Opinión

La posverdad electoral

Es cierto que llevo una semana de resaca electoral, muy parecida a la que soporté cuando Trump ganó las elecciones en Estados Unidos, o Bolsonaro en Brasil. Ni me esperaba lo que ha ocurrido en Andalucía, ni tampoco lo que ocurrió en estos dos países. Cierto es que podría haber sido peor si la señora Olona, “soldado” e “hija de Dios”, además de farsante en su declaración de residencia en Andalucía, hubiera sido la Presidenta, o Vicepresidenta de la Junta de Andalucía. Es lo que dicen muchos. Yo no estoy seguro.

Semanas antes de las elecciones andaluzas, un buen amigo mío, muy de izquierdas, pero no votante de toda la vida, me decía que quizás lo mejor sería que ganara el Partido Popular, para así evitar que la extrema derecha entrara en el Gobierno de Andalucía. Le contesté que la extrema derecha ya gobernaba en nuestra comunidad de la mano del aparentemente bueno de Juanma Moreno, y que la solución era que ganara la izquierda. Sin embargo, lo que me decía mi amigo era lo que él escuchaba en los informativos de las principales cadenas que, día tras día, nos hacían un análisis de la situación y nos lanzaban el mensaje de que la derecha iba a arrasar. También era lo que él escuchaba en la barra de su bar a las decenas de personas que pasaban por allí a diario. Afortunadamente pude convencerlo de que votara. Lo hizo, casi por primera vez, votando a la izquierda.

El día de las elecciones andaluzas, me tocó de interventor en una mesa electoral de mi pueblo. Cuando había transcurrido la mitad de la jornada con total normalidad, entró a votar una muchacha joven, con atuendos muy modernos, que me miró fijamente. Parecía que ella me conocía, aunque yo no recordaba quién era. Cuando se aseguró de que me fijaba en lo que hacía, se dirigió a la mesa en la que estaban colocadas todas las papeletas electorales de los distintos grupos y escogió, sin ocultarse, la papeleta de VOX. Me volvió a mirar con aspecto desafiante y la introdujo en el sobre. Se dirigió a la mesa y ejerció su derecho al voto. Se volvió, me miró de nuevo antes de irse, y, con un gesto de desprecio, se dirigió a la puerta de salida.

Pasados unos días, una vez descansado de la intensidad de las jornadas previas, volví al bar de mi amigo a tomar unas cervezas. Analizábamos los resultados electorales y constatábamos que en nuestro pequeño pueblo habíamos resistido con dignidad. Era cierto que la derecha y la extrema derecha habían “arrasado” a consecuencia de la desaparición de Ciudadanos. Pero nosotros, los de izquierdas, habíamos mantenido una cifra de votantes similar, o incluso algo superior a las elecciones autonómicas de 2018. Era un ligero consuelo. Una leve esperanza de futuro. Me contó que una de sus empleadas le preguntó que por qué me dedicaba a la política y que si es que me hacía falta dinero. Él le respondió que yo no tenía problemas económicos ni laborales. Que era una cuestión ideológica. No sé si la convenció.

Cuando escribo este artículo, es después de haberse celebrado un pleno del Ayuntamiento de mi pueblo. Allí ejerzo de portavoz de la oposición socialista. Los de derechas gobiernan desde hace casi 20 años. Antes, mi pueblo fue siempre de izquierdas. Algunos de los que hoy ejercen los cargos en el Ayuntamiento no han trabajado en nada distinto a su cargo político en el Ayuntamiento. Todos cobran un sueldo. Antes, con una población similar a la actual, eran el alcalde, el municipal y el secretario los que llevaban el Ayuntamiento en la cabeza. Hoy, estos niños y los “leguleyos” que los asesoran se llevan más del diez por ciento del presupuesto del Ayuntamiento en sueldos y honorarios. Por tanto, lo que defienden es su puesto de trabajo y su forma de vida. La única que conocen.

El pleno ha sido algo más bronco que de costumbre. Se debatía un punto importante. Habían decidido dedicar más de 500.000 euros a la construcción de un edificio denominado “espacio escénico”, que, según ellos, se iba a dedicar a actividades culturales. Cuando citaron las que allí se podían celebrar, no surgieron más de cinco en todo el año (¿se acuerdan de los aeropuertos sin aviones?). Pero era importante realizar esta obra a menos de un año de las elecciones, porque en el pueblo hay muchos “artistas”, según explicaban. El comportamiento de los concejales de la derecha con los de la oposición era muy similar a lo que ocurre en la política nacional. Insultaban, se reían, interrumpían, aplaudían a su “líder”. Y ahora, después de lo de Andalucía, con más vehemencia.

Estoy leyendo análisis de lo que ha ocurrido en Andalucía. Algunos dicen que esto se venía venir. Que la derecha ha crecido mucho más en los barrios más pobres de Andalucía. Que también ha crecido más en los barrios pobres cuando no eran de izquierdas. Que la derecha ha crecido más en los barrios donde viven menos universitarios. Que han subido más en pueblos y pequeñas ciudades. Y que el giro a la derecha ha venido facilitado por la abstención de la izquierda. Pero que, sobre todo, los andaluces hoy se declaran más de derechas que nunca en 30 años.

Se dice que la posverdad es una especie de mentira emotiva, un neologismo, que implica la distorsión de la realidad en la que priman las emociones y las creencias personales frente a los hechos objetivos, con el fin de crear y modelar la opinión pública e influir en las actitudes sociales. En resumen, sería la idea según la cual “el que algo aparente ser verdad es más importante que la propia verdad”.

Lo cierto es que hay lo que hay. Y, si consideramos que nuestras propuestas son mejores y más beneficiosas para la sociedad, debemos explicarlo con claridad y convencer a los ciudadanos. De momento, las derechas han sido más convincentes.

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