Opinión

El bombardeo de Guernica

En aras de la verdad histórica, no pudiéndose abordar ningún hecho de la Historia sin encuadrarlo contextualmente como el que a continuación disertaré, la visión del siglo actual es cada vez más inexorable con las certidumbres de la guerra.
Por fortuna, esta realidad es esperanzadora, porque, está más estigmatizada que en tiempos pasados y es más costosa para quienes pretenden promoverla.
La guerra es diabólica, arriesgada, indecorosa e incongruente con nuestra forma de convivir. Advertir y oponerse a cualquier atisbo que ocasione la guerra es pragmático, porque la paz es mucho mejor y el conflicto bélico no está bien visto. Esta sencilla alineación del hombre no es suficiente para moderar los bombardeos de hoy y del mañana, porque la guerra se ha escudado en la sublimación ética.
No obstante, necesitamos reemplazar el viejo adagio: “Si deseas la paz, dispón la guerra”, e iluminarlo por otro bien distinto: “Si deseas la paz, adecua la paz”. Porque la armonía encaramada en la paz requiere de una configuración premeditada, en cierta manera, una ebullición moral de análogo impulso a la que durante siglos nutrió los sentimientos de la guerra noble.
Por lo tanto, no cabe duda, que la paz nos incumbe, porque la anhelamos, pero nuestro vínculo con ella precisa de un alegato más afianzado en lo recóndito de la conciencia. Así, podríamos ser servidores de la paz como un objetivo prioritario y el más fundamental y trascendente del ser humano, como su primer encargo.
Cuando hace pocos días se ha rememorado los ochenta y dos años desde el bombardeo indiscriminado de Guernica, este precedente nefasto, ha continuado desarrollándose sin complejos en la aplicación de la guerra moderna.
Un ataque perpetrado a principios de 1937 que no fue uno más y que estaba enmarcado en la nueva estrategia de la guerra industrial, puesto en marcha por el ejército nacionalista.
Este suceso es un reflejo visible de lo que a posteriori se viviría en la Segunda Guerra Mundial, porque el mundo continuó en estado de shock, aunque la guerra fuera fría (1947-1991); o, mismamente, caliente como la de Corea (1950-1953); Vietnam (1956-1975); Afganistán (2001-2014) o Irak (2003-2011); e incluso, candente y al rojo vivo, como la de Siria (2011), cada una de las cuales enfiladas a una carrera armamentística.
Incursión de lo ilógico e irracional en las mentes y corazones que traspasa el sentido común, actualmente llamado a cultivar la empatía con la sazón de las guerras, porque mientras concurra una sola de ellas, el hombre continuará teniendo una asignatura pendiente y no habrá logrado desenvolverse en su designio de vida más eminente, legítimo y prioritario que pasa por ser el ideal más codiciado: la paz perfecta.
Las imágenes que aquí se desenredan mediante la narrativa, aparte de ser apocalípticas y despiadadas como casas desplomadas, niños fallecidos sobre montañas de escombros y ese intenso olor a pólvora que se adueñó indescriptiblemente sobre Guernica, hoy, aún reaparecen entre innumerables acciones de padecimientos, pero, contrariamente, no son las suficientes en torno a la justicia.
En breves palabras, nos hallamos ante uno de los episodios más monstruosos de la Guerra Civil española, con la puesta en escena de una táctica en toda regla, que persiguió el lanzamiento continuado de bombas en caída libre y en ráfaga, para obtener una mayor eficacia en la devastación de los objetivos y en la masacre de esta villa vizcaína, cuna espiritual de los vascos.
Una población civil sobrepasada ante el raciocinio de la guerra, porque se descompuso el dique de contención que abraza el respeto de la dignidad humana. Por eso, es habitual que hoy por hoy, las mujeres y niños continúen siendo las víctimas más vulnerables de las guerras.
En este corazón más que malicioso, hubo quienes estuvieron dispuestos a ensayar un nuevo patrón de bombardeo consistente en un anillo de fuego, concebido por explosivos de grandes dimensiones y un número descomunal de bombas incendiarias.
