Opinión

Estar en la luna

Hace ya cincuenta años que el hombre pisó la luna. Yo tenía entonces 12. Vivía con mi abuela, en los periodos vacacionales. Durante el curso permanecía en un internado. Mis padres eran emigrantes. Era una mujer enjuta y bajita. Muy poquita cosa. La pobreza y los sufrimientos para salir adelante en aquella España de la postguerra, viuda y con cuatro hijas, le habían consumido las carnes. A su marido, mi abuelo, le llegó la muerte pronto. Ya enfermo, a consecuencia del trabajo y la miseria, un chivatazo a los “agentes de la autoridad” por parte de uno de los somatenes que pululaban por el pueblo, de que había vuelto a beber, le ocasionó un incidente con los mismos, que, tras apalearlo, lo dejaron moribundo. Tres días duró. Pese a estas dificultades, tenía un corazón muy grande. Y una fortaleza aun mayor. Su salud era de hierro. No conozco que hubiese tomado nunca más allá de una aspirina para el dolor de cabeza. De hecho, falleció pasados los 95 años, pero con todos sus sentidos. ¡Y leyendo el periódico!.
La recuerdo con mucho cariño. Sobre todo, me viene a la cabeza cuando me comentó, a propósito de este viaje a la luna, que ella no creía que esto fuera verdad. Su razonamiento era impecable. Ella pensaba que a la luna sólo podía llegar Dios, pues cuando estaba en su pueblo, veía la luna. Y si cogía la Alsina e iba a Granada, allí también estaba la luna. Entonces, me decía, si la luna está en todas partes, allí sólo puede llegar el que también está en todas las partes, que es Dios, pero no el hombre, que es una de sus creaciones. Y bien visto, dentro de su mundo, que no llegaba más allá de su pueblo y la capital, lo que decía era de sentido común. Quizás por ello, los curas de entonces tenían tanta influencia en estas pobres gentes (¡aún la siguen teniendo!).
Aunque, no hay que irse tan lejos en el tiempo. Recientemente, un buen amigo mío, con carrera universitaria, me razonaba en un sentido similar, aunque con algo más de enjundia. Si para despegar de la Tierra el Apolo XI había necesitado todo un montaje y una estructura metálica altísima, ¿cómo había sido posible volver desde la luna sin nada de esto?, me preguntaba a la vez que me retaba a darle una respuesta convincente.
El asunto es que, pese a estos razonamientos, no exentos de cierto sentido, cada uno en su contexto, el hombre ha estado en la luna. Lo que no me queda claro es para qué. Es decir, no acabo de entender del todo la famosa frase de Neil Armstrong, “es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad”. Seguramente es por ignorancia mía. Procuraré documentarme más. O, quizás, por falta de difusión de los avances técnicos y científicos que se han realizado a consecuencia de aquél viaje. Sea por lo que sea, el asunto es que, para mí, se trata de un tema pendiente de analizar mejor.
De momento, lo que más me interesa analizar es la frase que da título a este artículo, “estar en la luna”, que muchas veces se utiliza en lenguaje coloquial para referir que alguien está despistado o no se entera de lo que pasa. Si se pone esto en relación con la actual situación política y con el impase en el que parece que se encuentran las negociaciones para la investidura del presidente del Gobierno de España, la pregunta es inmediata. ¿Será que nuestros políticos están en la luna?. ¿O somos nosotros, los ciudadanos de a pie, los que nos hemos quedado en la luna de Valencia y no nos enteramos de lo que realmente se está cociendo a nuestras espaldas?.
Me niego a aceptar que esta sea la situación. Por ello me sumo al manifiesto ciudadano que se ha elaborado 24 horas antes de que se cumplan 50 años de la llegada del hombre a la luna, y que ha sido firmado por actrices, actores, cineastas, dramaturgos, escritoras y escritores, periodistas, artistas, cantantes, compositores, docentes, personas desempleadas y jubiladas, trabajadores sociales, etc., instando a las dos grandes formaciones de la izquierda española, PSOE y Unidas-Podemos, a que negocien con generosidad y altura de miras, y eviten la repetición de las elecciones generales.
Yo he sido uno de estos miles de ciudadanos que optó claramente, tanto en las elecciones generales, como en las municipales, por apoyar a estas formaciones. Incluso me he integrado en sus listas en las elecciones municipales. Consideré que el país estaba en una encrucijada importante, a consecuencia de los largos años de recortes para las clases más desfavorecidas, a nivel local, y de las devastadoras consecuencias que está teniendo el cambio climático, a nivel internacional. Estas dos situaciones, difíciles y muy complicadas para los más pobres, han de ser abordadas desde políticas de izquierda. También es necesario frenar el deterioro moral al que nos están llevando las posturas de insolidaridad, racismo y odio que fomenta la extrema derecha.
Como se dice en este manifiesto, “somos muchos quienes estamos preocupadas y preocupados por los desahucios que no cesan, por la precariedad laboral, por el precio del alquiler, por la pobreza infantil, por la ley mordaza y sus limitaciones a la libertad de expresión y creación, por la brecha salarial entre hombres y mujeres, por la violencia de género, por la crisis social y ecológica, por la creciente desigualdad entre quienes más tienen y quienes tienen menos, por los derechos LGTBI, por la cultura, la sanidad y la educación y por las crisis territoriales. Somos muchos quienes creemos que es urgente ponerse a trabajar ya por el país y sus gentes”.
La ciudadanía expresó claramente en las urnas, y posteriormente en encuestas, que querían un gobierno progresista y de izquierdas. También que era necesario entenderse y dialogar para gobernar, pues la época de las mayorías absolutas de un solo partido, se habían acabado en nuestro país. Por lo que leo y escucho en los medios, parece que los dos grandes líderes de la izquierda actual, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, han entendido este mensaje y están dando pasos en buena dirección. Incluso haciendo renuncias importantes.
Ya sé que muchos, fundamentalmente de derechas, esperan que esto fracase. Por mi parte, deseo que pronto pase todo este lío y se negocie un gobierno de progreso que dé satisfacción a las necesidades de los más desfavorecidos de nuestro país. Será entonces cuando podamos afirmar que hemos dejado de “estar en la luna”.

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