Asociamos las arrugas con la vejez, con la tercera edad y con un viaje sin retorno a los mundos del unicornio en el que confundimos la realidad con la imaginación.
Cumplir años, seguir cumpliéndolos, seguir celebrándolos olvidando los años que cumples. Comenzar a necesitar ayuda, empezar a ser dependiente, perderse en el miedo mientras te adentras en un bosque sin salida en que serás pasto de lobos y alimañas. Morir mientras te abandonan o eres abandonado en un mundo que ya no te pertenece. Y así los demás descansarán de tu desesperación definitiva.
Oímos todos los días esos relatos de vida. El Alzheimer, la memoria irrecuperable, los pañales, la tristeza en la piel y el cansancio en la mirada sin dirección.
Escucho a mis amigos estos relatos de vida, estos no sé que hacer ante este diluvio ante una impotencia que te atenaza el alma.
Un amigo me relata su historia: Dos familiares mayores viven solas, ochenta años, una caída, cadera rota, Alzheimer. El Estado y las normas exigen protocolos interminables para las ayudas. Mientras tanto comienza la esperanza a apagarse y la dignidad amenaza con que no puede quedarse.
En tres años un colega, sujeto a su cuidador aferrado a sus manos: ya no me reconoce. Lo llamo por su nombre, lo abrazo. No sabe de mí porque ya no es él. Otra compañera se desahoga en el teléfono: su marido ya es una voz que busca a su mujer, a sus hijas, desubicado de la realidad.
La soledad de ancianos que viven solos socorridos por vecinas, la sospecha de su muerte porque han dejado de verlos bajando una escalera para comprar el sobre de sopa, una pieza de fruta y una barra de pan. La policía encuentra su cadáver después de mucho tiempo; sentado en un sillón y con la televisión puesta.
Los asilos, las residencias, los cuidadores, el espectáculo de fantasmas que juegan con fantasmas.
Envejecemos y las instituciones miran para otro lado porque se acaban los presupuestos y las ayudas. Y en esa inmensidad, en esa sima, se desiste del rescate.
Tenemos que inventar algo, tenemos que cambiar las estructuras de una sociedad basada en el derrumbe ante estas circunstancias.
La solidaridad, la empatía, la colaboración, el compromiso, la ternura; no queda otra.
Pasaremos esa senda, ese laberinto, pero lo pasaremos dándonos las derrochando abrazos. Nunca serán pocas todas las ideas que se nos ocurran.
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