Asistía la pasada semana a la presentación del libro “Para evitar la barbarie”, una obra colectiva coordinada por Jorge Riechmann, Alberto Matarán y Óscar Carpintero, publicada en la colección Periferias de la Editorial Universidad de Granada, en la Corrala de Santiago, antigua casa granadina del siglo XVI y actual residencia de profesores y estudiantes, además de centro de actividades culturales. La sala estaba llena de gentes de todas las condiciones. Pude saludar a compañeros de la universidad, jóvenes ecologistas de grupos de consumo, activistas por el medio ambiente….La importancia del acto y la calidad de los ponentes se lo merecían.
El profesor de economía aplicada de la Universidad de Granada y director de la Colección Periferias, Fernando López, hizo la presentación. Después hablaron algunos de los coautores. Las palabras de Jorge Riechmann fueron muy clarividentes, aunque, casi apocalípticas. Con la maestría que le caracteriza y el bagaje cultural que atesora (matemático, poeta, filósofo, ecologista….), hizo una descripción de la situación real del mundo en que vivimos que daba escalofríos. Ya no se trata de que limitemos las emisiones de gases de efecto invernadero, o de que las reduzcamos, como nos dicen los científicos. Es que, aunque se suprimieran completamente, quizás el colapso del planeta no podamos pararlo, nos decía.
Como buen matemático y filósofo que es, en una simple frase resumió la situación de catástrofe a la que nos dirigimos. Si el mundo es finito, apoyarnos en un modelo económico que busca el crecimiento infinito lleva necesariamente a la catástrofe. Algo parecido a la sencilla predicción que hizo Einstein en 1920, cuando con unos cálculos elementales nos decía que, al ritmo de crecimiento de nuestra productividad, consecuencia del desarrollo tecnológico, en torno a 2020 podríamos tener pleno empleo y trabajar todos menos de dos o tres horas al día. No contaba el sabio con la codicia humana y con el hecho de que la desigualdad crecería a un ritmo superior a la productividad, lo que impediría el reparto equitativo de la riqueza.
Lo más interesante del acto se centró en las alternativas que hay para superar el colapso. Alternativas que iban más allá de la “transición ecológica” que se propugna desde los organismos internacionales y nacionales. Para el profesor Riechmann, las actividades de transición no nos iban a llevar a ninguna salida viable, ni iban a impedir el colapso del planeta, pues no eran más que meras alternativas del propio sistema económico capitalista, para seguir subsistiendo. Apoyaba su postura en solidos datos científicos respecto a la situación real del planeta. Consideraba que no quedaba otra que mirar mas allá del colapso e intentar construir alternativas para superarlo. Alternativas que supondrían, quizás, un gran sufrimiento, pero que nos ayudarían a ser felices después.
Para mí, Jorge Riechmann es un gran intelectual, además de buen compañero. Mantenemos cordiales relaciones. Fue director de la Fundación Primero de Mayo y del Instituto Sindical de Trabajo, Ambiente y Salud (ISTAS) de CCOO. Sin embargo, es un hombre demasiado pesimista, bajo mi punto de vista. Yo comparto con él muchas cosas, pero no esa desconfianza en el género humano. Sigo creyendo firmemente que seremos capaces de reconducir la situación y salir de la peligrosa senda que nos conduce hacia el colapso del planeta. En ese sentido fue mi intervención.
Sin dejar de darle la razón al profesor Riechmann respecto a la gravedad de la situación de nuestro planeta a consecuencia del desarrollo económico sin freno en el que estamos inmersos, le interpelé en el sentido de que nos ofrecía un panorama muy sombrío y una salida bastante complicada para ser aceptada por el ciudadano de a pie. Ofrecer sufrir para poder ser feliz, creo que no puede ser un mensaje que cale en ningún tipo de grupo social. Algo parecido ofreció un tal Jesús de Nazaret hace algo más de dos mil años, y seguimos sufriendo para encontrar un más allá que no acaba de llegar.
Sin embargo, frente a estos mensajes un tanto catastrofistas, hay otros más populistas que están calando de forma peligrosa en los ciudadanos. Mentiras que, a fuerza de repetirlas, parecen verdades. Recordé a un joven marroquí que hace ya bastantes años nos decía a un grupo de amigos que su Rey había dado un discurso muy importante. Había dicho que le iba a bajar los impuestos a los ricos, porque así vendrían a invertir a su país y darían trabajo a los pobres. En un sentido parecido, estaba circulando por las redes un video en el que se ve la conversación de dos personas. Una le dice a la otra que con lo que le ha costado el lujoso coche que se ha comprado, podría haberle aliviado la pobreza a mucha gente. El otro le respondía que la pobreza se reducía trabajando en todas las fábricas de componentes para poder construir ese coche. Es decir. Lo de menos son las consecuencias del desarrollo económico sin límites en el que estamos inmersos, medioambientales y de otro tipo. Para estos nuevos populistas, lo importante es que haya muchos ricos que compren coches de lujo, porque así tendrán trabajo los pobres. Aunque sea trabajo precario.
Evidentemente, es importante desenmascarar estas falacias y a los que las propagan. Y para ello no hay otra que apoyar en este momento a los que nos proponen más y mejores medidas sociales y medioambientales. Lo demás son “brindis al sol”, que darán fuerza a los enemigos de la democracia.