Uno de cada cuatro ceutíes de los que fueron a votar el pasado día veintiocho (nueve mil personas) depositaron su confianza en la extrema derecha para gobernar el país. El dato es aterrador. Para comprender en su justa medida la dimensión de esta tragedia, basta con reproducir algunos de los pronunciamientos del partido portador del odio tan bien tratado en las urnas locales. “La violencia machista no existe”. “El islam es enemigo de la vida”. “En Ceuta ha ganado el voto antiespañol”. No es necesario extenderse en exceso en explicar las nefastas consecuencias que esta manera de (no) pensar puede acarrear a una Ciudad como Ceuta (sostenida sobre un frágil equilibrio). Sin embargo, sí resulta interesante analizar las causas que nos han llevado hasta aquí (el borde del abismo).
Empezaremos por decir que Ceuta ha registrado el índice de apoyo a la extrema derecha más elevado de toda España. Con mucha diferencia. La media se ha situado en el diez por ciento. Nos separan unos escalofriantes catorce puntos.
Los motivos de la irrupción de la extrema derecha en España están muy estudiados, y con algunos matices diferenciadores, existe una amplia coincidencia en señalar el repliegue identitario ante el fenómeno de la inmigración (ola Trump, Salvini o Bolsonaro) y el conflicto territorial de Cataluña como factores desencadenantes de la emancipación del fascismo del que, hasta ahora, había sido su refugio (el PP). La lógica sintonía con la tendencia del conjunto del país explica un diez por ciento.
A esta base común habría que añadir el plus que otorga la condición de “Ciudad de derechas de toda la vida” (no en vano llevaba treinta años votando al PP). Para calibrar este segundo tramo tenemos Melilla como referencia por sus evidentes similitudes. En la Ciudad hermana el voto a Vox alcanzó el dieciséis por ciento. Es decir ese substrato ideológico consolidado durante décadas aporta un seis por ciento al resultado global. ¿Y el resto? ¿A qué se debe ese enorme diferencial cifrado en un ocho por ciento?
El auge de Vox en Ceuta es directamente imputable a Juan Vivas. Hace ya algún tiempo (concretamente desde la manifestación de “Ceuta Insegura”), el todavía longevo Presidente de la Ciudad, llegó a la conclusión de que la gente de Ceuta que formaba parte de su base social (la Ceuta profunda) exigía “mano dura”. Con la fe del converso, decidió traicionar su forma de concebir y dirigir Ceuta, hasta entonces basada en la moderación, el diálogo y el entendimiento, y se lanzó a tumba abierta por la senda del fanatismo reaccionario. Desde ese instante, conservar el poder se ha convertido en una obsesión enfermiza. Fue advertido en incontables ocasiones de que legitimar públicamente el argumentario de la extrema derecha no lo llevaría a recuperar la credibilidad perdida, sino todo lo contrario, a fortalecer las opciones fascistas. No quiso oír. Ya no oye a nadie. Y así el Gobierno entró en una dinámica de esquizofrenia institucional de oprobiosas consecuencias. Pondré solo dos ejemplos. El Gobierno (con mayoría absoluta, no lo olvidemos) pregonaba a voz en grito que “Ceuta está llena de asentamientos ilegales” y que “la situación de los MENA nos ha desbordado y además nos estamos gastando el dinero que tendríamos que destinar a políticas sociales”. Dicho de otro modo, se hacían la oposición (de extrema derecha) a sí mismos. La conclusión del sector de opinión al que iba dirigido este mensaje estaba servida. Si estos, con mayoría absoluta, no son capaces de resolver tan lamentable situación, tendrán que venir otros más valientes, decididos y “sin complejos” a tomar las riendas. Es ni más ni menos lo que está pasando.
