Opinión

Cifras y tragedias

Somos tan duros, tan fríos, tan jodidamente egoístas que nos hemos convertido en pequeños ciudadanos de hierro alejados de los dramas que se repiten a diario en nuestras costas. Hablamos de cifras, de estadísticas, de datos porcentuales entre los que, sin sonrojo, colamos a esos hombres y mujeres protagonistas de una inmigración que mata en un Estrecho transformado ya en un gran fosa común.

En las últimas 48 horas Marruecos ha recuperado los cadáveres de 9 subsaharianos. Hay más desaparecidos. No hemos visto sus cuerpos, nada sabemos de sus historias, ni siquiera han tenido cabida en los informativos. Sencillamente no interesan en una parrilla que sigue al detalle el infarto de Iker Casillas o las últimas horas de los fichajes de ‘Supervivientes’.

Nos hemos convertido en una sociedad dura, que se lleva por delante el sentimiento y el alma

Mueren ahogados hombres, mujeres y niños y al apagón informativo se suma el mayor desprecio que supone la indiferencia social. Son reducidos a cifras, a porcentajes: ¿cómo somos tan atrevidos de medir el aumento o rebaja de muertes en tantos por ciento?, ¿cómo somos capaces de convivir entre discursos preñados de maldad y odio al diferente cuando en nuestras costas se están dejando la vida familias al completo?, ¿de dónde procede la crueldad de aquellos que incluso reniegan de las operaciones de rescate en el mar?

Nos hemos hecho duros como sociedad y en ese sentimiento común ha quedado atrapado el periodismo, la narración de historias, los mensajes empáticos, el escribir con corazón, el llorar a base de aporrear el teclado por los dramas que tienen que ser asimilados y reducidos a breves, a pequeñas reseñas en los diarios y páginas web. Si se ha perdido el respeto, la emoción y la denuncia a la hora de narrar las injusticias que se están produciendo a nuestro lado, en nuestras fronteras, ¿hasta dónde seremos capaces de llegar?

Nueve, nueve muertos en 48 horas. Desaparecidos. Embarcaciones perdidas. Rescates a los que les sigue la expulsión... porque el inmigrante que sobrevive no tiene derecho siquiera al duelo. Esta sociedad crece como una apisonadora, matando vida, quemando sentimientos, transformando en cifras a las personas, a sus vidas y a sus dramas. ¿A dónde llegaremos?

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