Hay capítulos de la historia que, por diferentes motivos, parecen condenados al olvido. Sin embargo, mientras haya quienes los recuerden no perecerán definitivamente. Tal es el caso de los bisabuelos, abuelos y padres de miles de ceutíes que formaron parte de las fuerzas regulares indígenas. Personas que se vieron en el frente de batalla durante la Guerra Civil para matar o morir. Eran carne de cañón, escudos humanos y por eso se les situaba en la primera línea de fuego. Muchos de ellos no habían visto un arma en su vida. Eran jornaleros en sus respectivos pueblos tal y como se apuntaba en sus hojas de filiación, poco antes de reseñar el color de su piel, su edad o su religión (mal denominada mahometana en esas fichas)
Paralelamente, sus mujeres, más olvidadas que ellos si cabe, tuvieron que sacar adelante a sus familias como podían. Desde trabajar en las casas de los señores, en las fábricas a coser para sacarse algunas perras.
La situación no mejoró cuando regresaron sus maridos (los que regresaron) muchos de ellos mutilados o con impedimentos físicos para volver a trabajar después de haber servido a la patria durante décadas.
Fueron literalmente usados para combatir cruelmente y sin importar el resultado a quienes les dieron un arma y los pusieron a luchar en una guerra que no era la suya.
Quienes no regresaron dejaron viudas e hijos a los que la realidad daba la espalda con pensiones, en el mejor de los casos, indignas para quienes habían dejado sus vidas en el frente. Pensiones que ni se revalorizaban. Estas, y algún que otro pequeño acto público absolutamente insuficiente fue todo lo que les quedo. Ni bastones de oro ni reconocimientos
El día a día de quienes volvieron, los condenaba al ostracismo absoluto.
Al chabolismo.
A la pobreza absoluta.
A la dependencia de la buena voluntad, de la caridad y de la beneficencia. De nada servían las condecoraciones ni las medallas de sufrimiento por la patria en esos tiempos. Al menos no a los indígenas.
Sin embargo, nos transmitieron de generación en generación sus vivencias. Sus penurias y desgracias.
Pero si hay algo que nos han transmitido a muchos, es su espíritu de lucha. Su superación diaria. La suya y la de sus viudas que son auténticos ejemplos de que cuando no se tiene nada que perder, sólo queda el esfuerzo para salir adelante.
Su experiencia no debe caer en saco roto.
El respeto a sus memorias, tampoco.
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