Hace ya algún tiempo que dejamos de residir en Ceuta, para regresar a Granada, ciudad en la que trabajamos, tenemos parte de la familia y nuestra casa. Pero es difícil irse de Ceuta y no volver. Los más de 20 años pasados allí, con sus buenos momentos, la tranquilidad de sus calles, sus buenas gentes, y la belleza de su entorno, te animan a hacerlo. En esta ocasión había un aliciente más. Los últimos acontecimientos vividos en la Ciudad, que fue “asaltada” por más de diez mil personas, en una especie de “marcha verde 2”, organizada por Marruecos, nos tenía algo preocupados. Queríamos ver y hablar con los amigos que quedan por allí, para saber, de primera mano, la situación real de la ciudad.
Dicho y hecho. Reservamos una habitación en el Parador de Ceuta y le pedimos a nuestros hijos que nos dejaran llevar a las nietas con nosotros. Finalmente pudo venir sólo la mayor. Con ella hemos pasado una semana inolvidable en la ciudad que ha sido nuestro hogar durante tanto tiempo. Y además, lo hemos hecho en las condiciones climáticas típicas del lugar. Levante caluroso y con niebla espesa. Es decir, las mismas condiciones del primer día que yo recuerdo de hace muchos años, cuando llegué allí. No es que el tiempo esté así la mayor parte del año, sino que cuando sucede, es tan molesto e intenso, que te hace recordarlo como si hubiese durado una eternidad. Allí, en la habitación del hotel, ocurrió un suceso especial con un pequeño pajarito, que nos hará recordar el viaje con mayor cariño e intensidad.
El primer día, lunes, transcurrió con mucha normalidad. Después de tres horas de viaje en automóvil, embarcamos en el Ferry más grande que había, pues la oferta era justamente para no residentes a un precio razonable era para ese barco. Después de tantos meses sin viajar a Ceuta, hacer nuevamente la travesía, contemplando ambos lados del Estrecho desde una de las terrazas del barco y viendo los grupos de delfines que nos escoltaban y las gaviotas que nos saludaban resultó un acontecimiento realmente impresionante y relajante. Cuando ya llegábamos, fuimos sobrevolados por el helicóptero.
Estos son los dos sistemas de conexión de Ceuta con la Península, que es necesario poner en valor por sí mismos, pues viajar en ambos medios son espectáculos que merecen la pena. A cualquier hora del día, aunque con sus diferentes peculiaridades, dependiendo del momento. Son el nudo gordiano del desarrollo económico de la ciudad. ¿por qué viajar en helicóptero por la ciudad de Nueva York, por ejemplo, para contemplar sus impresionantes rascacielos, o viajar en Ferry desde Manhattan a Staten Island, tienen su encanto, y hacerlo por uno de los más transitados e importantes Estrechos del mundo, que une dos mundos y dos continentes diferentes, no lo tiene?. Nosotros hemos hecho estos viajes, y los de Ceuta, en barco o en helicóptero, no tienen nada que desmerecer, desde el punto de vista turístico.
Los días siguientes los dedicamos a visitar el impresionante Parque del Mediterráneo. Allí nos bañamos, comimos, paseamos por los caminos rodeados de su frondosa vegetación. Vimos a muchísimas personas de Ceuta y de fuera. De todas las edades. Aunque era un día de entre semana, el lugar estaba lleno hasta la bandera. Igual que estaba el Parador y los barecitos en los que disfrutamos de la magnífica cocina de la ciudad. Sin embargo, pese al bullicio y a la aparente actividad, había algo que no nos cuadraba. Percibimos tristeza en las caras de muchas personas. No sabíamos a qué se debía esta sensación. Podía ser el cansancio típico de un día de levante intenso, al agotamiento de meses de aislamiento por la pandemia, o por algo más. Es lo que intenté descubrir hablando con mi amigo y compañero Juan Luis, una de las personas que más han hecho por fomentar la convivencia de todos los habitantes de esta tierra, por defender los intereses de los más desfavorecidos y por preservar la dignidad de la ciudad que lo vio nacer, lo saben bien bastantes personas. Su reconocimiento, tendrá que llegar algún día. Siempre ocurre.
Lo encontré sentado en el pequeño despacho que ocupa en su sindicato. El mismo que yo ocupé cuando ejercía de asesor jurídico de este mismo sindicato. Allí seguía realizando parte de su actividad política y sindical. Aunque mantenía la misma sonrisa de siempre, sin embargo,tuve la sensación de que él también estaba triste. Comentamos la situación general de la Ciudad. También la invasión que se propició desde Marruecos. El efecto psicológico que la misma tuvo sobre las gentes del lugar fue terrible, me decía. Aunque casi todos habían oído hablar de la famosa “marcha verde” que consiguió que saliéramos a toda prisa desde El Sahara español allá por el año 1975. En este caso se trataba de una “marcha verde”, distinta, pero que la gente había visto y sentido desde las ventanas de sus casas. Este efecto, junto con meses de aislamiento y cierre de la frontera con el vecino país, había profundizado y dañado la conciencia de pueblo de los ceutíes hasta límites desconocidos hasta el momento. Pese a la gran masa de población funcionaria, que percibe regularmente sus salarios, la situación económica es alarmante. Ceuta camina cuesta abajo y desaparecerá en breve, si no se pone remedio y se ayuda para que se recobre la vitalidad de siempre. Esta era su percepción y el análisis que hacía de la situación, tal y como yo lo entendí.
Ese mismo día, al llegar a la recepción del hotel, nos comunicaron de un incidente. Se trataba de que un pequeño pajarito del nido que había en la ventana de nuestra habitación se había caído y estaba en la terraza. Nos dijeron que iban a intentar solucionar la situación de la mejor forma para que el animalito siguiera con vida. Les dijimos que ya había caído a la terraza el día anterior. Justo se puso encima del pie de nuestra nieta, mientras cenábamos. Ella, que se asustó en un primer momento, cogió rápidamente su Tablet y consultó qué hacer en situaciones como ésta. La información que obtuvo es que en estas fechas era frecuente que algunos pequeños “volantones” se cayeran de los nidos. Pero que no debíamos tocarlos ni intentar nada extraordinario con ellos. Sólo colocarlos en algún lugar cercano, para que la madre pudiera seguir alimentándolos. Hasta el día que nos hemos vuelto, el pajarito seguía en la terraza, milagrosamente vivo después de tres días. Esto nos llevó a pensar que, efectivamente, tal y como se informó nuestra nieta, la madre había estado alimentando al animal cuando no estábamos nosotros allí.
Yo, que soy optimista por naturaleza, pese a lo que dice mi amigo Juan Luis, sigo creyendo que Ceuta tiene futuro. Como creo que lo va a tener el pequeño volantón, que gracias a la pericia informática y a la especial sensibilidad hacia el mundo animal de nuestra nieta Laila, seguirá viviendo. En el caso del pajarito, si la madre sigue dándole de comer. En el de la Ciudad, si le ayudan a desarrollarse económicamente sin la dependencia de las subvenciones, ni del capricho diplomático de un país falto de democracia, como es Marruecos. Así esperamos que sucedan ambas cosas.
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