Ahora este hecho no es una conjetura sino que tiene su traducción aritmética. Vox ha superado en votos al PP. Y esto obliga a recalcular la ruta. Con urgencia y precipitación. El PP, convertido en un simple utensilio al servicio de los intereses personales de Juan Vivas, ha perdido toda referencia intelectual y moral. Despojado de cualquier vestigio de interés general, ajeno por completo al destino de Ceuta y huérfano de principios, su único objetivo es mantener la Presidencia. Para ello Vivas ha diseñado dos escenarios posibles, para los que trabaja denodada y simultáneamente. Uno. En el caso de que logre superar a Vox, pactará con este partido. Lo hará mintiendo (como en Andalucía), fingiendo un distanciamiento que no es tal. Con esta finalidad ha confeccionado su lista electoral. Ha conservado dos puntos de conexión con el entorno más tradicional, ha incorporado un reconocido islamófobo, y ha laminado al resto para poder justificar un “borrón y cuenta nueva” que los neófitos filonazis le van a exigir para poder justificar su apoyo. Dos. En el caso de que Vox supere al PP, aparecerá como “luchador contra el peligro de Vox”, y gestionará (ya lo está haciendo) un pacto con Ciudadanos y MDC (en el supuesto de que juntos puedan sumar trece). Son dos partidos cuya indefinición y volubilidad constituyen su propia razón de ser. Capaces de defender una cosa y su contraria sin inmutarse. Vivas, un artista en las distancias cortas, se los “merendará” en un santiamén. Si aún así la suma no alcanza, incluso podría añadir al PSOE, cuyos nuevos dirigentes están ávidos por “pisar moqueta”.
Hasta aquí su estrategia. No es criticable. Cada cual tiene derecho a hacer lo que crea más conveniente para lograr sus objetivos. Puede ser reprobable desde otros puntos de vista; pero nada más. Otra cosa bien diferente son los medios que está utilizando para lograr sus fines. ¿El fin justifica los medios? Eterno dilema.
Es obvio que el discurso de Vox es altamente tóxico para Ceuta. Y también que todos los demócratas ceutíes tenemos la obligación (al menos ética) de combatirlo con firmeza y determinación. Sin embargo esto no se ha producido. Sólo Caballas se ha enfrentado abiertamente al discurso del odio. El resto de partidos políticos lo ha hecho de manera muy tibia, casi de soslayo, con eufemismos y evasivas. Vivas se ve en la necesidad de ser crítico con Vox, pero al mismo tiempo no quiere “enfadar” a su legión de seguidores porque, no en vano, todos han sido votantes suyos. Y ahí está ideando un relato que le permita hacer un punto de embrague entre los principios (defender la convivencia) y sus mezquinos intereses (recuperar los votos de Vox). La fórmula que ha elegido (ya ensayada en otras ocasiones) consiste en ampliar el círculo de la crítica para difuminarla y no asumir un ataque directo a sus posibles socios y aliados. Para ello ha decidido poner en el mismo plano a Vox y a Caballas. Ambos, a juicio de Vivas, quieren romper la convivencia en Ceuta. El mero hecho de atreverse a hacer semejante aseveración mide la insondable profundidad de su desvergüenza.
Juan Vivas conoce perfectamente a todas las personas que forman parte de Caballas. Desde hace muchos años. Más allá de la opinión que a cada cual le merezca este partido político, su trayectoria de defensa a ultranza de Ceuta, de su españolidad y de su interculturalidad, está fuera de toda duda. Caballas ha desempeñado (y lo seguirá haciendo) un papel esencial en la construcción de un espacio de convivencia común entre todos los ceutíes. Es iniscutible. Hasta los enemigos más acérrimos de Caballas le reconocen su inequívoco compromiso con la convivencia. Por eso la pirueta dialéctica del PP de Vivas flirtea con el ridículo. Y nos lleva a preguntarnos dónde están los límites de la mentira. Todo el mundo sabe que en el debate político, y especialmente en campaña electoral, existe un amplio margen para la exageración y la estridencia, para las medias verdades o las mentiras. Todo, o casi todo, vale para desgastar al contrario o buscar un voto perdido. Pero incluso esta dinámica tiene (o debe tener) un límite. Existen unas reglas no escritas a las que todos debemos sujetarnos porque el riesgo de vulnerarlas es “romper definitivamente el tablero de juego”.
Infunde pena y tristeza ver al ya amortizado Presidente del PP como la viva imagen de la decrepitud desesperada, balbuceando consignas tan huecas como fingidas, ataviado con la más rancia hipocresía, tambaleándose hacia un infame ocaso.
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