Colaboraciones

Un regalo maravilloso (I)

En los años treinta del pasado siglo vivía en Ceuta ,en la Calle Beatriz de Silva, una admirable pareja de las que sobreviven durante más de un decenio a la mutua compañía. En el matrimonio formado por Carmen y Vicente Licerio. La felicidad no había inundado a grifo abierto aquellos años. Con todo, goteó suficiente miel como para alejar a nuestros protagonistas del desengaño. Habitaban en una casa de la zona del Revellín .Vicente era propietario, junto con su hermano Abel, de una modesta pero pujante empresa de construcción naval. Vicente Licerio y toda su familia, decía Carmen, estaban embaucados por el mar, y los que no construían barcos eran marinos. En cambio, a ella el agua de la bañera algo agitada le provocaba vértigos y pánico las tormentas, que era oír un trueno todavía lejano y buscar refugio en el primer armario. Fobias las suyas pocos convenientes en un puerto de mar, sobre todo si se quiere salir de viaje. Por lo demás, ella daba órdenes a la doméstica y pasaba las tardes entretenida en partidas de bridge con sus amigas, juego de moda junto con el espiritismo. Se interesaba también por poesías y partituras, sobre todo de Fredericke Chopin, por cuyo dominio en el piano porfiaba deseando ofrecer una interpretación excelente a sus amistades en la que brillara como solista.

Por su veintiocho cumpleaños, Carmen recibió el consabido frasco de colonia L’Heube Blue y la consabida caja de bombones Swiss Army, dos fijos, que le gustaban si, pero denotaban la falta de imaginación, de chispa, del esposo. Entre el resto de regalos, descolló el de Abel, que fue desenvolverlo con inusitada ilusión y darse con una radio tan manejable que no pesaba kilo y medio, con sus cinco válvulas, altavoz intercambiable por auriculares y mandos de marfileño color, incluida la onda corta.

¿Dónde prefieres colocar el aparato?, preguntó Abel porque él lo instalaría. Así fue como el cuñado, empedernido soltero, entró por primera vez en la alcoba de ella e hizo la instalación eléctrica de la radio y ajustó la antena del receptor al rincón , de manera que apenas se notaba.

Aquella noche ,tan pronto el marido se durmió, Carmen quedó a solas con la radio , la cual dejaba escapar bailables que llegaban de los más lejanos lugares y famosos artistas: La Havana Casino Orchestra. Sing, Sing, Sing , de Benny Goodman , cortesía de la WWW Onda Corta de New York.

Radio Cádiz en su espacio Canciones de hoy dio Mauel, Manuel de la tonadillera Enriqueta Serranos , chotis que le causó sensación.

Es mi Manuel republicano como hay pocos

Y con los hombres que hoy gobiernan anda loco

Porque dice que solo ellos con su hazaña

Nos trajeron la República en España.

Directamente de Radio París la voz de Josephine Bake recitaba una poesía de Guillaume Apollinaire:

Sous le pont Mirabeau coule la Siene Et nos amours

Radio Dersa en Tetuán emitía Dos Gardenias de Antonio Machín con un hilillo de música que ella escuchó hasta dormirse como acunada entre los brazos de su madre, en tanto que las luces de las grandes ciudades brillaban como faros que le indicaban el camino.

No cabía duda de que su fobia al mar le dificultaba el anhelo de viajar pero no siempre fue así. Años atrás, era apenas una adolescente, sucedió algo durante una excursión a los Alpes franceses. Visitaba, junto con el resto de alumnas, el castillo de Amency cuando una de sus compañeras calló al río delante de ella. Vió Carmen, sin poder asimilar lo que ocurría, , alejarse en la corriente el sombreo y la sombrilla abierta de la joven, mientras que esta, con los cabellos desparramados por la superficie del agua, tras dos subidas, se hundió como un clavo siendo inútil su braceo. A pesar de que si hubiera intentado socorrerla hubiese sucumbido también, se sintió tremendamente culpable, quedando en el río parte de ella. Desde entonces tomó miedo al mar y a las tormentas.

Una noche, inesperadamente, Vicente le propuso el viaje de sus sueños.

-¿ Suiza o a Italia?

-¿Incluimos París? -preguntó ella riendo.

