Opinión

Un regalo maravilloso (y II)

-¿Cómo entraste? -preguntó ella.

-Por los desvanes- respuso Abel intentando recomponerse luego de tan encontradas emociones- Tu marido y yo abrimos un hueco en el tabique de separación -y después de decir esto se dispuso a salir .

-Abel-dijo ella -deja la pistola sobre el piano. No quiero una tragedia y mucho menos ahora que tú y yo nos vamos encarrilando.

Abel pretendió besarla pero ella lo rechazó.

-No se me conquista en un minuto. De momento, piensa en mí como en una gran amiga.

Abel salió por fin de la habitación, no sin antes lanzarle un par de besos.

Una semana más tarde permitió que él le besara los pies, floreciendo la flor de la pasión por la que días más tarde le dio cita para la noche.

Ella se colocó un floreado camisón de seda, le dio un último toque al ramo de flores que Abel le había regalado para la ocasión -rosas ygladiolos rojos- mientras en la radio sonaba una canción de Fred Astaire. Se deslizó en el lecho cubriéndose con la ropa de la cama. Acto seguido, avisó a Abel que entró prudentemente y se quitó la chaqueta y la depositó sobre el sillón, quedando finalmente en camiseta y calzones. Carmen le hizo sitio y luego de que pulsara la perilla de la luz, él se acercó y se quedó mirándola en la penumbra con sus enormes ojos intensos, repitiendo lo guapa que era. En esto, se acercó otro poco.

Carmen exclamó:

-¡Ay Jesús!

Apenas eran las diez de la mañana cuando ya se encontraba en la calle. Tenía deseos de correr, de soñar, de adelantarse a sí misma imaginando el futuro mientras respiraba la brisa del puerto y su vista recorría las embarcaciones amarradas en los borlados del muelle.

Se sentó en una terraza y siguió soñando nuevamente. Un hombre muy elegante se paseaba de un lado a otro, esperando sin duda a alguien. Al doblar la esquina ella miró hacia el bar. El tipo había desaparecido pero no le dio más importancia porque probablemente había accedido al interior del establecimiento. La invadía un impetuoso deseo de amor, una necesidad de artículos distinguidos, perfumados y delicados, así que caminó hacia los escaparates de la plaza del Revellín. Un elegante vestido de noche al menos de corte al bies, dejando su torneada espalda al aire. Prendas de satén y terciopelo .

Abel trajo unos folletos turísticos y le planteó el viaje soñado.

-¿Te viene bien Italia y Suiza?

-¿En invierno?

-No, sería para planearlo debidamente y realizarlo durante el verano.

-¿Pasaremos por París? -preguntó dichosa.

-Sí. Empezaríamos nuestras vacaciones en Julio.

-Julio del treinta y seis… -convino

- Buena fecha para irse de vacaciones.

Un familiar de Abel, el teniente de navío Alfonso Licerio, desembarcado por el crucero Mendez Leyte, fue acogido en casa por Abel durante el tiempo en que el navío continuase en reparación. El joven no tardó en advertir la situación y propuso trasladarse a un hotel. Era un encanto, se dijo Carmen. En verdad no molestaba. Pasaba el tiempo en el puerto, en particular con el capitán del remolcador Sidonia, con el que le unía un parecido singular.

Así pues, cada cual estaba en su asunto. Ella, con el fin de verse con su amante, subía cada noche al reino de los desvanes, iluminando con una palmatoria la escalera de losas de barro y mamperlanes de madera que crujían lastimosamente, adentrándose en por una larga galería en la que reposaba una mueble vitrina y un bargueño de tiempo indecible. Más adelante, arrinconado, había un diván naufragado no se sabía cuándo. De las paredes colgaban antiguos retratos, óleos de parientes ya ignotos cuyos pigmentos se oscurecían irremediablemente condenándolos de nuevo a las tinieblas.

Una noche, en el límite de la luz y las sombras, distinguió a alguien sentado en el diván. Creyó que se trataba de Abel, aunque también se daba un aire al desconocido de la terraza del bar. El desconocido giró entonces la cabeza hacia ella, incorporándose. Carmen lanzó un grito de terror, cayéndosele la palmatoria y echando a correr entre las sombras.

En tanto que Abel procuraba calmarla, profirió:

-¡Lo he visto! ¡Es él! ¡Mi difunto! Quizás está enfadado por parecerle corto el luto…Creo que llevaba un cuchillo de los largos de dos filos. ¡Pourquoi me fait-il une chose pareille ? Je l'ai aimé, je l'ai aimé autrefois, qu'avez-vous à me dire ? Qu'est-ce qu'il essaie de me dire?

