Opinión

Indignación

Desde el último artículo venimos reflexionando sobre los desajustes sociales y la falta de entendimiento entre el poder político, los administradores y los administrados. Los planteamientos simplistas ante sociedades complejas no son adecuados para solucionar los graves problemas que nos afectan. Cada vez más, leemos en la prensa voces que se alzan indignadas ante tanto caos político y burocrático del que, como bien sabemos, no está precisamente libre la marinera ciudad. El miedo y la intolerancia nos están rodeando y, como denuncian algunos periodistas, se hace muy complicado hacer periodismo con integridad en esta sociedad cada vez más dominada por la ausencia de honestidad.
En la era de los mayores avances tecnológicos gracias a la soberbia evolución cultural que nos asiste, no conseguimos superar nuestro egoísmo crónico y repartir el bienestar entre todos los de nuestra especie y de otras que como los canes y felinos, entre otros muchos, se han ganado el derecho a sentarse a nuestra mesa y compartir los productos del esfuerzo colectivo. Como otras muchas veces hemos insistido, no somos sino un producto excelso de la biosfera que compartimos mucho más de lo que podemos suponer a simple vista con el resto de seres vivos y también de los inertes que hacen posible nuestro bienestar material. Si nuestra evolución cultural nos ha otorgado el derecho a cultivar las plantas y mejorar las simientes, desarrollar la maravilla de la domesticación animal además de procurarnos el habla y la manipulación de objetos que son las bases fundamentales de la tecnología desde sus comienzos, también nos exige compromisos éticos con el entorno y nos crea la obligación moral de elevarnos, ser plenos y caminar por el sendero del entendimiento y la comprensión del mundo.
Alcanzar el propósito de nuestra vida debería ser nuestra principal actividad vital y esta tiene que pasar forzosamente por descubrir la belleza, la verdad y la bondad en todo aquello que nuestros sentidos y del espíritu que llevamos dentro; captar y contemplar con ojos bien diferentes al estricto, por otra parte maravilloso, órgano visual. Si solo llegamos a ver el mundo percibiendo monótonos tonos grises o variados pero redundantes colores sin elevarnos y sorprendernos con frecuencia observando la naturaleza y disfrutando de nuestras producciones edificantes, entonces no estamos contemplando sino mirando. Mirar nos salva la vida cada minuto y procura que no nos precipitemos al vacío físico, pero contemplar alimenta nuestro espíritu, procura sensibilidad y refinamiento e impide que nos hundamos en lo mundanal y abracemos la pura decadencia.
Hay personas que según sus aptitudes se acercan más al ideal de belleza con la expresión artística, otros se esfuerzan en perseguir las verdades físicas que esconde el inabarcable universo a través de variadas disciplinas del conocimiento científico y humanístico y otros hace mucho que han percibido que no hay nada tan reconfortante y necesario como practicar la bondad con los demás seres humanos y también con el resto de la diversidad biológica. Realmente estos tres importantes senderos de perfección no se encuentran aislados sino que interactúan constantemente y tienen muchas declinaciones y divisiones de estas realidades, siendo el más sagrado de todos el apoyo mutuo.
Para procurar seres humanos completos y felices hay que combinar los caminos y sobretodo buscar el desarrollo espiritual en todos ellos pues sin este ingrediente no se alcanza la elevación y difícilmente podremos disfrutar de una vida plena y satisfactoria. Por todo ello, huir de la radicalidad y madurar ante el mundo y los demás sería un paso previo para disponer de nuestra vida con criterio e independencia. Si la vida significa estar en una lucha constante contra la decadencia física y moral, la elevación espiritual ayuda al abandono de lo pueril sacándonos del gineceo protector que hayamos desarrollado y nos dispone para afrontar los retos de la vida. Difícil misión es lidiar con los avatares diarios de la existencia en nuestro alienante mundo, adormecedor del alma, a la vez que se está viajando constantemente en la búsqueda de nuestro autoconocimiento y propósito vital. Estos avatares diarios de la existencia cada vez pesan más con el paso de los años pero no por ello vamos a desfallecer en nuestro discurso. La política y muchas de las prácticas burocráticas al servicio de los poderosos nos asquean pero nacen del consenso democrático y de alguna forma son posibles porque hay un silencio unánime amoral al servicio del estado moderno, de por sí un invento más propio de la máquina que del hombre en lenguaje munfordiano. Y así la política en las democracias actuales se convierte en un absurdo ejercicio de confrontación constante de poderes, muchas veces ni los partidos políticos comprenden a que intereses sirven realmente y se pasan el tiempo en una eterna riña de gatos, como bien indica Eduardo Mendoza, mientras los codiciosos continúan haciendo su agosto económico a costa del bienestar de muchos.