Aquella noche revivieron pasados ardores y Vicente quedó en ir a la tour para empezar a preparar el viaje en cuestión. La noche siguiente, la acarició la mejilla y manifestó que por su parte con ella lo había tenido todo. En el transcurso de la noche, Carmen soñó que se alejaba en un barco bajo un frío glacial y en un mar donde no había otros tonos que el blanco del hielo y el gris acerado de las aguas . Aterida, buscó calor en su marido y supo que el frío provenía de él. Vicente estaba helado y , cuando ella presionó la perilla de la luz y se incorporó para mirarlo, su semblante mostraba una blancura cérea. Una tragedia y un contrasentido, sobre todo para Vicente, pues de pretender visitar las amplias estancias del Louvre fue a parar a un estrecho cajón con cuatro velones de luto.

Así fue como el cuñado, empedernido soltero, entró por primera vez en la alcoba de ella

 

A solas Carmen en el dormitorio con su radio Stimmeluft apagada , las lágrimas fluyeron libremente, repitiéndose que debió de quererlo más y practicar aquellos juegos que más de una vez él suguirio,aliño para la ensalada conyugal.

El cuñado le propuso cambiar el registro de la empresa para que ella figurara como la nueva socia, cosa en que Carmen estuvo de acuerdo, exponiendo como le gustaría que se llevaran las cuentas. No hubo ningún inconveniente por parte de Abel y ella continuó con sus campeonatos de bridge y las interpretaciones al piano ,sus bonitos pies descalzos para para percibir mejor la vibración de la música en el suelo de parqué.

Durante una fiesta en el Casino, Abel la rozó dos veces y durante un bautizo en un restaurante de moda, luego de un coro de chistes (algunos subidos de tono) bailó un pasodoble con Abel. Los hombros de este eran fuertes, y su torso se estrecha en un trasero militar. Ojos claros, glaucos, enormes, intensos. Ella se preguntó cómo no había reparado hasta entonces en semejante belleza. Y si lo miraba, cada vez hallaba en él una nueva cualidad, un nuevo don, un nuevo adorno con que Natura lo dotó, preguntándose cómo era posible que estuviera soltero, siendo indiscutible la existencia de una amante secreta, escondida en las calles de Ceuta. C'était le birdie!, exclamó para sí. Veía al cuñado llegar a su casa, que estaba en el portal contiguo, sobre las diez y media de la noche, lo que parecía descartar la hipótesis de la amante. Incluso telefoneó al Casino para comprobar si la hora de salida concordaba con la llegada ya que caminando había ocho minutos de un lugar a otro. Fue como entrar en una nueva realidad advertir que Abel también andaba interesado. Las canciones de Radio París, el locutor que con voz engolada recitaba versos, las baladas de Josephine Baker, volvieron a sonar dándole nueva vida al solitario sormitorioo. Abel se sentó con ella al piano y Carmen retiró la mano de inmediato por no poder tocar la pieza. En tanto le negaba todo, sentía deseos de abrazarlo, de estrujarlo entre sus brazos. Aquello no podía continuar sin estallar. Algo enorme iba a suceder, lo presentía. Una noche en que interpretaba una composición de Clara Schuman. Abel irrumpió en la salita.

-¿Qué haces aquí? ¿Cómo has entrado? -preguntó ella desconcertada. Le llegaron protestas de amor a borbotones. La amaba, la anhelaba. Las piernas de Carmen se volvieron de gelatina. pero resistió de momento y cuando intentó besarla le espetó que se fuera por donde había venido.-Largo - sentenció ella

-Sí ,si es lo que quieres -asintió él, desesperado- Durante años te he deseado, me he parado en la calle junto a la ventana para oírte tocar, y ahora no como, no duermo pensando en ti.

Carmen soltó la carcajada.

--¡C'est très vu, monsieur ! Partez et la prochaine fois, apportez une autre chanson. Ou n'en apportez pas. C'est tout ! —y muy segura de sí continuó tomándolo a chacota.

-Eres, cruel -repuso él y, con brusco giro, sacó de la chaqueta una Royal eibarresa de siete tiros, introduciendose el cañon en la boca.

-¡Detente, loco ! ¡Abel ! ¡Detente, desdichado! ¡Le pauvre diable!

El arma bajó a lo largo del torso. Pero puestas así las cosas, ella no quedó tranquila y recurrió a su educación francesa para revelarle parte de lo que sentía.

(Continuará)

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