"Tras horas de navegación avistaron al Gibraleón, algo escorado, pero soportando el temporal"

Carmen no volvió a subir a los desvanes.

A finales de abril, Abel hubo de trasladarse a Málaga por cuestiones de negocio. El día anterior a su regreso cayó un aguacero en Ceuta que convirtió en torrentes algunas calles. Durante toda la jornada no dejó de llover y Carmen decidió acostarse temprano , abandonándose a la música. Radio Cádiz dio que el temporal que azotaba el Estrecho iría en aumento con fuertes rachas de viento y mar arbolada. Como Abel regresaba de Málaga aquella noche, Carmen se durmió intranquila.

No supo el tiempo transcurrido. La radio emitía una noticia con voz distinta a la de un locutor habitual…

“…Barco de pasajeros Gibraleón en servicio regular, a cuatro millas al oeste de Bajo Isabel , mar de leva y rachas de viento de 6o nudos. S.O.S. Cogiendo agua en la sala de calderas. SOS. Aquí el Gibraleón, a cuatro millas al oeste de Bajo Isabel . SOS.” …

-El Gibraleón… Carmen saltó del lecho y no se le ocurrió otra cosa que correr por los desvanes para ir a despertar al teniente Licerio, que apenas se atrevió a entreabrir la puerta por encontrarse en paños menores.

Le pidió auxilio y lo convenció hasta tal punto que el teniente y ella salieron hacia el puerto, pidiéndole al capitán del remolcador que saliera en una noche como aquella en que efectivamente el Gibraleón tenía previsto atracar en Ceuta.

-Señora, ya que se ha empeñado usted en venir, permita que la ate con este cinto a la ampara porque el mar es traicionero y se lleva lo que encuentra. Y más a usted.

El Sidonia navegó a la salida de puerto a cinco nudos alcanzando más tarde una velocidad de servicio de dieciséis nudos.

Encontraron una mar de fondo que el capitán describió como el mayor que había visto nunca. Entraba el viento del SE, y despeinaba hacia atrás las crestas de las montañosas olas en grandes rociones de espuma, bajando el barómetro hasta los 910 milibares. Carmen se mantenía con la mirada fija a través del ojo de buey, observando enmudecida la crispada superficie del mar bajo latigazos de fuego que iluminaban el lomo tumultuoso de las olas. De vez en cuando, el remolcador encapillaba agua por la popa quedando la cubierta inundada .

Mentiría quien dijera que las tormentas de aparato eléctrico no le intimidan cuando se encuentra zarandeado en alta mar, pero Carmen, embebida en la contemplación de las fuerzas desatadas de la Naturaleza, miraba sin pestañear, siendo necesaria la intervención de disipadores y pararrayos a causa de las descargas que caían.

Tras horas de navegación avistaron al Gibraleón, algo escorado, pero soportando el temporal. El Sidonia describió una amplia circunferencia a su alrededor y después se aproximó por sotavento y tomó al barco a remolque, emprendiendo el regreso en un mar que no daba su brazo a torcer.

Amanecía cuando llegaron a puerto bajo el cielo tormentoso.

Carmen fue la primera que bajó la pasarela y corrió hacia el Gibraleón que ya amarraba los cables. Aguardó bajo la lluvia con el corazón palpitante, los labios crispados, contemplando la salida de los pasajeros. Por fin, vio a Abel y le estampó dos besos imposibles, de los que hacen tintinear la campanilla.

Cuando ella le contó atropelladamente que fue Vicente el que la avisó del naufragio por medio de la radio, Abel comentó que el Gibraleón no llevaba emisora y que su sistema telegráfico no pudo emitir.

Ella exclamó:

-Pero es que lo oí sin duda alguna! ¡Fue Vicente el que me habló! Creíamos que estaba enfadado con nosotros y no era así. Pretendía salvarnos, salvarte. ¿Entiendes? -hablaba a borbotones- ¡Quiere que seamos felices! —sus palabras fueron seguidas por una descarga eléctrica justo encima de sus cabezas -¿Ves, amor mío? -ni parpadeó a causa del estruendo- ¡Nos perdona! -y se le escapó -Yo también me he perdonado… ¡Ojalá nos perdonemos todos los unos a los otros. ¡ Me habló por la radio! ¿No es un regalo maravilloso?

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