Todos tenemos derecho a la vida digna y nos hacen creer la falacia constitucional que debería ser misión del estado que tanto alardea de banderas contribuir a garantizarla. Quizá si no estuvieran todo el día peleándose y creando problemas y dejando sin resolver muchos otros, los chicas y chicos del poder se darían cuenta que cada vez hay menos personal contratado en las gasolineras y que la gestión de los aeropuertos es bochornosa en algunos aspectos. En España (en toda Francia, el país de la liberté también) se impone el autoservicio y el pago hay que hacerlo a una máquina y a nadie parece importarle la seguridad de todos, ni los atentados terroristas, ni los accidentes que pueden suceder dejando en manos de cualquiera la manipulación de algo tan peligroso como el combustible. Nuestros políticos no cesan de anunciar subidas y bajadas del paro pero dejan que los petroleros hagan y deshagan a sus anchas. Sin embargo, en los aeropuertos, la seguridad es primordial desde las torres gemelas, y ahí están cientos de puestos de trabajo mal remunerados por las multinacionales de la seguridad privada en el nombre de “nuestro bien” además de cientos de máquinas carísimas que fabrican las mismas multinacionales con diferentes nombres vendidas a todos los aeropuertos. Claro que la preocupación por nuestro bienestar termina cuando penetramos en el sacrosanto hall de las salidas y llegadas pues hay que atravesar obligatoriamente a través del “duty free” por obra y gracia de otro golpe de mano de las multinacionales que una vez nos han salvado de los malos se dedican a incitarnos al consumo de drogas legales, a saber: alcohol, tabaco, chocolates y cosméticos pestosos entre otras bagatelas envueltas en oropel.
Un espacio público adjudicado sin remisión al mejor postor nos dicen a los aguafiestas que protestamos por este atropello de los derechos y del buen sentido. En vez de devolver la cordura aunque fuera con un gesto a las multinacionales, aquí en los aeropuertos hay una especie de tratado de libre comercio para forrarse a costa de la salud de todos. Por que no le adjudican un gran espacio de tienda como a los demás comercios siendo nuestra elección entrar o no. Por narices hay que ir sorteando mostradores y señoritas que te ofrecen muestras de perfumes. Es fácil imaginar la cadena de precariedad laboral que se establece con este tipo de prácticas donde solo importa el beneficio económico y la cuenta de resultados. Estar siempre a la gresca lleva, además de no preocuparse por los problemas, a simplificar fastidiando a ciertos colectivos de personas con vidas menos convencionales, en este caso si tienes animales de compañía puedes verte en situaciones surrealistas al intentar visitar un monumento histórico al aire libre con tus canes y te prohíben la entrada. A pesar de explicar que van atados y que no estarán sueltos haciendo de las suyas mientras visitamos los lugares patrimonio de todos, la prohibición alcanza a los diferentes de siempre. Sin embargo, las moscas y los lagartos pueden entrar e incluso vivir en los recintos amurallados. En vez de hacer su trabajo, vigilar y sancionar a los infractores, los responsables municipales imponen una ordenanza draconiana a todo el mundo. Ya en la marinera ciudad cabe citar como también se trata injustamente en la frontera a los que tenemos perros de compañía. La guardia civil (fronteras y fiscal) es la que tiene el cometido de controlar a los canes que entran y salen por la frontera del Tarajal. Lo cual sería perfectamente lógico si lo hiciera un veterinario, pero no, lo hace un agente que entendemos está para controlar cuestiones más peligrosas en el paso fronterizo.
Aquí al igual que el anterior ejemplo estamos ante otra medida drástica y además se lleva a cabo debido a un delincuente que introdujo un perro con rabia en Ceuta. Por este execrable hecho, los que tenemos perros y pasamos frecuentemente por la frontera somos retenidos y se nos aplica un control como si fuéramos sospechosos de pasar animales de forma ilegal. No se comprueba solamente que los perros están en regla con sus cartillas, fotos, test serológico y se le pasa el chip sino que además te meten en una base de datos, es decir una lista de sospechosos por el simple hecho de tener perros y pasar a Marruecos, y te comprueban si el coche es tuyo y no robado, etc. Esto ocurre por dejar en manos de un cuerpo militar un control rutinario que debería hacer un veterinario o alguien con una titulación apropiada. La guardia civil además lleva bastante mal las hojas de reclamación y ya les digo que no se pasa un buen rato delante del sargento de guardia mientras se rellena la susodicha hoja de reclamación. Y es que el estilo de la hacienda y de las fronteras españolas tiene prácticas anticuadas y toman a todo el mundo por infractor, ya lo comenta también nuestro admirado ensayista político Carlos Sebastián en sus libros “España Estancada” y “Para que España Avance”. Aunque parezca algo alejado de estos ejemplos, creemos como en el artículo del “Hastío Político” que en el cambio hacia la verdadera condición del hombre y su papel en el mundo, la emancipación del egoísmo, del miedo y el alejamiento de la disputa estéril están las claves para mejorar nuestras sociedades y civilizaciones al margen de los sobrevalorados estados nación, las multinacionales y los mercados financieros.

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