Efectivamente, el capítulo de Guernica fue mucho más que una ofensiva, porque ninguno de los dirigentes principales de ambos bandos dedujo que fuera una guerra, una medida sujetada con indudables tintes políticos, en los que la veracidad jamás cesó y la dictadura supo manejar durante cuarenta años. Para ello, aplicó con alevosía su verdad oficial o superpuesta a la que confirió el sobrenombre de única verdad.
En conclusión, el régimen franquista pretendió dilapidar y sepultar la única verdad existente, pero no lo consiguió, a pesar de establecer la ley del silencio.
Así, desde el inicio del siglo XVIII, Guernica se convirtió en un verdadero emblema de la democracia y de las libertades, especialmente, tras la finalización de la Primera Guerra Carlista (1833-1840).
Discurriendo fugazmente en el escenario real del momento que nos ubique en algunos de los peores atributos del ser humano, entre ellos, la codicia y la insensibilidad, en la década de los treinta entraron en agitación los gobiernos liberales europeos, intimidados mayoritariamente por el nazismo, el fascismo y el comunismo y los trances de los regímenes liberales herederos del siglo pasado. Del mismo modo, tras la Gran Guerra (1914-1918), este periodo estuvo marcado por la revolución aplicada, los progresos artísticos y las consecuencias del Tratado de Versalles con las sanciones a Alemania.
Sin soslayar, la Gran Depresión y el New de Roosevelt.
También, este lapso de tiempo acogió la malograda Sociedad de Naciones, que no logró satisfacer las disyuntivas internacionales por el camino de la paz, porque, finalmente EE.UU. decidió no formar parte de ella y quienes sí lo determinaron, se dedicaron afanosamente a producir carros de combate.
No lejos de esta realidad, se hacía constar un reto geopolítico entre los Estados Unidos de América y Alemania, sobre quién reemplazaría a Gran Bretaña, muy atenuada después de la Gran Guerra; mientras que la URSS mostraba su disposición para industrializarse.
Ciñéndome al tema en cuestión y reconocido por la historiografía como Operación Rügen, esta maniobra militar se materializó en el intervalo de la Guerra Civil española por parte de la Legión Cóndor germánica y la Aviación Legionaria italiana, las cuales, luchaban en el lado del bando sublevado contra el régimen de la Segunda República, o lo que es igual, el bando republicano.
En los días posteriores, una vez que se había malogrado la ocupación de Madrid, tanto de modo directo como a través de los movimientos circundantes del Jarama y Guadalajara, Francisco Franco, desplegando con habilidad su punto de vista estratégico, optó por atacar el fundamentalísimo baluarte del Norte que continuaba bajo el dominio de los rojos y separatistas vascongados, sin que ni unos ni otros, hubieran descifrado hasta el momento, el interés que tenía. Desaprovechando una vez más, una de sus mejores cartas estratégicas y operativas de la pugna.
Esta baza tan valiosa fundamentada en Guernica, era un pequeño municipio vizcaíno situado sobre el lado izquierdo del río Oca, quedando en el margen opuesto del distrito de Rentería y fundidos uno y otro, por el puente al que da nombre este último. Sus viejas casas puestas en un original diseño de pueblo, se aderezaban mediante calles angostas y enrevesadas, que junto a sus arterias como en su periferia, armonizaban algunas fábricas e industrias armamentísticas.
Entre ellas, cabría destacar la consabida Cia y Unceta, empleadas en la producción de pistolas, así como otras concedidas a la fabricación de proyectiles de mortero, bombas de aviación y artillería y cargas de calado antisubmarinos. Análogamente, este pequeño paraje era un lazo cardinal de las comunicaciones, tanto en las vías de transporte como en las líneas ferroviarias.
Sin obviar, que el ya mencionado puente de Rentería, se constituyó en la última ruta de acceso del río Oca antes de su bifurcación al mar, lo que hizo acrecentar la valía estratégica de esta área.
Tras lo considerado, existen hipótesis contrarias que intentan revelar las lógicas por las que se ocasionó este bombardeo, además de erigirse en bastión de las tropas republicanas, que tras el fuego obstaculizaría su repliegue, porque en aquellos momentos éstas se topaban cediendo el territorio en dirección a Bilbao.
