El candidato

El próximo domingo, 26 de mayo, se celebrarán las elecciones locales en los más de 8.000 municipios españoles. Para mí son las elecciones más importantes, pues se trata de las administraciones más cercanas a los ciudadanos. Ya sé que las políticas generales se diseñan en el gobierno central y en los distintos gobiernos autonómicos. También en Europa. Y que las leyes se aprueban en los Parlamentos. Pero la verdadera trinchera, el lugar en el que se vive diariamente y donde se han de resolver los problemas más cotidianos, es en los municipios. De ahí que los candidatos a las entidades locales sean los más cercanos y los que más se la juegan. Candidatos con mayúscula.

Los candidatos locales no pueden pasar inadvertidos. Para bien o para mal, estarán expuestos a sus vecinos para siempre. Como certeramente decía el alcalde de Cádiz en la carta abierta que dirigió a sus amigos de Podemos hace un tiempo, “….lo que más me pesa es una abuela, vecina tuya, diciéndote que no come para que coman sus nietos, es un vecino con los ojos arrasados por la desesperanza de un desempleo de diez años, es la última persona que se te murió en la calle. Que se te murió, porque las personas sin hogar, cuando eres alcalde o alcaldesa, no se mueren, se TE mueren…Y eso pesa más”. Por esto son las elecciones más complicadas. Y las de resultados más inciertos, pues en ellas se suele votar a las personas más que a los partidos.

Ya expliqué en un artículo anterior cuál iba a ser mi postura en las elecciones generales. Me manifesté claramente a favor de olvidarnos de viejos rencores y de diferencias poco importantes, para dar un paso adelante y ser generosos. Mi postura estaba claramente a favor de las candidaturas progresistas que frenaran la “involución” que se estaba gestando en el pacto de la derecha española con la extrema derecha. Un mundo acosado por problemas medioambientales graves, ocasionados por los devastadores efectos del cambio climático, no se podía permitir que gobiernos racistas, xenófobos y contrarios a la igualdad de género, a la solidaridad y a la igualdad sin distinción de sexo, se siguieran haciendo con el poder en medio mundo. Consideraba que en esto España era muy importante. Y ocurrió lo que nadie hubiera pensado hace poco más de un año. Una participación masiva en las elecciones ha conseguido parar, de momento, la barbarie.

Más adelante, cuando se acercaban las elecciones locales, expliqué en otro artículo mi concepto del nuevo municipalismo, a propósito de la publicación de un magnífico libro, “Para evitar la barbarie”, en la editorial de la Universidad de Granada, coordinado por prestigiosos colegas y expertos medioambientalistas. Al final de dicho artículo decía que hace tiempo que vengo reivindicando la vuelta a los oficios artesanos y al municipalismo, como estrategia de pervivencia frente a un mundo que nos conduce a la barbarie. Especialmente en este momento cobran una renovada actualidad estas ideas, pues la emergencia de la situación de nuestro planeta reclama esfuerzos en este sentido. Y añadía que personalmente estaba comprometido con este cambio, y que conforme avanzaran los tiempos iría explicando mi grado de implicación. El momento ha llegado. Soy uno de los candidatos que opta a la alcaldía del municipio granadino en el que nací. Dílar.

En este pequeño municipio, de apenas dos mil habitantes, se presentan cinco candidaturas. Yo he optado por el Partido Socialista, pues considero que es el que tiene más opciones para desbancar a los que llevan gestionando el Ayuntamiento los últimos 16 años. Hay muchas razones para querer que se produzca un cambio. Para mi hay dos muy importantes. La primera es la transparencia. Los niveles de opacidad y paternalismo a los que se ha llegado resultan inadmisibles en una democracia moderna. La recuperación democrática del municipio es urgente y necesaria. La segunda, la sostenibilidad.

Como explicaba hace tiempo en estas mismas páginas, a nivel global estamos en la era de la sostenibilidad, pues la Humanidad se enfrenta a profundos retos que ha de solucionar. Reducir las emisiones de carbono, optimizar el consumo, tratamiento y gestión del agua, descarbonizar y desmaterializar la economía, mantener la biodiversidad, adaptarse y frenar el cambio climático, disminuir las desigualdades económicas, etc. Para ello, hace tiempo que la Federación Española de Municipios proponía acciones concretas para reducir las emisiones de CO2, como el uso de energías renovables y más eficientes, el fomento del consumo responsable, la reducción del consumo energético o la mejora de la eficiencia en la edificación y el transporte, reducir los impactos urbanos en el medio natural, mejorar la gestión de los residuos urbanos y mejorar la calidad del aire. Asimismo, proponen políticas de utilización sostenible del agua, actuaciones de preservación de la biodiversidad y las áreas protegidas, o el desarrollo de Sistemas de Gestión Medio Ambiental. Y terminan haciendo un llamamiento para potenciar la economía verde, la compra de bienes y servicios ecológicos y el fomento de industrias y comercios respetuosos con el medio ambiente.

Nada de esto se ha hecho en mi pequeño municipio, cuya mayor parte de su territorio está enclavada en el Parque Natural de Sierra Nevada, posee una riqueza paisajística y de especies naturales importante, tiene algunas de las mejores pistas de esquí de la Estación de Sierra Nevada y en la cabecera de su río se ubica una de las pocas lagunas de agua natural que aún no se han secado a consecuencia de la desertificación que sufrimos en gran parte del territorio por el cambio climático. Pero es que, además, resulta totalmente bochornoso e incomprensible, que aún no se hayan canalizado las aguas residuales hacia depuradoras que impidan que los campos de cultivo sigan siendo contaminados por productos químicos. Sin embargo, sí ostentamos un triste récord. Somos el municipio de Granada que, según los últimos informes oficiales, pagamos un mayor precio por habitante y año por cada concejal, situándonos en 25 euros por persona y año, que es más del doble de la media de la provincia.

Como decía, en las elecciones locales, los candidatos se baten personalmente. Y pueden ser objeto de todo tipo de acosos y persecuciones. En el poco tiempo que llevamos con las listas de candidatos publicadas, algunos ya hemos sufrido en nuestras propias carnes el insulto, el acoso, la difamación, por parte de familiares y seguidores de los actuales regidores, que hemos aguantado con estoicismo y entereza.

Afortunadamente, el vuelco que dieron los resultados electorales en las pasadas elecciones generales, también en mi municipio, hizo que esa especie de jauría incontrolada de gentes rencorosas, vengativas, incultas e ignorantes, se hayan contenido algo en sus rabiosas soflamas. Es solo de momento. Si el próximo 26 repitieran su mayoría, gracias a los votos de esos cientos de estómagos agradecidos que les vitorean, no se conformarían con esto. Como en anteriores ocasiones, lanzarían cohetes. Ofenderían a los vencidos. Los humillarían. Y como hicieran sus antecesores, intentarían expulsarnos del municipio. Porque, según los principios del fascismo, a los enemigos no solo hay que vencerlos. Hay que hundirlos y pisotearlos hasta que desaparezcan.

Esta es la barbarie que hemos de parar votando masivamente a favor de la razón y del progreso.