Opinión

Caballas

A Mohamed Alí lo conocí cuando aún, creo, ni soñaba en ser político. Finales de los 90, quizá ya año 2000. Sentados los dos en los bancos del Juzgado de lo Penal cuando los juicios se celebraban en el Palacio de Justicia. Yo de redactora/aprendiz de esto que se llama periodismo de tribunales. Él, escuchando los juicios como abogado, en plena carrera por aprender de un oficio que es su modo de vida. Fue así como le conocí por vez primera. Luego se embarcaría en aquella mítica UDCE que sorprendió a todos y que dio un vuelco a la política tal y como la habíamos entendido hasta aquel momento. Alí y quienes estaban con él sufrieron lo que no se puede demostrar, porque había politicuchos que se dedicaban a usar los servicios de información a su antojo. Me río yo de las cloacas del Estado que denuncia Pablo Iglesias. Aquello sí que eran cloacas: cloacas para joder a imanes que no gustaban; para intentar enturbiar a partidos que emergían simplemente porque estaban integrados por jóvenes musulmanes, con estudios, que resultaban incómodos; para arruinar a jueces que no reían las gracias a los poderosos; para orquestar todo tipo de emboscadas con tal de llevarse por delante a cualquiera marcado como enemigo. Esas eran cloacas: duras, peligrosas y que llegaron a funcionar hasta que reventaron.

Tras la UDCE llegó el pacto con el PSPC para dar vida a Caballas. Aquello que al principio se tildó de engendró terminó asentándose con afines y detractores. Ahora a los de Caballas se les llama incendiarios, dicen que quieren romper la convivencia, que apuestan por un discurso radical. En política, y más en campaña, se permite todo, también este tipo de sandeces que quienes conocemos a muchos de los que integran la coalición sabemos que son mentiras.

No soy una persona que me jacte de tener muchos amigos, quizá porque el sentido auténtico de ese término sea para mí tan valioso que los que hay se reducen a los dedos de una de mis manos. Pero sí tengo muchos conocidos en esa coalición, gente a la que aprecio, gente que no forman parte de mi círculo y a la que no tengo por qué defender pero que sé que es luchadora, que pelea por un futuro para sus hijos, que ama esta tierra y les preocupa, que lucha por su futuro. Hay momentos en los que deben quedar las cosas claras ante tanta tontería en la que estamos cayendo, tanta campaña orquestada y tanta insensatez. Y este es uno de ellos.

No. Los de Caballas no son unos incendiarios, unos radicales que quieran quebrar la convivencia de este pueblo. No se merecen que se les marque de esta manera como tampoco sería justo que ahora a alguien le diera por recordar los tiempos antiguos y acusara al PP de ejercer las peores de las malas artes, de hacerse con el control de los espías de turno para creerse los amos del lugar. No sería justo ni leal a la verdad.

No sé, quizá sería bueno pararse a pensar en qué parte del camino nos detuvimos para perder la cabeza. Es la única manera de volver a recuperarla. Ojalá.

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