Recordamos olores que nos perseguirán en la memoria. Parecen indelebles. Su fragancia son momentos, épocas, situaciones, lugares o sueños que nos evocan imágenes, tiempos. Son esencias que destapan lo que vivimos o lo que sentimos.
Embriagados, repasamos un diario sin hojas, un calendario vacio de semanas y meses. Ahí, en ningún lugar, nos encontramos con imágenes evocadas que nos transportan en un aire que recorre rincones del alma.
Los libros que estrenamos cada curso, la goma de borrar, los lápices afilados, los folios, la plastilina, las pinturas de acuarelas, el pegamento, las mochilas cargadas hasta los topes. Es la época del cole, de la infancia, de una adolescencia colgada en los pupitres.
La tierra mojada de un verano, la lluvia, la humedad del mar. Es el aroma de la melancolía, de las tardes que no terminan de oscurecer.
Frutas, verduras, los encurtidos expuestos en las vitrinas, el pan horneado, los churros y el café con leche. Todo desprende el aroma del mercado, a fresco, a sábado. El apio del puchero indicaba que mi madre venía de la compra y salía a ayudarla con una carga hasta los topes.
Las castañas asadas, el humo de ese carbón que te daba pistas sobre el pequeño puestecillo de la anciana que las vendía en la plaza del ayuntamiento.
Un hospital, las medicinas, los enfermos encamados, la comida insípida de los pacientes. Así percibimos el dolor que desprende un efluvio inconfundible que se cuela hasta la sala de espera.
Las sábanas limpias, la ropa colgada en el armario, la plancha desarrugando el desorden, es el perfume del orden, de una limpieza perfecta que viste las ropas guardadas, plegadas milimétricamente como si esperaran colarse en una maleta que programa el viaje a cualquier sitio.
También existen perfumes asociados: la colonia de flores de mi abuela, la esencia de rosas de una vecina que siempre iba con prisas, la espuma de afeitar y la loción de mi padre cuando se arreglaba la barba de tres días. Los besos de fresa, los labios maquillados de rojo, el pelo mojado.
También existe la emanación del miedo, el efluvio de la desesperación, el vaho amargo de la boca seca cuando nos dan una terrible noticia.
La Semana Santa será el incienso, las fiestas de mi pueblo serán pólvora, las bodegas embriagarán la pituitaria sintiendo la cosecha en cada trago.
También hay cosas que no huelen a nada, que dejan de percibirse, que no despiertan sospechas de que algo está pasando. Tal vez sea la muerte que derrama la nada.
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