Ceuta se enfrenta a un dilema existencial. Las dos próximas contiendas electorales, que se van a celebrar en menos de un mes, van a marcar de manera muy determinante, acaso definitiva, el rumbo de nuestra Ciudad hacia el siglo veintiuno. Ceuta se está partiendo en dos mitades. Cada vez son más débiles los vínculos que nos mantienen unidos. La quiebra del modelo económico (irremplazable), la grieta en el cuerpo social (creciente), y el provocativo aislamiento institucional (alarmante); amenazan letalmente nuestro modelo de convivencia, y con ello el proyecto político. La brecha se va ampliando de manera visiblemente grosera. De un lado la Ceuta acomodada de los empleados públicos. Del otro, la Ceuta precaria en grado sumo. Un contraste en modos de vida cuya tangencialidad lo hace insoportable. Pero es que además, esta funesta división económica y social no es culturalmente simétrica. Lo que añade un potente y preocupante factor de desestabilización.
En Ceuta conviven dos culturas; pero no en plano de igualdad. Una monopoliza la riqueza y otra la pobreza. Esta perversa fusión de desigualdades entrecruzadas y retroalimentadas es el germen de la extinción de nuestra condición de sujeto político. Porque convertir Ceuta en una colonia dos punto cero es destruirla. Nadie en su sano juicio puede pensar que en esto tiempos sea asumible un régimen de apartheid por muy edulcorado que se pretenda presentar. Y exactamente en este punto nos encontramos. Ceuta tiene que elegir entre puentes o muros. O reconstruimos los mecanismos de cohesión, no sólo económica, sino (y quizá fundamentalmente) también social y cultural, inspirados por un inequívoco sentimiento de solidaridad fraternal; o terminamos de cortar todos los lazos de conexión, abriendo un espacio de tensión dominado por un recelo mutuo de inquietantes consecuencias. Por eso estos inminentes procesos electorales tienen una dimensión diferente. No solo estamos eligiendo entre formas distintas de gobernar, sino entre formas distintas de concebir los fundamentos de la convivencia sobre los que queremos cimentar el futuro de Ceuta. Muros o puentes. Elección decisiva.
La derecha ya se ha definido con absoluta claridad. El PP ha optado por la Ceuta de los muros. Vox los lleva en los genes. Y Ciudadanos no es más que un colorido y vivaracho apóstrofe de su referente intelectual. Para comprobarlo basta con leer con detenimiento sus propios mensajes. Si hablan de política local, presumen de la obra de la Gran Vía, que se yergue como un obsceno muro de opulencia, retando de manera insultante a la Ceuta más vulnerable y depauperada. Si hacen balance de su gestión al frente de la nación, alardean de haber bajado los impuestos (aumento de la bonificación en el impuesto sobre la renta), que en nada incide en la vida de los que por no tener no tienen ni que declarar, y solo beneficia a las familias más pudientes. La derecha ha llegado a la conclusión de que le basta con buscar el apoyo de los suyos porque eso les garantiza el poder. La experiencia demuestra que la abstención es mucho mayor en los segmentos de población más desfavorecidos. Aspiran a ser la minoría mayoritaria aupada por la inhibición de una gran masa social descreída y conformista. Haciendo una angustiosa interpretación del viejo refrán “quién mucho abarca poco aprieta”, y mediatizados por la inusitada competencia interna, han roto amarras definitivamente con la solidaridad (ya ni siquiera disimulan) y se han lanzado a afianzar a su entorno más radical, o lo que es lo mismo, han revitalizado los postulados más retrógrados y se afanan en aplicarlos irresponsablemente en Ceuta. Su lema electoral es “valor seguro” porque va dirigido exclusivamente a su clientela; si fuera dirigido a Ceuta, lo correcto sería decir “desastre seguro”.
Por eso es tan importante para Ceuta que la derecha pierda estas dos elecciones. Es de una importancia capital frenar esta deriva suicida y recuperar la senda de la solidaridad.
Quienes de verdad queremos a esta tierra (tal y como es, tal y como somos) debemos hacer un sobreesfuerzo para movilizar a toda la población, desarrollar una intensa labor de pedagogía social para que la ciudadanía reflexione en profundidad (al margen de las emociones simples y del ruido ensordecedor de la propaganda interesada), y lograr que participe activamente en un proceso político con la naturaleza de (casi) constituyente. No es momento de decidir el voto en clave individual. La trascendencia de la encrucijada en que se encuentra Ceuta convierte el interés colectivo en la única prioridad decente. Un examen de conciencia honesto, desde las entrañas de la condición de ceutí, nos conduce una decisión inequívoca. No votar a la derecha es un imperativo ético.
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