Opinión

La tragedia silenciada

Un mes después de que su cuerpo sin vida fuera sacado del mar por los GEAS de la Guardia Civil, se le dio sepultura en Sidi Embarek al varón yemení que se topó con la muerte en la travesía que iba a suponer su salvación. Como él otros tantos han muerto o desaparecido en esos espigones, protagonizando unas tragedias silenciadas a nivel nacional. Aquel 6 de diciembre todos los medios de comunicación nacionales miraban a Ceuta porque esa jornada se disputaba el enfrentamiento entre España y Marruecos enmarcado en el Mundial. Hicieron un 2x1 y, aprovechando la presencia de medios a este lado del Estrecho, decidieron que había que hablar del hallazgo de este cadáver. No lo hicieron por plasmar a nivel nacional la auténtica sangría de muertes que está habiendo en nuestras fronteras, sino porque venía bien en la parrilla del telediario. Amortizaban el viaje, así como lo leen, desembarcaban en Ceuta y se llevaban dos noticias en el mismo paquete.

Bien poco importaba la muerte de este yemení como tampoco han importado las de otros que vinieron después: un niño y un adulto marroquíes y un subsahariano que nunca pudo ser identificado. Muertes en el mar, muertes en la valla de las que no se habla porque interesa solo ‘vender’ los éxitos del ministro Marlaska y no el desastre que permite su Ministerio y se fomenta en los espigones.

De aquella muerte se habló como quien hablaba de una estadística. Un mes después a nadie le ha interesado su final, como tampoco interesó el del subsahariano muerto de frío o el del niño al que la vida no le llegó con fuerza para alcanzar la orilla de Juan XXIII.

Lo que está pasando en Ceuta se ha asumido como algo que debe suceder. Aun siendo una barbaridad a nadie le importa. Por eso tampoco hay intención por cambiar, por disponer de medios, por solventar problemas, por reaccionar para dar mayor seguridad o para ayudar en las identificaciones. Solo interesa la estadística, el 2x1 o que el suceso nos venga hasta bien.

En Sidi Embarek al menos ayer le rezaron. Los enterradores, los funerarios, los trabajadores que se encontraban allí haciendo otras labores. No le conocían pero le rezaron, dando un ejemplo de humanidad a más de uno. Una torta sin manos a los corazones y a la hipocresía colectiva de tantos.

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