Categorías: Opinión

Orando a Santa Marta

La fe en su patrona es lo único que les queda por agarrase a los hosteleros para aguantar la nueva ley antitabaco, un detalle más para limitar las posibilidades de crecer en clientela y en rendimiento en tiempos de apuros económicos. Las intenciones de mejorar la salud con espacio sin humos se les ha ido de las manos, confundiendo los lugares de ocio donde normalmente se podía fumar con otros de otra índole en los cuales es normal la prohibición (no es lo mismo un pub del Pueblo Marinero o un bar de la calle Jaudenes que el Hospital Universitario). Pero una vez más, han actuado sin criterio en la feroz batalla del gobierno para seguir empeorando la situación de las PYMES. Las condiciones son doblemente preocupantes para aquellos que fueron obedientes a la pasada ley antitabaco, adecuando sus locales con mamparas y dividiendo sus locales en diversas estancias, donde limitaron el aforo de muchos bares y restaurantes y obligaron a hacer un importante gasto en infraestructura (ahora como de costumbre nadie asumirá esos gastos).
Nuestro país cuenta con muchísimos más bares por habitantes que cualquiera de nuestros vecinos de la Unión Europea, tenemos horarios muy distintos a los centroeuropeos, unido a unos hábitos y costumbres que distan un mundo de los nuestros. Alternar es una práctica habitual en el día a día de los españoles (siempre en la acepción de hacer vida social y tener trato, no me malinterpreten), donde el lugar para desarrollar esa socialización suelen ser los bares tanto en los desayunos, aperitivos, comidas, cenas etc. No imagino yo a un holandés saliendo de su oficina a tomarse unos molletes de Róterdam, con su descafeinado de máquina y echarse el cigarrito en el bar… ni a un alemán al medio día con sus compadres de Bonn, tomándose unas cervezas con ensaladilla rusa empujada por piquitos de un obrador de Wolfsburgo y pidiéndole fuego a media barra. Las bodegas, tabernas, mesones, bares, ventas… son sitios de indudable origen español que difícilmente entran en el contexto de otras naciones con formas y maneras diversas que difieren y distinguen mucho a las nuestras (por eso nuestra forma hostelera no es tan exportable como otras, pues incluye una cultura heredada de lo más profundo de nuestras raíces). Nuestros bares son sitios para el esparcimiento cuando nuestras realidades no son favorables, lugares de reunión donde el encuentro, la conversación y las relaciones se refuerzan y acrecientan.
El humo y sus perjuicios son de todos conocidos, perjudicando a la salud de quien los consume y de los fumadores pasivos, pero la opción de permitir fumar o no era una cuestión personal de cada hostelero, teniendo en cuenta su clientela y sus intenciones para dar rentabilidad a su negocio. En la actualidad se le impone una prohibición con la amenaza de multas, cerrándoseles posibilidad alguna para buscar alternativas.
Ser hostelero se ha convertido en un decálogo de leyes que asfixian las cuentas y las ganancias. Podríamos sumarle un sinfín de travas que amedrantan a los propietarios como por ejemplo: la SGAE (cuidadito con la música y programas que se emiten en reproductores y televisiones), que no venga un guasa al que le ofendan los jamones colgados por estar prohibidos en su confesión, que quieran quitarle un crucifijo por ser los más acérrimos aconfesionales o que se tenga que quitar la cabeza de morlaco de Núñez del Cubillo para no herir sensibilidades antitaurinas. Un sector acorralado, más pendiente de no comerse un marrón que de rentabilizar una inversión.
Los inspectores de sanidad particulares se van a multiplicar, esos que no trabajan para la administración, ni son funcionarios, pero son doctores en retranca y de meter el dedo en la llaga. Así de esta forma, aquel que tenga algo en contra de algún local le estarán lloviendo las malignas ideas para aprovecharse de la nueva ley antitabaco y hundir en la miseria a los ya devastados hosteleros (ya hay más denuncias a nivel nacional de las que puedan contar todos los inspectores juntos trabajando 24 horas al día…). Somos líderes mundiales en malas ideas, rencor, resentimiento y en machacar a quien no nos son afines (algunos sin descanso, tomándose la vida como un desafío contra todo aunque nada tenga que ver y donde la palabra tolerancia no tiene espacio en su vocabulario).
Las preocupaciones de la incesante decadencia de España no dominan el primer lugar de la actualidad y donde la terrible ansiedad de la población se solapa entre nuevas leyes que confunden el debate social.

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