guerreros más próximos al lugar donde estaba el Infante, que tenía imposible la salida entre el tumulto musulmán. Entonces Vasco Fernández de Ataide, calificando la gravedad del riesgo en que se hallaba el Príncipe, acudió con la mayor rapidez hacia el punto en el que el Infante se había metido. Emprendió su marcha dirigiéndose hacia una torre del palacio de Zala-Benzala; a su paso por debajo de ella, una musulmana que se hallaba en la ventana de la parte alta, dejó caer una piedra, la que dando en la cabeza de Ataide, le quitó la vida. La piedra homicida existió desde aquellos tiempos colocada en la torre de la Mora sobre un pedestal o pilastra embutida en ella, en la que se podía leer la inscripción: “Vascus Ataide primus dun hanch ocupant Arcen sexun faenimicum limen vitaque finen fuit”. Se puso al frente de los que mandaba Ataide, García Monis, llegando donde estaba el Infante, a quien reprendió respetuosamente por una astucia que rayaba en temeridad. Lo hizo salir a pelear en campo abierto, hasta que llevó aviso de que el Príncipe D. Duarte los esperaba en una mezquita, convertida luego en iglesia mayor, consagrada al culto del cristianismo en las conquistas africanas (actual ermita del Valle).
Zala-Benzala, después de poner a salvo a las mujeres y joyas manuables, huyó a caballo a una velocidad inexplicable para no volver. El Rey portugués ordenó a Juan Vaz de Almada, que corriese a la fortaleza con la bandera de San Vicente (era la bandera de la ciudad de Lisboa) y procurase a todo trance enarbolarla sobre las almenas. Entró Juan Vaz en el palacio haciendo tremolar el estandarte sobre las elevadas almenas de la torre, derramando la alegría y el entusiasmo en la Cruzada Portuguesa, que descubrió el pendón sagrado entre los últimos crepúsculos del día. El Infante D. Pedro quiso, que su Alférez D. Pedro de Meneses, hiciera otro tanto en la torre de Fez, pero allí todavía se libraba encarnizados combates, distinguiéndose particularmente en este hecho de armas D. Enrique de Noroña y su gente que pusieron en fuga al enemigo. Posesionados los portugueses de la ciudad y calmada la efervescencia de los primeros momentos de alegría por tan señalada victoria, el Rey dispuso que el domingo inmediato, 15 de agosto de 1415, se purificase la mezquita mayor y se celebrasen los santos oficios, en acción de gracias a Dios y a la Santísima Madre la Virgen María. Inmediatamente tuvo cumplido efecto la voluntad real, y hechos todos los preparativos para la sagrada ceremonia, salió el Rey, los Infantes y grandes Caballeros, cubiertos de vistosas armaduras y riquísimas armas, a oír la primera misa en el recinto consagrado (ermita del Valle). Mientras en el nuevo templo, consagrado al cristianismo, se celebraban los santos oficios, y se concedía el honor de la Caballería a tan distinguidos guerreros, surcaban el mar muchas naves, con avisos del Rey Portugués a diferentes partes para noticiar tan importante victoria. Uno de los primeros a quien honró con dignárselo fue al Alcaide mayor de Tarifa, Martín Fernández Portocarrero. El propio aviso recibió el Rey Fernando de Aragón, que entonces se hallaba  en la Galia Narbonense y ciudad de Perpiñán. Fue el portador de tan buena nueva Álvaro Gonzales de Maya, Veedor de hacienda en la ciudad de Oporto, quien de parte del Soberano Portugués, ofreció al de Aragón el puerto de Ceuta para su armada, cuando intentase emprender acciones de guerra contra el reino granadino. Llamó D. Juan I a Martín de Melo y lo eligió para Capitán de Ceuta. No obstante, pidió Melo al monarca, le concediese tiempo para pensar, y este hombre resolvió aconsejarse por sus familiares, quienes le disuadieron de aceptar la honra y predilección que el Rey le había mostrado y que jamás había ofrecido a ninguno de sus vasallos en todas sus empresas. Discurriendo el Rey a quien confiaría el mando, apareció D. Pedro de Meneses con un bastón de acebuche en la mano y dijo [Este bastón existe en la actualidad, y es el mismo que empuñan los gobernadores y comandantes generales de Ceuta en la ceremonia de tomar posesión del mando de la plaza: terminado el acto, vuelve a depositarse en manos de la Virgen de África a quien se lo puso en el año 1744 el gobernador que era por entonces D. Pedro de Vargas Maldonado, después Marqués de Campo Fuerte, quien lo entregó a la Virgen haciéndole cargo del gobierno y cuidado de la plaza y de sus habitantes, con motivo de la contagiosa peste que la afligía]. Aceptó el Rey el ofrecimiento y Meneses quedó de primer Capitán de los cristianos defensores de Ceuta.
Sentada la posesión de la plaza de Ceuta, y tomadas todas las medidas para su seguridad, el primer propósito del Rey fue darle Obispo, con el título de Marruecos, eligiendo a Amaro, el cual fue confirmado por el Pontífice Martino V, en el año de 1421.

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