Ahondando en esta tesis, pese a la enorme suma de carga incendiaria de las bombas arrojadas sobre Guernica, los blancos preferentes como el puente que habilitó a los republicanos a retirarse para su protección hacia Bilbao, así como los edificios de las fábricas armamentísticas, sorprendentemente quedaron intactos.
Por ende, Adolf Hitler tomó este ataque como una manera de comprobar el grado de efectividad de sus soldados, ya que Guernica era sobradamente espaciosa para integrar un objetivo militar de fuste y holgadamente exigua como para ser del todo destruida.
Se trataba de un territorio perfecto para ejercitarse en el alcance de las bombas incendiarias, así como de las secuelas subsiguientes a los bombardeos. De hecho, se tiene constancia de vuelos anteriores a la fecha del antecedente, que tuvieron como propósito la preparación de la acción con planos y fotos; reseñas de inteligencia; modulación en la carga de las bombas y la proyección en los objetivos de este entramado aéreo.
Otro componente primordial en la configuración de este puzle, estriba, que el mismo día del ataque de artillería se hizo coincidir con el mercado. Lo que redondeó que Guernica se convirtiera en diana perfecta en la que se congregaban entre diez mil y doce mil personas en una superficie de menos de un kilómetro cuadrado.
Y, cómo no, esta ciudad poseía un profundo valor cultural, en el que se habían construido los principios del pueblo vasco y el modelo avanzado de las libertades forales.
Por todo ello, este ataque desproporcionado y virulento, además de retractarse como el símbolo mundial de los horrores de la guerra, valga la redundancia, exhibió una conducta de guerra reiterada por los ejércitos alemanes que argumentaron dos puntos de inflexión: primero, dar fin cuanto antes a la guerra y, segundo, arremeter en la moral de los combatientes.
En seguida, ya inmersos en la Segunda Guerra Mundial, esta fórmula se utilizó como en Guernica, porque varias urbes occidentales darían cuenta del modus operandi alemán, como el que se había puesto a prueba años antes en la villa vasca.
Conforme se iba aproximando el fatídico día 26 de abril de 1937, como ya se ha expuesto, Guernica por el contexto geofísico y geoestratégico que ostentaba, era pieza imprescindible del sector y el mando rojo-separatista previniéndose de ello, tomó ciertas medidas de comedimiento decretando para ello la evacuación de la zona.
Ha de matizarse, que, a pesar de su trascendencia geográfica, la defensa antiaérea dispuesta era prácticamente ineficaz, estando computada a una única ametralladora colocada en el convento de los agustinos.
Si bien, Guernica, ya había sido bombardeada el 31 de marzo por un aparato italiano que quiso anular el puente de Rentería, sin lograrlo. Estaba claro, que, en el momento menos esperado, podía suceder lo que más tarde sobrevino.
Ya no quedaba sospecha que el espanto aéreo cernido sobre los cielos de Guernica, no iba a tener similitud como ningún otro, porque sería desproporcionadamente destructivo, poderoso, desmoralizador e insaciable de los experimentados hasta entonces.
Alcanzado el día 26 de abril, tácticamente favorable con cielo azul y sin apenas viento, este pueblo iba a ser el que a eso de las 17:15 horas, recogería entre sus memorias aquel escenario dantesco de un contingente empleado contra Guernica, que varía en función de las fuentes examinadas.
En un abrir y cerrar de ojos, irrumpieron fuerzas aéreas que sacudieron el centro neurálgico durante casi tres horas y media, propinando entre 31 y 47 toneladas de proyectiles explosivos e incendiarios, mediante una combinación de bombardeo de alfombra y en cadena, disparando abiertamente a lo que se localizaba en la trayectoria.
El fuego causó enormes líneas de humareda, las edificaciones se desplomaron y el pavor se prendió de quienes no fueron alcanzados por la quema enemiga, que violentamente pedían un hueco en los refugios totalmente atestados.
