Si hay una circunstancia que relaciona la condición humana con la condición divina esa es el conocimiento. Fuimos hechos a imagen y semejanza, aunque en esa semejanza no estaba escrita la perfección. O dicho de otro modo: la omnisciencia no está prohibida, al menos en este mundo.
De todos modos, está establecido que quien más profundiza en el conocimiento, más se acerca a la naturaleza divina.
Mas abrid los ojos de la prudencia y escuchad su voz, que ya lo advirtió Leonardo Da Vinci en su fábula de “La Llama y la Mariposa”. La luz de los placeres, y el gusto por el saber lo es, es tentadora y en apariencia tranquila, pero si te acercas sin fundamento ni medida corres el riesgo de chamuscarte.
Esto me pasó en lo que iba a ser una tarde de tantas en la ya famosa estancia de la calle Luchana.
El caso es que cayó en mis manos un ejemplar de la “Antropología Filosófica” de Ernst Cassier; lo que viene siendo el compendio de sabiduría humana más denso que vieron los tiempos.
Y yo, abrí las tapas inocentemente, y me entregué a su lectura con la actitud de un alumno que acude a su examen final, tal era mi fruición. Leía hasta las notas al pie para ver cuáles eran las fuentes, tal era mi esfuerzo de comprensión.
Sin embargo, ya era tarde para darle remedio a la imprudencia cometida. En cuestión de tres horas, había absorbido el conocimiento humano sin la más básica noción de epistemología, es decir, sin tener conciencia de la maduración que ha de preceder a una idea, obviando que el conocimiento científico está sujeto a la rigidez del método.
La cualidad que alcanza la luz corporal cuando la sometes a esta brutal exigencia está entre el placer y el vértigo, y así anduve tres o cuatro días.
El espíritu humano está diseñado para la elevación, pero esta propiedad ha de ganarse con el estudio pausado, otorgando a cada razón su lugar y su estirpe.
También descubrí esa tarde que ya era demasiado mayor para abordar el conocimiento desde la epistemología, y que si quería tener una visión del mundo, habría de hacerlo desde la observación de los elementos y de las relaciones humanas.
En este plano de conocimiento es donde me encuentro más cómodo, y no busco mayor gloria que narrar las cosas pequeñas como si fueran grandes formas. A fin de cuentas, ¿quién sabe hoy día de Ernst Cassier?
Tener una visión del mundo, o cosmovisión, aunque sea a un nivel básico, es necesario para ser un individuo libre.
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