Un discípulo curioso le dijo al Maestro: -¿Dinos una forma de saber cuándo ha alcanzado uno la iluminación?-. Y dijo el Maestro: -Aquí la tienes; cuando te sorprendas pregúntate a ti mismo, ¿Soy yo quien está loco o es algún otro?-. El escritor no le pregunta al maestro ni tampoco a su interlocutor cual es la esencia de su experiencia. Él tiene una pretensión clara por conocer cuántas veces intentó delinear y donde vertía el valor o el precio a pagar por dejar escritas unas hojas, por calibrar sinceramente en qué ámbito se mueve el contenido de una historia, la misma que hoy intenta enviar a todos aquellos lectores que, un día cualquiera, se identificaron con las palabras escritas que fueron lanzadas al viento con el deseo de que fuesen agarradas con ambas manos, de esas letras ofrecidas para que se sintieran recogidas por una sensación que les dotara de sentimientos… pasados los días, hizo creer a todos que el tiempo no había corrido, que se había parado en el pasado de una persona que tenía mucho que decir y que en este panfleto se confeccionaban toda una serie de vivencias, de vicisitudes que no supieron nunca que la felicidad era una pérfida utopía.
Aquel hombre con el que acababa de discutir y al que no conocía, le pareció extremadamente cruel. Su mirada cargada de un matiz agresivo, le hizo pensar en cuántas ocasiones ese rasgo irreflexivo le había hecho mella en los instantes siguientes. Tantas situaciones anómalas y perdidas, iguales o parecidas le habían hecho desear vivir en pueblos pequeños, de calles cargadas de casas terreras, de bares con sabor a barato, un lugar donde vivir los años pendientes sin tener que romper barrera alguna. Haber acudido a una gran ciudad como era Málaga, lugar que no pisaba desde años atrás, le había producido ese inaudito e inesperado incidente que creía erradicado de su existencia. Tenía la sensación de que esa soledad que le proporcionaba su pequeño pueblo, le demostraba que su vida se estaba rigiendo por consejos salidos del corazón. Pensó que no debería de haber viajado en aquellas condiciones, con esa inseguridad que le había proporcionado aquel “Ictus”, aquel que paró su actividad durante más o cerca de años, uno tras otro, y que aunque físicamente se encontraba relativamente bien, para seguir con su trabajo, mentalmente le restó esa fuerza innata que le hizo salir reforzado de situaciones complicadas.
Ocupando un asiento trasero en el autobús de vuelta, el periodista pensó levemente en los fracasos que le atosigaban cada cierto tiempo. Recordó las veces que su vida había atravesado por un verdadero peligro, cuántas veces se había acercado a ese camino que no tiene respuestas, intentando evadir todos aquellos recuerdos que le perturbaban. Pero eran aquellos pasajes de sus treinta y pocos años y que no sabía si tenían una relación suprema con el bien y el mal, de haber actuado correctamente cuando cualquier altercado o suceso le había implicado, de haber sucumbido con honor a esos años de servicio al prójimo, en cualquier faceta, de saber que el cerebro y el corazón se habían ocupado de unirse para crear primaveras, de haber sido condecorado con la medalla que era la mitad de la que mereció su padre. Sabía que tenía que continuar con su profesión de siempre que se basaba en la investigación, de contar lo que los medios omitían habitualmente. Nada le atraía más que entrar con vigor y energía en las vidas personales de los desconocidos, de la gente, con detalles de historias que, con toda seguridad, morirían en los cajones del olvido, en el anonimato… No podía olvidar que sus padres habían fallecido, muy cercanos en el tiempo y quizás por la tristeza de haber sufrido la muerte de su hermano pequeño en un accidente de tráfico y posteriormente, el ictus sufrido por él mismo y que lo dejó inutilizado por un tiempo indefinido, se había constituido en su mayor frustración. Sus padres le dejaron una herencia más que suficiente y con la que podría vivir desahogadamente. Pensaban que no se recuperaría jamás, que esa lesión craneal le haría ser un incapacitado para siempre. Recuperado de su dolencia, estaba dispuesto a continuar con aquel libro que tuvo que dejar cuando la felicidad le causó ese tiempo de recuperaciones, hospitales y residencias, nunca deseadas. (…) Tampoco llegué a comprender lo ocurrido en aquellos momentos cuando sufrí una agresión por parte de dos delincuentes habituales y que quedaron impunes. Como contrapartida, yo era detenido por golpear a uno de los chorizos que portaba una navaja intimidante y que se hacía el desmayado en el suelo. -Al llegar la policía y ver al muchacho en el suelo, pensaron que aquel incidente había sido provocado por mi persona-. Y después, llegaron las diligencias y dos noches de calabozo. Sin tener conocimiento de quien tomaba esa decisión, fui conducido en ambulancia a un Hospital Psiquiátrico donde tuve la impresión de que aquello era una tortura innecesaria. Si aquello era un delito, debía ser conducido a una cárcel (...).
Quería dejar en el olvido el retrato en el que se había visto rotulado durante ese tiempo de sueños fundidos, de medicamentos y rehabilitaciones, de no poder dar un último adiós al sueño de una noche sin pintar, aunque fuera tras él insistentemente. ¿Qué motivó perder aquella alegría de ese día en la Alameda? ¿Sería el destino el que le reservaba una experiencia negativa porque era merecedora de ella?. Otra interpretación suponía la mezquina discusión con el personaje de la mañana y que por suerte solo se utilizaron palabras, de un intercambio de vocablos que pretendían hacer un daño meramente despreciable pero que dejaron los golpes para otra ocasión, ¡para otro día!.
Y mientras, me siento en una cafetería, y como si de Marcel Proust se tratara, un olor de pronto en este pequeño local me trae el recuerdo de una tarde de lluvia con relámpagos y truenos en casa de mis abuelos, con chocolate y galletas María, de las de antes. Otros tiempos. Otra época. Y es que quizá yo también “En busca del tiempo perdido” evoco con un simple aroma una catarata de sensaciones y recuerdos desordenados. Y de aquí ahora no me movería, anclado a este instante concreto de mi vida en el que ese olor me ha transportado a los mejores años de mi vida, algo que de forma consciente soy incapaz de recuperar.