Horas más tarde, el número de víctimas mortales era imposible de cuantificar, porque, los más de sesenta mil metros cúbicos de escombros provenientes de las 271 edificaciones que fueron destruidas o lo que es igual, el 85,22% del total de las viviendas que se sostenían en pie, no serían recogidos hasta finales del año 1941.
De ahí, la discusión sobre la enorme dispersión en el recuento de los difuntos, limitando las estimaciones actuales en un rango que abarca de los 120 a los 300 muertos, según el estudio más reciente, o igualmente, las cifras del bombardeo, desde el número de aviones que participaron o la cantidad de bombas lanzadas, que han generado un baile de números, en parte, por los intereses sectarios que de todo tipo se han ido mezclando a este hecho histórico y que se monopolizó con fines promocionistas por ambos bandos, los cuales, se culparon mutuamente de la autoría de lo sucedido.
Curiosamente, si algo pudo escapar a estos bombardeos fueron la Casa de Juntas y el legendario Árbol de Guernica, donde desde la Edad Media se congregaban los representantes del pueblo vasco y los componentes de la Corona de España, que cada dos años renovaban su compromiso de respeto a las libertades vascuences.
Las numerosas notas y escritos que aglutinan este periodo convulso, palpablemente absorbidos de tintes propagandistas de uno y otro bando, hacen balance del apesadumbrado estado en el que estuvo Guernica, tras varias horas de hostigamiento desde el aire. A la severidad de la agresión hay que agregarle, que este recinto no contaba con un equipo de extinción de incendios propio, por lo que hasta unas cuantas horas más tarde, no recibiría la debida asistencia y auxilio. Circunstancia que haría empeorar la ruina y la consiguiente pérdida de edificios, tierras y fincas.
En la memoria colectiva de Guernica que se redujo a cenizas, se hizo notorio una tragedia acrisolada y la operación criminal orquestada por las principales fuerzas fascistas que en aquellos años campaban en Europa, estaban obstinadas en liquidar las débiles democracias del continente.
Quedaba claro, que Alemania como el resto de actores intervinientes, perfeccionaban y dejaban listo lo más sobresaliente de su capacidad militar, ante una posible acción aérea desde esta forma encubierta como la empleada en Guernica, que, por si fuera poco, desde 1919 lo prohibía el Tratado de Versalles.
Desde aquel acontecimiento tristemente escenificado en Guernica, surgiría un nuevo estilo de arrasar las ciudades en la que los explosivos y su magnitud, así como las formaciones de aviones que los arrojaban sin piedad, estaban milimétricamente evaluados.
El cataclismo estaba servido con ansias de hegemonía, ya que ciudades como Varsovia, hubo de soportar el mismo procedimiento del que Guernica se había aprovechado, como campo de pruebas.
Y, es que, comenzando con el año 1937, los bombardeos del miedo se hicieron transformar en la máquina más demoledora de operar en la guerra, instaurándose una nueva era en las formas de combatir, que adquirió el instante culmen en 1945 con el lanzamiento de las primeras bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, que fueron ataques nucleares sistemáticos.
Hoy, ochenta y dos años después desde aquellos hechos con todo tipo de ingenios letales que indujeron al temor y abatimiento en Guernica, lamentablemente también le han acompañado otros conflictos armados durante el siglo XX y lo que llevamos del XXI, como Mosul (Irak), Alepo (Siria) o Franja de Gaza (Oriente Próximo) y de aquellas otras ciudades que actualmente están siendo devastadas por el terror de las bombas, en las que no falta el reclamo unánime del derecho de los pueblos a vivir en paz.
Consecuentemente, ¡comprometámonos con la paz, la reconciliación y el entendimiento mutuo!, porque esta desdicha como la de aquí descrita, reabre el debate sobre el valor de la memoria histórica, que, queramos o no queramos, continúa siendo el mejor antídoto contra la barbarie de la guerra.
Una fecha que pretende despertar las conciencias de una paz hecha añicos, que puede transformarse en una paz libre de guerras y bombardeos, si adecuadamente se visibiliza a las nuevas generaciones aquellos fragmentos contradictorios que fueron el exterminio de los que pensaban en clave a la protección de los valores democráticos y la libertad.

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