Opinión

El infinito no tiene edad

Cuantos reinos hubiesen claudicado al escuchar estas palabras de Isidro, mas no por su oportunidad y gloria, más bien por su significado.

Resulta que una vez por semana nos reunimos para dar vida al taller de narrativa de Acefep, y es así la magia que nos envuelve que ya cumplimos catorce años con nuestros rezos.

La dinámica es simple: yo propongo un título, a ser posible sugestivo, y en diez minutos de reloj tenemos que arrancarle al idioma unas líneas de expresión y emoción.

La experiencia me refuerza en la idea de que solo en la escritura descubrimos nuestro talento, de tal forma que hay que observar los rostros de sorpresa cuando uno da con un aforismo, una metáfora, o alguna filigrana. Y yo siempre diciendo lo mismo: la escritura castellana consiste en hacer grande lo sencillo, en poner lo último en lo primero, y lo primero en el fin. Solo así atraeremos la vista del observador insatisfecho.

Y así ocurrió cierto día del pasado. Isidro se desperezó, y cuando llegó su turno de lectura inició: El infinito no tiene edad.

Todavía me estoy recuperando de tanta luminosidad.

Quizá no lo sepáis, pero la amistad mía con Isidro viene desde los años de la tormenta. Escapando de una dimensión desconocida di con mis huesos en la planta de psiquiatría de la Cruz Roja. Perdí la noción del tiempo por cinco días, entre el sofoco y el subidón de los antipsicóticos.

Al despertar, giré la mirada y allí estaba Isidro, quien haciendo gala de una gran prudencia, me dirigió las palabras beatíficas: No te avergüences de hablar con Jesucristo. Según parece había estado hablando en sueños, pidiendo misericordia cristiana.

Las amistades que surgen de la dificultad son las que mejor aguantan el paso de los momentos, y ahí seguimos, estrechándonos las manos veinticinco años después, y siempre con el mismo ritual: La cultura es lo mejor León (me llama León).

Y tanto, Isidro, que estás en lo cierto. De hecho, tengo la creencia que la cultura es la única solución ante este desatino de la individualidad. La banalización del saber no tiene ninguna gracia, y pasará factura más pronto que tarde.

Pero ahí seguiremos, en el taller de narrativa de Acefep, haciendo de muro de contención ante el vacío, ante la crisis del alma.

Isidro ahora está muy bien, y viene a Acefep, y me pide disculpas por su caligrafía temblorosa, efectos de la medicación. Su inercia de líneas nos recuerdan que, sin cultura, solo somos renglones torcidos, desertores de una esperanza que se va como arenas entre los dedos.

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